“Estela Romeo de Sapag, la compañera del líder”

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Una vez más la magia de la historia oral nos sitúa frente a hechos acontecidos en el territorio neuquino, y sentimos el orgullo de haber podido recrear esos momentos narrados por sus propios protagonistas o sus descendientes. Coincidimos con Paul Thompson en que “la historia oral nos proporciona los trozos esenciales del pasado escondidos en la memoria de las gentes”.

Hoy vamos a evocar a doña Chela, la esposa del legendario gobernador neuquino, don Felipe Sapag. Doña Chela, nacida como Inocenta Estela Romeo el 29 de octubre de 1921 en Gobernador Roca, territorio de Misiones, nos dejó el pasado 7 de abril del corriente año. Era hija de Luis Romeo y de Antonia Barrios.

Su padre, don Luis, apodado Papito por todos sus afectos, había nacido a fines del siglo XIX en un pueblo español, en las montañas de Castilla la Vieja. Arribó a Buenos Aires siendo muy joven, y frecuentaba asiduamente el teatro Colón y los círculos literarios de la ciudad. Papito estudió la carrera docente, filosofía y literatura y cuando comenzó a ejercer eligió como lugar de destino el territorio nacional de Misiones. Allí fue recibido por don Martín Barrios, quien bregaba por la inauguración de una escuela en aquellos desolados lugares. Este vínculo no fue casual y estos hombres consolidaron una familia, pues una de sus hijas, Antonia, se casó con don Luis. De esa unión nació doña Chela y sus hermanos. Los niños tuvieron la suerte de crecer nutridos de la cultura y ética paternas, a las que se sumó la religiosidad de su madre. En 1930, la familia se trasladó a Corpus Christi, un poblado en cercanías de la misión jesuítica homónima. Allí don Luis fue director de la escuela primaria.

En la década del 40, doña Chela se recibió de maestra, y en 1946 decidió aventurarse a trabajar en un pueblo en medio del desierto: Cutral Co, en la flamante Escuela Nº 119. Es así que Inocenta Estela Romeo Barrios llegó a los médanos de esa ciudad neuquina y allí, precisamente, conocería a Felipe Sapag, con quien formó su familia. Supo enfrentar los avatares de la vida cuando en 1976 tuvo que exhumar –en el lapso de pocos meses– a dos de sus hijos de tumbas N.N. Estas historias fueron narradas por su hijo mayor, Luis Felipe, en libro de su autoría: “La vi levantar el cuerpo de Caíto y limpiar amorosamente su rostro y los orificios de no sé cuantas balas. Vi su cara profundamente seria, aún sin lágrimas, y escuché sus plegarias. Después la vi rezar junto al féretro de Enrique y allí tuve una medida de sus fuerzas. No sólo no se cayó, sino que, después de llorar a sus hijos, transformó su martirio en nuevas fuerzas, renovando la lucha, junto a su marido, por los ideales de Caíto y Enrique, compromiso que sostendrá hasta el fin de su vida”.

El matrimonio se mantuvo unido por más de sesenta años, producto de un amor que nació en aquel Cutral Co de los años cuarenta, en donde se daba la escasez de recursos y la falta de agua, pero del que se destacaba, por sobre todas estas cosas la garra y la esperanza de sus pobladores.

Estela Romeo forma parte de esa cofradía de mujeres que acompañan al líder en los sabores y sinsabores de la vida, fue la fiel compañera de don Felipe en los años triunfantes del gobierno y en los tristes momentos de la pérdida de dos de sus cuatro hijos. Desde estas líneas quiero recordarla caminando por las calles neuquinas, tomada del brazo de su esposo: ambos fueron sostén, uno del otro, con la silenciosa tarea de aceptar los designios del destino, pero sin bajar los brazos, escribiendo la historia neuquina como unos habitantes más de los que la escriben con su labor cotidiana y su fuerte tesón.

Beatriz Carolina Chávez DNI 6.251.256

Beatriz Carolina Chávez

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