Cien años de olvido para el correo de Añelo

La edificación, modesta pero de valor histórico, no recibe cuidado. El centenario rancho fue activo centro de las comunicaciones.

Sin puertas ni ventanas y derruido en gran parte, el histórico correo supo prestar un gran servicio y canalizar hasta 300 despachos por mes.
NEUQUEN (AN).- «Existe en Añelo un depósito de artículos del Ejército, custodiado por un corto destacamento, que sirve, también, para asegurar las comunicaciones del correo (…) la oficina es un rancho que Esteban Guerrero ha trabajado: palo a pique, revocado con barro y techo de carrizo». La descripción del correo de Añelo la hizo en su diario de viaje el inspector de Gobernaciones Gabriel Carrasco en 1902, cuando -tras una larga travesía- pisó el por entonces ignoto paraje patagónico.

Cien años más tarde, el viejo edificio de palo a pique se mantiene en pie y hay que empezar a creer en los milagros. Es que la reserva histórica -un desvencijado cartel advierte sobre tamaño reconocimiento- está apuntalada apenas e inundada de mugre del color que se pida. Huele a orina y sobre el piso de pinotea -con varias tablas menos- se pueden ver desde yuyos hasta cajas de vino amarillas por el sol, que se cuela por muchos agujeros. No hay puertas ni ventanas pero sí un hueco grande por el que bien podrían pasar tres personas a la vez. El sitio está en una esquina que se resiste a la fuerza del sol y del olvido. Lo mismo que un buzón de madera enclenque.

En los últimos meses, el viejo correo ha rendido varias pruebas de resistencia. Por caso, soportó dos jornadas con vientos por encima de los 120 kilómetros por hora, que estremecieron los sauces ubicados al oeste de la vieja estructura. El lugar luce en total abandono y no tiene vagabundos viviendo dentro por la sencilla razón de que nadie se animaría a permanecer allí. Sarandeado por el viento, en cualquier momento puede desmoronarse, para siempre.

«Esa oficina, que es a la vez correo y telégrafo, se encuentra a cargo de un valiente joven de 22 años (Esteban Guerrero) que está haciendo allí sus primeras armas. ¡Qué vida! su oficina es un rancho que él mismo ha trabajado. El mostrador es de barato material, cubierto con una tabla: su aparato, «sobre una mesa de pintado pino», a la cual, para que el verso sea verdad, sólo le falta la pintura; su cama, protegida contra el viento del sur (que entra como Pedro por su casa) por una manta sostenida por cuatro clavos (artículo que aquí es de lujo) y una excelente biblioteca (es decir libros) sólidamente acomodada en uno que fue cajón de kerosene. Se transmiten unos 300 despachos por mes, que ponen en comunicación a Añelo con el mundo civilizado», dice la crónica rescatada por el historiador Juan Mario Raone en su libro «Historia de los Fortines».

Siesta perpetua

Es llamativo como este pueblo hace poco y nada por su lugar más representativo, como también es curioso que nada se haga por defender el arte rupestre precolombino que quedará bajo agua una vez que se construya la obra Chihuido II. Los grabados están en Paso de los Indios, a unos 50 kilómetros de Añelo. A fines de 1880 ese paraje y Añelo alimentaron el desarrollo de toda la zona. El petróleo y el gas y ahora la producción agrícola le dieron un envión al pueblo que, sin embargo, no modifica su imagen de siesta perpetua. Un síntoma es la autorización para que alguna vez se instale un basurero de residuos peligrosos, a menos de cinco kilómetros de la zona urbana, junto a áreas productivas bajo riego.

Hay otras cuestiones por lo menos insólitas. Dos enormes obras artísticas que costaron una pila de dólares están perdidas en medio del campo por decisión de la empresa que financió el proyecto. Iban a instalarse en el acceso al poblado pero un enojo y algunos caprichos terminaron por expulsar a los petrosaurios (esa es la denominación de los dinos de hierro) al campo, bien lejos de la vista de la gente que llega a Añelo. Ayer a la tarde, este diario intentó encontrar al director de Cultura de la municipalidad. No estaba. Es que el funcionario vive en Allen.


Sin puertas ni ventanas y derruido en gran parte, el histórico correo supo prestar un gran servicio y canalizar hasta 300 despachos por mes.
NEUQUEN (AN).- "Existe en Añelo un depósito de artículos del Ejército, custodiado por un corto destacamento, que sirve, también, para asegurar las comunicaciones del correo (...) la oficina es un rancho que Esteban Guerrero ha trabajado: palo a pique, revocado con barro y techo de carrizo". La descripción del correo de Añelo la hizo en su diario de viaje el inspector de Gobernaciones Gabriel Carrasco en 1902, cuando -tras una larga travesía- pisó el por entonces ignoto paraje patagónico.

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