Cómo era el «dragón de la muerte» que se fosilizó tras una inundación

Lo describió un equipo científico, que incluyó a un investigador de Río Negro. Demostraron que la interacción entre sedimentos y condiciones ambientales fue clave para preservar los huesos del pterosaurio Thanatosdrakon amaru en la región.

Un gigante alado, el “dragón de la muerte”, cruzó los cielos del actual territorio de la Argentina hace 85 millones de años. Fue uno de los mayores pterosaurios conocidos y tenía una envergadura comparable a la de una avioneta y huesos muy livianos, lo que lo hacía tan sorprendente como frágil.

Los restos fósiles de dos ejemplares, hallados en la Formación Plottier, llamaron la atención no solo por su tamaño, sino por el excelente estado en que se encontró parte del esqueleto.

“El descubrimiento de los fósiles ocurrió en sedimentos rojizos de antiguos ríos y barreales de la provincia de Mendoza”, contó a Diario RÍO NEGRO el paleontólogo Leonardo Ortiz David, del Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas y del Museo y Laboratorio de Dinosaurios de la Universidad Nacional de Cuyo.

Con sus colaboradores, el científico publicó el estudio sobre los fósiles en la revista Anales de la Academia de Ciencias de Brasil.

Detallaron cómo se conservaron los huesos de dos ejemplares de la especie que llamaron Thanatosdrakon amaru, que significa “dragón de la muerte amaru” y alude a la imponencia del animal y a sus raíces sudamericanas.

En el equipo participaron colegas del mismo instituto, que depende del Conicet y la Universidad Nacional de Cuyo, el Museo de Historia Natural Carnegie y la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. También colaboró Imanol Figueredo-Vieyra, de la Universidad Nacional de Río Negro, en General Roca, Río Negro.

Científicos detallaron el proceso de preservación de dos ejemplares

La incógnita


Cuando murieron los ejemplares de Thanatosdrakon, sus huesos se enfrentaron a riesgos de rotura y dispersión. El desafío para los científicos fue descubrir por qué los

esqueletos no se fragmentaron ni desaparecieron. Sabían que la fragilidad de los huesos hacía probable su destrucción en un ambiente de inundaciones y sequías.

El equipo buscó entender si los animales se fosilizaron en el mismo sitio donde murió o si los restos viajaron por la corriente de agua. Analizaron el papel de factores biológicos y físicos: los tejidos blandos, las lluvias, el barro y la exposición al aire antes de que el barro cubriera los huesos.

La investigación también indagó si otros animales o plantas interfirieron en el proceso de entierro y preservación. El objetivo fue reconstruir cómo el clima, el terreno y el agua crearon las condiciones para un “cementerio natural” perfecto que permitiera la conservación de un pterosaurio tan grande. Se propusieron contar, paso a paso, la historia desde la muerte de los ejemplares de Thanatosdrakon hasta el proceso de fosilización.

Pistas de un pasado remoto

Los paleontólogos estudiaron el estado de cada hueso y midieron el desgaste. Encontraron huesos muy erosionados y otros en excelente conservación.

“El holotipo muestra elementos conservados en tres dimensiones, una rareza en reptiles gigantes”, detalló.

El colapso se explica por el debilitamiento de la estructura debido a la meteorización, que afectó su integridad y, en consecuencia, su respuesta a la presión.

Las rocas presentaban tonalidades rojizas y diversas texturas, lo que permitió saber que el sitio vivió ciclos de sequía y anegamiento. Los especialistas observaron que uno de los esqueletos sufrió más desgaste por haber quedado expuesto antes del entierro, mientras otro se cubrió rápido y se conservó mejor.

La ubicación de los huesos en el terreno y la falta de restos de otros animales o plantas muestran que la muerte y cobertura ocurrieron en el mismo lugar.

La clave fue el entierro veloz tras la muerte, con el barro como principal protector de los restos. “La integración de estas estructuras por tejido blando llevó a un aumento de su resistencia a la dispersión”, detallaron los expertos.

El estudio ayuda a comprender cómo se conservan y preservan restos fósiles de pterosaurios de grandes dimensiones en ambientes fluviales.

Aún existen preguntas sobre los tiempos y condiciones precisas del entierro, pero la investigación habilita nuevas exploraciones de ecosistemas extintos en la Patagonia y otras regiones de Sudamérica.

El entierro rápido bajo barro permitió la conservación tridimensional de los restos fósiles.

Los pterosaurios vivieron desde el Triásico tardío, hace unos 225 millones de años, hasta fines del Cretácico, hace unos 66 millones de años. Durante este intervalo se diversificaron y poblaron los cielos de todos los continentes.

Representan los primeros vertebrados en adquirir la capacidad de volar activamente. Son parientes cercanos de los dinosaurios, de hecho, ambos forman un gran grupo denominado Ornithodira, sin embargo, son muchas las características que permiten diferenciarlos.

Los pterosaurios presentan un esqueleto adaptado al vuelo, con características singulares como: huesos muy neumatizados, elementos vertebrales y miembros muy modificados, con huesos de la muñeca, metacarpos, falanges alares, pelvis, entre otros, completamente únicos”, dijo el paleontólogo Leonardo Ortiz David, quien coordinó las tareas de excavación y extracción de los restos fósiles.

Hasta la fecha, se han identificado más de 200 especies de pterosaurios en todo el mundo. Esas especies muestran una amplia variedad de tamaños, morfologías y adaptaciones ecológicas, desde formas pequeñas con envergaduras de menos de un metro hasta gigantes que superaban los 10 metros de envergadura. El número exacto puede variar a medida que se describen nuevos hallazgos y se revisan clasificaciones en el campo de la paleontología.


Un gigante alado, el “dragón de la muerte”, cruzó los cielos del actual territorio de la Argentina hace 85 millones de años. Fue uno de los mayores pterosaurios conocidos y tenía una envergadura comparable a la de una avioneta y huesos muy livianos, lo que lo hacía tan sorprendente como frágil.

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