El equilibrio-dólar, eterno desafío para la Argentina

El esfuerzo en estos días del Banco Central por contener la escalada del dólar, que está rozando los 21 pesos, pese a la venta de reservas por más de u$s 5.000 millones desde principios de marzo, marca uno de los desafíos más importantes para la gestión económica del gobierno y despierta dosis de incertidumbre hacia delante. La causa: encontrar la forma de tener un nivel de inflación real por debajo del 20% anual.

Lo más preocupante y triste es que esta problemática y circunstancia en nuestro país se repiten en forma casi constante.

Claramente desde principios de la década del 70 los grandes temas macroeconómicos eran la escalada de precios, la suba del dólar y de las tasas de interés y el creciente déficit fiscal.

Bien, más de cuatro décadas han pasado y estos problemas de encontrar medianamente un equilibrio estable entre dólar competitivo sin saltos exorbitantes, la búsqueda de una inflación baja y una reducción del déficit fiscal son aspectos estructurales que la economía local no puede encarrilar.

No nos olvidemos de que en esas cuatro décadas que mencionábamos pasaron los ajustes del “Rodrigazo”, de Lorenzo Sigaut, los planes Austral y Primavera del alfonsinismo. Siguió el plan Bunge & Born, luego el Bonex y la Convertibilidad de la gestión de Carlos Menem, la hecatombe del 2001, el default, la pesificación asimétrica, la quita de la deuda con el kirchnerismo, el viento de cola que continuó con la intervención del Indec. Esto implicó el aniquilamiento de las estadísticas del país y ocho tipos de cambio con un déficit fiscal gigantesco y descalabro general de la economía, un país sin gas ni petróleo, tras lo cual vino un notable ajuste de las tarifas de servicios públicos, reducción de subsidios, apertura cambiaria y económica y metas de inflación.

Parece mucho, ¿no? Esto ha sido en una breve síntesis de tres párrafos de las barbaridades que ha hecho Argentina en materia de política económica en las últimas décadas. Las distorsiones de la macro son enormes.

Está claro que tras el regreso de la democracia en 1983 la sociedad en su conjunto, especialmente su clase política y dirigentes empresariales y sindicales, no logró nunca consensuar un mínimo de sentido común para trazar los lineamientos de un país que pueda tener un perfil productivo sin tener que recurrir “a las famosas recetas mágicas o a personajes que fueron adoptados como salvadores”.

A un país le va bien cuando esa nación tiene una conducta, una cierta seriedad, que lo hace confiable para los inversores locales y externos, que no pega bandazos de un lado a otro, que no se aferra a soluciones mágicas o líderes políticos que el único objetivo que tienen es retener el poder por la seducción que eso genera en el ego propio.

Los líderes políticos de la Argentina siempre se “atrincheraron” en las últimas décadas en aquellas recetas cortoplacistas que les permitieron seguir manteniéndose en el poder.

De allí es que éste es un momento crucial. Crucial para que la actual gestión no repita esos errores del pasado, que se pueda avanzar de a poco en un país integrado con capacidad productiva en los distintos sectores que tienen ventajas comparativas y cumplir con los objetivos de mayor estabilidad, con reducción fiscal, menor inflación y un tipo de cambio competitivo sin que eso signifique una sociedad “alienada” por la cotización del dólar.

En definitiva, un país más honesto en sí mismo. Quizás parece mucho pedir, ¿no?


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