Comité contra la Tortura, una chance histórica y ardua labor

Juan Chaneton*


Su funcionamiento en Neuquén confrontará con una ideología reproductora del delito dentro de las cárceles. Y esa ideología se le inculca a los cadetes desde su cuasiadolescencia, al ingresar al sistema.


Leemos que el proyecto de creación del Comité Provincial Contra la Tortura ha tenido despacho unánimemente favorable en la comisión de derechos humanos de la Legislatura Provincial. Celebramos el hecho y deseamos que pronto sea ley.

Nuestro país, cumpliendo con el derecho internacional, depositó el pertinente instrumento de ratificación de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes y aprobó su entrada en vigencia mediante la ley 23.338/86. Se trata del marco jurídico dentro del cual el Comité Provincial ad hoc deberá desarrollar su tarea, su ímproba tarea.

En las cárceles neuquinas se tortura y se mata con método y no de cualquier modo. Por caso, el 8 de abril de 2008 el interno Argentino Pelozo Iturri fue golpeado con garrotes y patadas, luego fue arrojado a un “buzón” con el propósito de que su agonía fuera lenta y dolorosa. Murió allí.

A su turno, los jueces Grosso, Coscia y Silva condenaron a perpetua a los asesinos, que eran parte del personal penitenciario de la U9. Otro hecho para celebrar, pues el poder judicial hizo lo que debía hacer: justicia.

Se vigila y se castiga y, eventualmente, se mata, por la convicción de estar defendiendo el orden público, preservándolo de “criminales” a los que se reputa no sólo enemigos sino también irrecuperables.

Los funcionarios judiciales que visitan el penal satisfacen la formalidad: conversan con el Director en su despacho, toman café, firman el libro y se van sin haber cumplido con el fondo del asunto: escuchar a los internos.

Por eso decimos que castigar y controlar al que castiga es, antes que nada, una tarea ideológica. Se vigila y se castiga y, eventualmente, se mata, por convicción: la convicción de estar defendiendo el orden público preservándolo de “criminales” a los que se reputa no sólo enemigos sino también irrecuperables con vocación genética por el delito, el vicio y el designio trágico.

Pero esta visión de las cosas debe ser “enseñada”.

El penitenciario que tortura y mata comparte con el policía que tortura y mata una misma noción de la estructura ley-transgresión-delito-pena: el que delinque es enemigo de la sociedad y, como tal, pierde todo derecho en el momento en que delinque y puede ser castigado sin temor a consecuencias.

Esto ha hecho carne en la ideología y los valores de la represión. Y el castigo, de tanto en tanto, de algún “exceso”, legitima el funcionamiento del subsistema cárcel y asegura su continuidad.

El futuro Comité Provincial Contra la Tortura debe saber desde ya que le espera una labor ardua y desigual. Porque confrontará con una ideología reproductora del delito dentro de las cárceles. Y esa ideología se le inculca a los cadetes desde su temprana cuasiadolescencia, que es la época de su vida en que ingresan al subsistema penitenciario.

El enfoque holístico del problema de la tortura en aquellos institutos exige poner la lupa no sólo en las consecuencias sino, primordialmente, en las causas: el orden simbólico que incorporan los cadetes de la escuela de policía de Neuquén es el mismo que profesan los cuadros dirigentes y subalternos del subsistema penitenciario.

Toda organización humana es hija de alguna violencia fundacional. La sociedad neuquina no es una excepción.

Una subsecretaria de Estado de la provincia ha dicho -tarde pero más vale tarde que nunca- que el nombre de la Escuela de Cadetes de la Policía tiene que ser otro. Tiene razón, porque el nombre del asesino de presos rendidos resulta ser, simbólicamente, una cápsula de veneno que es rota cada vez que las circunstancias lo exigen, para derramar su hálito deletéreo no sólo sobre el agente que captura al delincuente sino también -y principalmente- sobre el que debe vigilarlo mientras cumple su condena.

Vigilar, reprimir y castigar son órdenes separables sólo a los fines académicos pero, en la práctica, constituyen un todo indisoluble al que se puede unificar ideológicamente proponiendo como ejemplos a quienes, en realidad, no supieron honrar el uniforme que la sociedad les había confiado.

No será una tarea menos virtuosa -mucho menos improcedente- que el futuro Comité Provincial Contra la Tortura se obstine en combinar esfuerzos con otras áreas del Estado provincial para que la Escuela de Cadetes de la policía provincial remueva de su frontis ese estólido símbolo de la violencia y del crimen perpetrado por el Estado, que le fuera impuesto por un interventor militar el 2 de septiembre de 1963.

De lo contrario, estarán consintiendo que les tomen el pelo y que los usen para blanquear las mismas políticas represivas de siempre.

No es admisible que la provincia saque chapa de espacio privilegiado de la vigencia y promoción de los derechos humanos porque crea un comité para impedir la tortura, cuando los que capturan a las víctimas realizan su labor inspirándose en la actuación de un torturador y asesino confeso que, además, participó del grupo de tareas que asesinó al periodista que lo denunciaba como lo que era: un criminal abominable.

* Abogado, periodista, escritor.


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