Crueldad y poder: de Huáscar a Túpac Amaru

“Un sanguinario tirano y un homicida que, elevado por la sangre, por la sangre ha de sostenerse”. (William Shakespeare, Ricardo III)

COLUMNISTAS

Que la crueldad reside en los vericuetos de la naturaleza humana es una obviedad verificable en las páginas policiales de los medios de comunicación. Pero es en el poder, más exactamente en el accionar de ciertas estructuras estatales, donde alcanza sus extremos.

Si bien es cierto que hay culturas más aguerridas y crueles y otras más pacíficas y poco propensas a conductas despiadadas, es en las estructuras políticas más poderosas donde la crueldad puede llegar a realidades inimaginables.

Por eso tomamos como ejemplos de crueldad victimaria ciertas acciones del Imperio Incaico y del Español. Y sus víctimas, en ambos casos, son reyes incas: Huáscar y Túpac Amaru, junto a sus respectivas familias.

Estos crímenes pueden calificarse de magnicidios, pero el hecho de que se haya asesinado con crueldad a sus familiares implica una característica criminal que los diferencia.

Como las culturas indígenas son ágrafas, es decir, desconocen la escritura -obstáculo que se presenta al intentar comprender esas etnias-, recurriremos para conocerlas a la original pléyade literaria de los cronistas de Indias.

Debemos decir de ella que tuvo esforzados y valientes caminantes. Fue ésta la forma adecuada para llegar a los lugares más alejados y recónditos de incario, dado que el mundo andino carecía de animales que permitieran transportar humanos. Por otra parte, los caballos y las mulas traídos por los españoles eran -a diferencia de lo ocurrido en nuestra llanura- escasos y su uso, de preferencia militar.

Los cronistas tenían orígenes y características diversos. Los había de regia prosapia incaica, como el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), hijo de conquistador español y princesa inca y epítome del mestizaje biológico y cultural andino; Guamán Poma de Ayala (¿?-c.1615), autor de una importante y extensa obra profusamente ilustrada con sus propios dibujos y crítico del sistema colonial español en Perú; Pedro Cieza de León (1522-54), conquistador y cronista, llamado “Príncipe de los Cronistas”, o Diego Fernández de Palencia (c.1520-81), español, historiador y cronista oficial de Perú, entre otros.

En el Derecho incaico los delitos de homicidio, adulterio, robo, incesto y aborto eran castigados con la pena de muerte. Y en los casos en que se comprobaba que el delito se cometía bajo la influencia de un hechizo, también se ejecutaba a la familia del delincuente. La poligamia era privilegio de los reyes incas -incluso el incesto-, de los miembros de la realeza y de los gobernadores; al resto de la población le estaba prohibida.

Huáscar fue sacrificado por su propio hermano, Atahualpa, quien lo venció en la guerra civil incaica, y “la familia del derrotado Huáscar fue cruelmente asesinada ante sus propios ojos. La brutalidad no era privativa de la antigua Europa”. (Hugh Thomas, “El Imperio Español de Carlos V”).

Huáscar (del quechua, huasca: soga, cadena), XIII Inca, fue hijo de Huayna Cápac XII Inca y de Ragua Ocllo, segunda esposa y hermana del emperador, según Garcilaso de la Vega. Nació (c.1491) en una casa de recreo próxima a Cusco, donde el Inca solía acudir para descansar. Y falleció, en realidad fue asesinado, en 1533.

Las desavenencias entre Huáscar y su hermano Atahualpa produjeron la escisión del Imperio Incaico y su desemboque en una guerra civil.

Luego de varias batallas donde la victoria alternaba sus favores con uno u otro hermano, fue Atahualpa, finalmente, el vencedor.

Cruelmente atado, con los hombros perforados y una soga al cuello, Huáscar fue conducido a Cajamarca, donde su hermano se encontraba cautivo de Pizarro. En el camino se cruzó con unos oficiales españoles y Huáscar les ofreció una cantidad de oro ¡cuatro veces! mayor a la obtenida por Pizarro al extorsionar a Atahualpa, para que lo liberen de sus captores. Al enterarse Atahualpa del ofrecimiento hecho por su hermano a los españoles, pensó que Huáscar haría una alianza con los ibéricos y ordenó a sus capitanes que dieran muerte cruel a su hermano y su familia.

Hacia marzo de 1533, Huáscar fue llevado a Andamarca (del quechua: “pueblo de cobre”), donde lo esperaban los soldados de Atahualpa con órdenes de matarlo.

Cuenta Miguel Cabello de Valboa -sacerdote y cronista- que Quizquiz, general de Atahualpa, reunió en la plaza del pueblo a las concubinas y a “ochenta y tantos hijos del afligido Guascar”, a los criados de su servicio, a su madre Mamaragua Ocllo, a su esposa Mama Chuqui Uspay, a su hermana y concubina Colla Miro, a varios de sus parientes y a cinco de sus capitanes, quienes fueron degollados en presencia de Huáscar. Y a las mujeres embarazadas se les acuchilló el vientre para que no quedara descendencia del derrotado hermano de Atahualpa.

Luego Huáscar fue ejecutado y su cuerpo, arrojado al río de Andamarca.

José Gabriel Túpac Amaru (del quechua: “serpiente esclarecida”) nació en Surimana en 1741 y falleció en Cusco en 1781. Al ser descendiente directo de una hija del Inca Túpac Amaru, fue nombrado cacique de Tungazuca, Surimana y Pammarca a los 9 años (1750). Cursó estudios en el Colegio de San Francisco de Borja, establecido en Cusco para los hijos de la realeza incaica. Luego creó y administró un negocio de transportes de minerales en el que llegó a emplear hasta trescientas mulas. Este lucrativo negocio cesó cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata (1776) y la descentralización administrativa consecuente redujo notoriamente sus negocios.

Túpac Amaru sintió en los bolsillos la drástica reducción de sus ingresos y los indígenas, no obstante estar seriamente afectados por esta situación, debieron seguir pagando los tributos que les exigía la administración española. Túpac Amaru, sensible a esta realidad, fue a Lima a solicitar que se alivianase la pesada carga que soportaban los aborígenes. Trató, también, de impedir que se los trasladara compulsivamente a la mita (trabajo obligatorio que imponía al indígena el pago del tributo al encomendero y el servicio al gobierno virreinal) en Potosí, distante a 200 leguas de los pueblos que habitaban. Pidió, además, que le fuera reconocida su ascendencia real incaica.

Las autoridades españolas no dieron ninguna respuesta a los reclamos de Túpac Amaru y éste organizó (1778) una rebelión general contra las autoridades coloniales.

La sublevación se inició (1780) cuando hizo detener y ahorcar al abusivo corregidor Antonio de Arriaga. Se sucedió una serie de combates entre las improvisadas fuerzas indígenas y tropas españolas, hasta que Túpac Amaru fue vencido y hecho prisionero.

Fue llevado en una bolsa de cuero hasta la Plaza Mayor de Cusco. Allí debió presenciar la cruel ejecución de su esposa Micaela Bastidas, su hijo Hipólito, su tío Francisco y varios de sus colaboradores en la rebelión. Luego se le cortó la lengua, se ató cada una de sus extremidades a la montura de un caballo y a una señal tiraron de ellas hacia los cuatro puntos cardinales y, como no pudieron desmembrarlo, lo decapitaron.

Volviendo a Hugh Thomas: “La brutalidad no era privativa de la antigua Europa”, ni del Imperio Incaico.

Eleuterio Fernández Huidobro, ministro uruguayo de Defensa, exguerrillero tupamaro y agresivo insultador de nuestro Domingo Faustino Sarmiento, pidió que el Serpaj (Servicio Paz y Justicia del Uruguay) lo dejara torturar por un mes a los militares presos para hacerlos confesar la ubicación de los enterramientos de los detenidos y desaparecidos durante la guerra antisubversiva.

Con toda seguridad Huidobro o no pocos de los integrantes de la guerrilla que integraba el ministro de Defensa sufrieron la tortura a manos de militares.

Hoy, desde el mismo dominio, Huidobro pretende hacer lo que hicieron los militares desde el poder que él detenta. Parafraseando al hispanista inglés, podríamos decir: la tortura no es privativa de ninguno de los bandos en pugna.

HÉCTOR LANDOLFI

Exdirectivo de la industria editorial argentina

HÉCTOR LANDOLFI


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