Cruzan a pie el río para ir al médico o a la escuela

Hace veinte años que una correntada se llevó el puente en este paraje cercano a Villa Traful. Desde entonces varias familias cruzan a pie las aguas heladas para ir a la escuela, a la proveeduría o al médico. Historias de desamparo en la cordillera profunda.

CUYÍN MANZANO | NEUQUÉN

En Cuyín Manzano, pobladores esperan desde hace 20 años que les construyan un puente

Durante un temporal el río creció y se lo llevó. Nunca más lo reconstruyeron y los pobladores viven a diario una odisea.

En la cordillera profunda, donde la vista se pierde y la existencia allí parece imposible, familias enteras resisten en soledad los embates del clima y el olvido de los gobernantes.

Cinco kilómetros más allá del paraje de Cuyín Manzano, dos familias esperan desde hace 20 años que el Estado reconstruya el puente que cruzaba el río Cuyín Manzano. A principios de los años 90, con un temporal el río creció, el agua bajó con fuerza y se lo llevó.

El incidente les cambió la vida por completo: desde entonces quedaron aislados. Para llevar forraje a los animales, comprar víveres, ir al médico o a la escuela, deben cruzar el río de a pie, a caballo o en verano cuando está bajo con algún vehículo. Cuando llueve o hay deshielo, el río viene caudaloso y pasan días sin poder cruzar.

“Con el tema de los deshielos se complica porque el río baja con mucha agua. En invierno si viene un temporal de lluvia o algo, se nos corta el paso. Tengo tres hijos en la escuela y hay veces que tengo que cruzarlos a caballo o directamente no pueden bajar”, cuenta Segundo Chamorro, nacido y criado en el paraje. Su familia vive en el lugar desde hace más de 100 años. No por casualidad lleva el mismo nombre de aquel primer pionero que llegó a Cuyín Manzano y tuvo doce hijos, don Carlos Segundo Chamorro.

El resto del mundo

El resto del mundo queda al otro lado del río. La escuela se encuentra a cinco kilómetros: tres kilómetros hasta el río, y otros dos más hasta el pequeño poblado o paraje que lo conforman unas 50 familias.

Chamorro cuenta que cuando quedan aislados, la única alternativa es cruzar la cordillera por campos privados hasta la Ruta 237, en La Lipela. Son al menos dos horas y media a caballo.

“Algunas veces lo hemos hecho. Mi mujer perdió un embarazo y tuve que salir como pude para ver a un médico”, agrega.

“Antes, cuando éramos pibes, había un puente que facilitaba las cosas. Era un puente para pasar un vehículo, de madera pero con cimientos de hormigón”, cuenta.

En helicóptero

En una oportunidad, en medio de un temporal que los había dejado totalmente aislados, fueron evacuados y asistidos en helicóptero. “Yo hasta anduve una vez en helicóptero”, relata a modo de anécdota.

Chamorro vive en una humilde casa junto a su mujer y sus tres hijos de cinco, siete y diez años. En una casa contigua, vive su madre de más de 70 y una hermana de él que es discapacitada. La familia tiene ovejas, algunas vacas, chivas y caballos. En temporada de caza Chamorro trabaja como guía baqueano, en verano hace cabalgatas para los turistas y el resto del año la familia vive de los animales. Usan garrafa para cocinar y tienen una pantalla solar desde hace dos años que les alcanza para tener luz y a lo sumo una radio prendida.

“Estamos acostumbrados”, dice, pero no quiere resignarse. Junto con los Cornelio, otros vecinos que saben lo que es vivir “de este lado del río”, reclamaron a Parques Nacionales, la Comisión de Fomento de Traful y el gobierno provincial la construcción del anhelado puente.

El pedido aún rebota por los pasillos de la burocracia estatal.

Sergio Cornelio tiene 29 años y vive solo en una antigua y precaria casita de piso de tierra y techo bajo. Como Chamorro, cuenta con un bagaje familiar que le da ese sentido de pertenencia a la tierra. La casa queda un poco más lejos que la de Chamorro, a unos 7 kilómetros de Cuyín.

“El dolor que se siente”

Cuando el tiempo y el río lo permiten, su madre, su hermana y su padrastro lo visitan y le llevan víveres. Tiene algunos animales, pero no mucho más que eso.

“Lástima que no se puede graficar el dolor que se siente al salir del agua, al punto de congelamiento”. Así describe Luisa, la madre de Sergio, el cruce del río Cuyín cuando el nivel del agua está bajo y se puede cruzar caminando.

Luisa vive en Villa La Angostura pero viaja a Cuyín a llevar mercadería y visitar a su hijo. Está preocupada por la situación, pero alberga la esperanza de que alguien tome la decisión y construya el puente.

“Estamos luchando hace muchos años por un puente. Hemos ido a Parques personalmente y todavía estamos esperando. La pelotita corre de allá y para acá. De Parques a Provincia”, comenta Eugenio Pillancar, pareja de Luisa.

“Si llovió, el río sube, sea invierno o verano, subió el río y no se puede cruzar. En el verano que es la mejor época el agua llega hasta la rodilla. No hay que esperar a que pase algo. Allá arriba no va ni un agente sanitario, Sergio estuvo tres semanas tirado enfermo y nadie lo pudo ir a ver”, agrega.

“Para todos los políticos que han andado, Cuyín Manzano termina en la costa del río. Nunca nos llegó ayuda para los animales ni nada”, señala Eugenio.

Pese a la implementación de programas, desembolso de subsidios y fondos para las áreas afectadas por la erupción del volcán Puyehue-cordón Caulle en el 2011, “de este lado del río” lo único que llegó es la ayuda de los voluntarios del Grupo de Rescate de Villa La Angostura que les llevaron agua.

Es el interior del interior, ese “margen del mundo” donde las campañas políticas no llegan, tampoco los políticos, ni siquiera las promesas que al menos sirven como punto de partida para un reclamo.

Igualmente, “de este lado del río” no pierden la esperanza de que, como alguna vez el agua se llevó el puente, otro día cambie su suerte y alguien decida reconstruirlo.

Mariana Fernández

mfernandez@rionegro.com.ar

El paraje

Cuyín Manzano se ubica a unos 30 km de Villa Traful por la Ruta Provincial 65 y a 11 km de Confluencia por la Ruta 237.

Es un pequeño paraje inserto en un valle, a orillas del río homónimo. En lengua mapuche, significa “manzana arenosa”.

En Cuyín funciona una escuela albergue y una Asociación de Fomento Rural. Viven pocas familias, la mayoría vinculadas a dos: los Chamorro y los Cornelio, las primeras familias pobladoras de la zona.

Los pobladores mantienen una economía de subsistencia, vinculada a la cría de animales, y desde hace algunos años principalmente en verano algunos se dedican a la actividad turística como guías baqueanos, cabalgatas, avistaje de cóndores y venta de artesanías mapuches. También el Parque Nacional Nahuel Huapi destinó tres cotos de caza de ciervo colorado que explota actualmente la AFR.


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