Cuánto daría
La peña
Jorge Vergara
jvergara@rionegro.com.ar
Supongo que los cansamos de tanto preguntar. Siempre lo mismo, pero valía la pregunta cuando de mirar al futuro se trataba.
Ahora, a la distancia, las cosas cambiaron y cuánto daría por volver el tiempo atrás, por volver a serlo aunque sea por una hora.
La pregunta era ¿cuándo vamos a ser grandes?. Y no era casual, surgía cuando con insistencia nos decían eso no es para chicos. Las vedas infantiles eran muchas, y ante tanto límite preguntábamos cuándo seríamos grandes para poder hacer todo lo que nos estaba prohibido.
En realidad no era tanto como prohibido, pero recuerdo que un día hasta me dijeron que Pepe Sánchez, una tira que venía incluida en la revista “Intervalo”, no era para chicos. La solución era leer en el baño y listo. Jamás le encontré algo que me pareciera muy subido de tono, aunque tal vez desde la mirada de los padres se veía distinto.
Lo concreto es que lo que uno tanto espera, crecer, tener novia y otras tantas cosas que llegan con la edad, también llega con problemas y si uno lo mira desde lejos, la infancia fue infinitamente mejor. Los grandes problemas de chicos eran, hacer mandados, usar determinada ropa, cortarse el pelo y comer comidas que no siempre eran de nuestro agrado, son pavadas a la par de las cosas que suceden a los adultos.
Por eso imaginé que la infancia podría durar un poco más. Así son las cosas, los chicos quieren ser grandes y los grandes quieren ser chicos. Una cuestión difícil de entender.
Lo que nos queda es el recuerdo imborrable de aquel tiempo donde mandaban los pantalones cortos. Zapatos que se lustraban los domingos, pero si era necesario los miércoles también. El zapato era sinónimo de no jugar al fútbol ese día, de algún acto patrio o simplemente porque ese día se les ocurría mandarnos a la escuela vestidos distintos.
Lo del guardapolvos era cosa seria. No había modo de que durara limpio toda la semana, a menos que uno estuviera todo el tiempo quieto o en penitencia. El lunes el guardapolvos lucía limpio, impecable, almidonado y hasta con ese aroma del jabón que dura un rato. Ese día más o menos zafaba, pero el martes o miércoles ya volvía sucio de la escuela y tal vez con ese cinturón que traían en la espalda colgando, porque cuando corríamos era el primer lugar donde nos agarrábamos.
Cómo me gustaría volver por un rato a la infancia y jugar al fútbol con las naranjas agrias de las plantas de la vereda, esas que en el norte se usan para sombra. Eran duras, muy duras, pero había que ser muy precisos para pegarle como correspondía. Además eran gratis ,porque no había pelota que durara y resistiera a tanto trajín.
Cuánto daría por volver a formar la orquesta que aturdía al barrio, que sólo respetaba la hora de la siesta y que sonaba como los dioses cuando se ponía a tocar. Una rama del nogal para cada músico, aunque el palo más destacado era para m i primo Gualo que tenía la guitarra eléctrica más reluciente del pueblo. Naranja de un lado, blanca del otro, con cuerdas que ni se escuchaban cuando el laterío de las múltiples baterías se adueñaba del lugar. También se apoderaban del tiempo, porque a no ser que en casa o en la de algún vecino se cansaran de tanto ruido, perdíamos noción de las horas que llevábamos haciendo tanto bochinche.
Cómo me gustaría volver a la añorada curvita a hacer gala de nuestro manejo de bicicletas, cuánto daría por una carrera de domingo donde competíamos apenas por un trofeo que a veces era sólo simbólico. El club organizador era pobre, y había cuatro o cinco trofeos de batalla que nos entregaban ante el público, pero que el mismo lunes volvía al club para la próxima carrera.
Ojalá fuera posible volver a ser niño aunque sea por un par de horas.
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