Culpas exportadas

Nos guste o no, los "lobbies" existen. Convendría que las autoridades no buscaran satanizarlos.

Con cierto orgullo, distintos integrantes de la nueva administración, entre ellos el ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, nos han informado que durante algunos días lograron eludir a los «lobbistas» extranjeros, categoría que según parece incluye al presidente del gobierno español, José María Aznar, quien, como es lógico, quería minimizar las pérdidas sufridas por las empresas de su país, sobre todo las del sector financiero. Al afirmar que se negaron a recibir sus llamadas telefónicas, buscan crear la impresión de que el presidente Eduardo Duhalde y sus colaboradores están luchando heroicamente para defender al pueblo contra un ejército de lobbistas desalmados encabezados por los banqueros españoles, pretensión «nacionalista» que no ha causado ninguna gracia en España que, por casualidad, ocupará la presidencia de la Unión Europea hasta mediados del año. Aunque la mayoría de los españoles está en favor de «ayudar» a la Argentina, de seguir dedicándose el gobierno duhaldista a difundir la idea de que en última instancia los responsables de la situación calamitosa de nuestro país sean los financistas y magnates petroleros de Madrid, la buena voluntad así reflejada no tardará en transformarse en desprecio, actitud que ya han adoptado diversos medios de comunicación españoles que se han dado el gusto de tratar a la clase política argentina como si a su entender fuera un conjunto de mafias conformadas por ladrones y demagogos de la peor calaña concebible.

Que los lobbistas empresariales existan y que se esfuercen por sacar provecho de sus contactos con los políticos no es exactamente nuevo. Si algo ha cambiado, esto es que a partir de las privatizaciones los capitanes de la industria cortesana local se sienten en desventaja frente a sus equivalentes norteamericanos y europeos. Pero, nos guste o no, su presencia es una realidad inmodificable y por lo tanto convendría que las autoridades se resistieran a la tentación de satanizarlos, limitándose a tomar en cuenta sus pedidos y advertencias sin por eso dejarse influir por nada que no sea el bien común. Puede que Duhalde y Lenicov consigan anotarse algunos beneficios políticos pasajeros mostrándose «duros» con Aznar, pero extrañaría que los costos de los conflictos así provocados no resultaran ser muy elevados.

Las empresas extranjeras que han invertido sumas colosales en el país y que han logrado a raíz de ellas réditos excelentes, se ven ante la alternativa de quedarse con la esperanza de que luego de un período de estrechez la Argentina reanude el crecimiento o, caso contrario, de emprender una retirada por suponer que les resultaría más provechoso trasladar sus operaciones a lugares más hospitalarios. De más está decir que es del interés del país que decidan mantenerse, por prever que a pesar de sus dificultades actuales un día la Argentina logre levantar cabeza. Sin embargo, de convencerse de que la hostilidad hacia España, que se ha hecho manifiesta últimamente gracias no sólo al fervor antilobbista de Duhalde y el empresariado bonaerense que lo acompaña, sino también a las actividades de individuos como el camionero Hugo Moyano, será una parte permanente del escenario argentino, podrían decidir emular a sus antecesores británicos, optando por un bajo perfil por motivos netamente políticos, lo cual nos privaría de una fuente de inversiones que no estamos en condiciones de desdeñar.

El aislamiento resultaría emotivamente satisfactorio para muchos y materialmente beneficioso para una pequeña minoría, pero como estrategia político-económica no podría ser sino contraproducente. De intensificarse como consecuencia de la implosión económica los sentimientos no sólo antiespañoles sino también antibrasileños, antinorteamericanos, antibritánicos, antiitalianos, antichilenos e incluso antibolivianos que por diversos motivos están agitándose en el subconsciente nacional, la Argentina pronto se encontrará sola en un mundo que no tiene por qué solidarizarse con ella, lo cual, huelga decirlo, no la ayudaría en absoluto a superar los muchos problemas gravísimos que no fueron ocasionados por la malevolencia ajena, sino por la ineptitud realmente extraordinaria de sus propias elites.


Con cierto orgullo, distintos integrantes de la nueva administración, entre ellos el ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, nos han informado que durante algunos días lograron eludir a los "lobbistas" extranjeros, categoría que según parece incluye al presidente del gobierno español, José María Aznar, quien, como es lógico, quería minimizar las pérdidas sufridas por las empresas de su país, sobre todo las del sector financiero. Al afirmar que se negaron a recibir sus llamadas telefónicas, buscan crear la impresión de que el presidente Eduardo Duhalde y sus colaboradores están luchando heroicamente para defender al pueblo contra un ejército de lobbistas desalmados encabezados por los banqueros españoles, pretensión "nacionalista" que no ha causado ninguna gracia en España que, por casualidad, ocupará la presidencia de la Unión Europea hasta mediados del año. Aunque la mayoría de los españoles está en favor de "ayudar" a la Argentina, de seguir dedicándose el gobierno duhaldista a difundir la idea de que en última instancia los responsables de la situación calamitosa de nuestro país sean los financistas y magnates petroleros de Madrid, la buena voluntad así reflejada no tardará en transformarse en desprecio, actitud que ya han adoptado diversos medios de comunicación españoles que se han dado el gusto de tratar a la clase política argentina como si a su entender fuera un conjunto de mafias conformadas por ladrones y demagogos de la peor calaña concebible.

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