Elsa Drucaroff: “Hay que incluir el amor en el pensamiento”

La escritora participa hoy del encuentro literario. Entrevistada por “Río Negro”, habla de la importancia del arte y de pensar con los afectos.

TERCERA FERIA PAGONICA DEL LIBRO

Elsa Drucaroff es escritora, crítica literaria, profesora en Letras egresada y doctora en Ciencias Sociales de la UBA. Hoy, la autora de “El último caso de Rodolfo Walsh” participará de la Tercera Feria Patagónica del Libro, en una presentación y un plenario.

Drucaroff investiga y enseña Literatura Argentina Contemporánea y Teoría y Crítica Literarias en Filosofía y Letras (UBA) y ejerce el periodismo cultural. Hablando a propósito de su obra “El último caso de Rodolfo Walsh”, Drucaroff la define o mejor dicho, se define en cuatro frases.

A saber:

1.- “Lo personal es político”: “Es una idea muy poderosa. En realidad, es una consigna clásica del movimiento feminista de la década del 70 en Europa, que subraya que las relaciones de poder no solamente se discuten a nivel macro, política de Estado o de una sociedad masiva, sino dentro de las relaciones personales, de la familia, de la pareja. Entre padres y madres, entre mujeres e hijas o padres e hijos se debaten correlaciones de poder que no son sólo porque los padres o madres son buenos o malos, aman o no. Se articulan con elementos de política que atraviesan las familias. No sé… Quién lava los platos en una casa es un problema político: si dos personas trabajan ocho, nueve horas afuera, regresan a su hogar y los lava la mujer, es un reparto de tareas que se relaciona, evidentemente, con la política en lo personal. Hasta en la cama aparece, quién decide cuándo se hace el amor o cómo. ¿Quién maneja los gastos y toma las decisiones económicas importantes y quién las menores? “Recuerdo haberla dicho por “El último caso de Rodolfo Walsh”, una novela que si bien tiene que ver con problemas políticos macro, con la lucha armada de los 70, con Montoneros, con la muerte de María Victoria Walsh, traté de mostrar el manejo de las relaciones personales y cómo militantes revolucionarios, muy audaces y entregados a transformar la sociedad, no necesariamente tienen ese nivel de revolucionarismo dentro de sus vínculos íntimos.”

2.- “Pensar desde los afectos”: “Esta frase sí es mía… Estamos en una cultura que tiende a concebir los afectos como pura debilidad, como si los afectos nos quitaran fuerza. Pero la potencia de una mujer que sale a proteger a su familia en medio de la crisis del 2001, se pone a manejar un taxi, se hace motoquera, se relaciona con defender el amor, la casa, los hijos. Potencia que también poseen los hombres, no es un privilegio femenino. No hay reivindicación de la inteligencia que surge del amor. Me parece que no se puede construir un mundo mejor, más justo, pensando tácticas y estrategias políticas para lograrlo, solamente con la cabeza.”

– La cultura separa partes indivisibles de nuestra entidad humana.

-Es que todos pensamos con el corazón también. Para bombardear, como en este momento el gobierno israelí, un hospital, una escuela en Gaza, hay que bajar la cortina del afecto. Los nazis que dirigían un campo de concentración y apretaban el botón que hacía salir en el gas Zyklon B y mataba cientos y cientos de niños, mujeres y viejos metidos en supuestas duchas, debían obedecer en términos racionales. Y en ellos es posible encontrar explicación a una aberración: es una raza inferior y es necesario eliminarla de la faz de la tierra por una serie de verdades, entre comillas, racionales, fundamentadas así, por lo menos. Hoy, el gobierno israelí dice que del otro lado hay fundamentalistas que los quieren exterminar y lo que hacen es en defensa propia. Siempre hay justificativos racionales y en nombre de cualquier causa se pueden cometer las atrocidades más atroces. Para no hacerlo hay que incluir el amor en el pensamiento. Yo eso, también lo dije pensando en la lucha armada de los 70, que por momentos se manejó con la misma ceguera. No llegó a realizar las monstruosidades del Estado, no comparto la postura de los dos demonios. En la novela me pregunto si cualquier buena causa justifica cualquier cosa? No, y para que no la justifique debe entrar la inteligencia del afecto.

-La tercera frase suya que recorté dice que “el arte permite desplegar cosas humanas”.

-El arte sirve para hacer preguntas sobre el ser humano, no le esquiva el bulto a las porquerías humanas. Es una herramienta extraordinaria porque permite canalizar en un territorio ficcional, porque en cualquiera de sus expresiones construye un mundo alternativo, un todo cerrado, una canción, una sinfonía, una novela, un poema, un cuadro donde volcar cosas de la realidad. Eso posibilita experimentar con cualquier dimensión de lo humano, con la más gloriosa, luminosa y hermosa, y también con la más oscura. En “Lolita” de Nabokov, habla, cuenta, un pedófilo, y eso no significa que Navokov lo sea, ni que vaya a haber más o menos perversos porque existe esa gran novela. Adentro del arte, ese personaje que a mi casa no entraría, desde mi biblioteca me está haciendo pensar un montón de cuestiones. Y en ese sentido, el arte es ilimitado. En “El último caso de Rodolfo Walsh”, uno de los personajes es un represor de un centro clandestino de concentración, un general totalmente metido en la represión ilegal. Y como personaje me exigió pensarlo. Yo no quería un demonio malvado sino pensar qué le ocurre a un tipo así. Tiene claroscuros como todo humano, un ser que no sentaría a mi mesa y debe estar preso, pero en la ficción pude manejarlo como un igual y escuchar sus razones. Los obras de arte que no permiten explorar las cosas con preguntas profundas, no son tales.

Y en la última, usted precisa: “si algo me gusta en este mundo es construir personajes”. ¿Hasta dónde ellos tienen una parte suya?

-Ah, sí, siempre. Uno los construye con sus fantasmas, sus porquerías, sus malos y buenos sentimientos. Sí… Por eso el arte, además de tener un valor hacia afuera, como espacio para hacer preguntas distintas, también lo tiene hacia adentro, como catarsis. El trabajo de creación tiene mucho de ponerse en los zapatos del otro. Debe haber cuestiones con las cuales identificarse, aunque sean horribles. Pero eso no significa que el represor Oddone soy yo. No tiene que ver conmigo, pero ciertas desesperaciones, ansiedades, ciertos miedos e inseguridades, probablemente se relacionan con algo mío.

Eduardo Rouillet

eduardorouillet@gmail.com


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