«Maldeniña», la novela de Lorena Salazar Masso: una balada triste sobre el abandono y la soledad
De una extraordinaria belleza, esta es una historia que parece escrita en voz baja. Su autora, la colombiana Lorena Salazar Masso, de visita en Buenos Aires por el Filba, habló con Lecton sobre "Maldeniña", su segunda novela.
“El atardecer llega frío, naranja y otra vez sin Papá”. Papá – así, sin nombre-, nunca está. Isa, su hija, que debe tener entre 9 y 11 años, lo espera, primero en el Hotel que regentea su padre ausente, y después en otros lugares que de a poco se van vaciando, como todo ese pueblo.
Isa es la protagonista principal de “Maldeniña”, el segundo libro de la colombiana Lorena Salazar Masso, publicado en la Argentina por la editorial Concreto. Maldeniña, así, todo junto, un término inventado que aún sin una definición precisa es todo lo que sufre Isa: abandono, ausencia, búsqueda, necesidad de un padre que le diga te quiero y la vea, dolores en la panza que quizás sean el paso a la pubertad, o el resultado del abuso de un borracho. Maldeniña: a partir del libro podría ser una palabra feroz, una maldición.
En esta historia mínima, suspendida en un tiempo sin fechas y en un espacio que se va deshaciendo entre polvo, amaneceres y atardeceres nada estruendosos, y entre casas cada vez más vacías, la autora colombiana recurre a un lenguaje poético y tierno, que nunca cae en la victimización ni en la sensiblería. La infancia, la de Isa, es una infancia vieja, gastada. Pero nadie se altera demasiado por eso: Isa decide no ir más a la escuela, come poco, anda a la deriva; no acepta el cariño de cualquiera, quiere sobre todo uno, el de su padre, el que no tiene.

El pueblo -“dos hileras de casas como dientes torcidos en la boca de un loco, un pueblo querido de a ratos, que no existe en el mapa”- está tan abandonado como Isa, y como todos los habitantes que entran al hotel o al bar: las malqueridas, Gil, Bere, Dora, la tía José, Vargas el cantinero.
El lugar y el tiempo quedan suspendidos en una atmósfera que evoca la desolación cansina de Carson McCullers y su “Balada del café triste”, pero también a William Faulkner y sus casas desmoronadas por dentro, a Rulfo y su Comala de murmullos.
“Maldeniña” no se sostiene en la trama -pasan muy pocas cosas- sino en la experiencia: la del abandono, la del deseo de afecto, la de las canciones tristes que suenan en la cantina (desde “Balada para un loco” a la voz de Chavela Vargas, pasando por esa maravilla que es “Cucurrucucú Paloma”).
La novela transcurre como en un desmoronamiento lento. Cuando empieza, Papá la manda a pagar cuentas, le reconoce su rapidez o lentitud para los quehaceres. Pero esa presencia intermitente, ese hombre que se va temprano y llega tarde, empieza a desdibujarse, a callarse más.
Lorena Salazar Masso nació en Medellín en 1991, vivió en El Carmen de Viboral y luego en Quibdó, en el Pacífico colombiano. Esa geografía múltiple, atravesada por el río Atrato, la violencia estructural y el racismo, también habita su primera novela, “Esta herida llena de peces”, publicada en 2021, traducida a más de diez idiomas, y que a la Argentina también trajo Concreto. Ahora, de visita en la Argentina para participar del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires 2025 (Filba), habló con Lecton de este libro.
-De dónde surgió esa palabra tan hermosa y triste: maldeniña.
-No sé si aquí en la Argentina también, pero en Colombia existe el mal de ojo, y también el mal de tierra. Hay varios males de este tipo. En este caso, había una relación con un montón de síntomas que van más allá de lo físico: situaciones y síntomas inexplicables. Y por otro lado, en algún momento, yo estaba hablando con una amiga que también es escritora y por alguna razón ella anotó todo lo que conversamos ese día. Ella me preguntaba por qué escribía y le dije que tengo un interés por ahondar entre lo niño y lo viejo. Le dije: es como si fuese una especie de mal de niña. Ella lo anotó, me lo envió y lo guardé. Y cuando estaba pensando en qué le pasa a Isa, me detuve mucho en ese personaje que es una niña que habita entre adultos. Y ese concepto -maldeniña- fue incorporándose a la historia y me parece que resume muy bien lo que le pasa a todos los personajes.
-Hay algo de niña y algo viejo en Isa, como una infancia gastada.
-Esa infancia gastada es más un aprendizaje que esta niña toma de los adultos que tiene a su alrededor. Los niños aprenden todo, desde cómo comportarse, caminar, hablar, pero también la forma de querer y la forma de sentir dolor. Isa no va a la escuela porque no quiere y prefiere quedarse con sus amigos que son adultos y encuentra esa forma de sufrir por el padre, así como sufren los borrachos y las personas que van a la cantina. Ella aprende a través de esa convivencia y además esas personas aparentemente lejanas a ella, pues no lo son tanto porque todas tienen también un dolor, una ausencia que llevan a cuestas y se entienden entre sí y van formando una familia.
-Otro protagonista de la novela es el pueblo, un pueblo que no tiene nombre, “que nadie fundó”.
-Hay muchos lugares así, esos lugares de paso, donde paras y estiras los pies o compras algo para beber y tal. Me han llamado siempre la atención esos lugares tan aparentemente desolados para los que no somos de allí, pero que lo son todo para quienes tienen su casa allí . Todos los días hay un pequeño acontecimiento que hace que se sientan más en su hogar. Entonces, ese pueblo viene de pensar en este tipo de lugares y de una pregunta: ¿qué se siente o qué se sentiría habitar en un lugar así?
–Además de estar escrita con un estilo muy poético, hay ternura, pero nunca se subraya ni victimiza a Isa, nunca se remueve el dedo en la llaga. No hay golpes bajos.
-Cuando estaba en el proceso de escritura, no quise elegir una primera persona porque me iba a empalagar . Una mirada desde tan cerca iba a ser demasiado. Entonces, alejarme y tomar esa narradora que siente me ayudaba a tener un poquito de distancia. Por momentos, hacía que la historia se torne un poquito fría o un poquito más árida. Y por otro lado, el entorno viejo o adulto -me gusta más decirle viejo- equilibra un poco también esa carga emocional que puede ser el dolor, que puede ser una ausencia o un desamor también. Eso me ayudaba a bajar un poquito esa intensidad y a lograr el matiz puntual que tenía en mente, al que quería llegar para que estuviese un poquito esa ternura, pero que no quedase en una queja o en un lamento.
-Al principio del libro, el padre tiene una presencia más física y luego se va desmoronando como se va desmoronando todo.
-Sí, esa ausencia del padre que al comienzo la vemos como una ausencia emocional y que se va ampliando y va llegando al terreno de lo físico porque empieza a irse y a ausentarse días y días y semanas. Inicialmente lo pensaba mucho como un personaje al que le pasa algo y que se ausenta una y otra vez y la escritura me llevó a pensar qué le pasaba a este personaje. Por un lado, está esa concepción de que hay un abandono evidente y nos puede llevar a hablar de muchos tipos de abandono y de lo triste que es eso, más para una niña que no está con su madre, que entonces sufre un doble abandono, más doloroso. Pero por otro lado, también están las preguntas, que eran importante para mí más allá del juicio: ¿qué le pasa a este padre, ¿por qué se va? Porque a veces asumimos que los padres, cuando se convierten en padres y madres ya saben actuar y son buenos por naturaleza y no es así, hay un proceso de aprendizaje y no siempre los padres saben qué hacer. Un padre también puede deprimirse, aburrirse, entrar en angustia total, en fin, hay un montón de situaciones que le pueden ocurrir a este padre. Me interesaba mucho pensar eso y no solamente encasillarlo en abandono que sí que lo hay. Todos los personajes lo están, pero el mismo padre ha sido abandonado por que la madre que no está -no sabemos si murió o si se fue-, él también está solo y también carga un dolor. Me pareció interesante poner un poquito esa piedra en el camino.
-Aunque es un pueblo que se va como vaciando y todos los personajes tienen algún tipo de soledad o de abandono o de ausencias hay cierta esperanza en ellos…
-Todos estos personajes nacen de una tierra que ya tiene esa marca de abandono, entonces todos van a resonar con lo mismo. Y me gustaba pensar cómo todos tenemos una historia de abandono, por más pequeña que sea, cualquier cosa que haya representado un dolor -entre comillas- pequeño, pero que se haya grabado como un abandono. Todos los personajes tienen esa historia y todos se sienten acompañados en medio de esa soledad. Son un montón de gente sola y a la vez están juntos, lo que los transforma en una pequeña comunidad. Estos personajes responden a ese abandono y a la vez responden a un quehacer cotidiano que, visto desde afuera desde la ciudad, puede parecer insignificante. En el pueblo no hay nada, no hay conciertos, ni obras, ni siquiera un circo de pueblo y el acontecimiento puede ser que florezca una planta, que haya una cosecha de ajíes, entonces eso hace que se relacionen de otra forma entre ellos y con ese lugar pequeñito. Por otro lado, estos personajes no tienen grandes ambiciones, así como la novela no tiene grandes ambiciones más que sentarse a escuchar qué ocurre en el día a día de estos personajes. Personalmente, me gustó sentarme a escribir un libro así, sin ninguna pretensión de dar un mensaje. Yo quería escribir para tan solo intentar conocer este grupo de personas y también por supuesto pensar en temas que para mí son importantes y que sigo explorando hoy.
-Estás escribiendo algo ahora?
-Sí, estoy escribiendo. No tengo o no puedo hablar de una orden puntual porque está todo muy difuso, pero sí estoy explorando varios personajes femeninos; está también el tema de la soledad, que sigue muy presente pero que en este caso tiene muchas preguntas con respecto a la vida o a qué hay más allá, ese tipo de preguntas que nos unen como seres humanos y que de verdad es una especie de soledad total. Hay un montón de preguntas que se hace un personaje mujer y que tienen que ver con entenderse en un mundo donde estamos completamente desamparados y casi que el único Dios que conocemos o que podemos ver pues es la naturaleza. Ahí estoy…. Espero que el próximo año vea la luz.
“El atardecer llega frío, naranja y otra vez sin Papá”. Papá - así, sin nombre-, nunca está. Isa, su hija, que debe tener entre 9 y 11 años, lo espera, primero en el Hotel que regentea su padre ausente, y después en otros lugares que de a poco se van vaciando, como todo ese pueblo.
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