“Nuestras culturas al mismo tiempo producen idiotez y la sancionan”: preguntas y reflexiones en un libro que derriba prejuicios
Doctor en filosofía e investigador, Axel Cherniavsky publicó “La dispersión de la idiotez”, un libro tan ameno como erudito que cuestiona, enseña y nos pone frente al espejo incómodo de los prejuicios. "La única verdadera idiotez es el odio, la violencia", dice.
“Selfies, selfie sticks, Harlem shakes, the floor is lava, Candy Crush, planking, unboxing, pornfood, Pokémon Go, bird box challenge, mannequin challenge, kiki challenge, emojis y tiktoks: ¿nos estamos volviendo más idiotas? En los últimos años, con cierta regularidad, aparecieron en la prensa artículos que responden que sí, apoyándose en estudios científicos que observan una reciente disminución del coeficiente intelectual promedio de ciertas poblaciones. Esta pregunta y esta respuesta presuponen dos cosas: que la idiotez consiste en una deficiencia intelectual y que la deficiencia intelectual, al identificarse con la idiotez, es algo malo”.
Así comienza “La dispersión de la idiotez”, el nuevo libro del filósofo e investigador Axel Cherniavsky, editado por Tusquets, que se hace la aparentemente sencilla pregunta de qué es la idiotez, para descubrir que tiene la fuerza para desafiar nuestros hábitos intelectuales más arraigados, para cuestionar los valores más evidentes. El resultado es un ensayo tan ameno de leer como inteligente, que a la vez que entretiene con imágenes y referencias al alcance de todos, cuestiona, enseña y pone al lector frente al espejo incómodo de los prejuicios. En esta entrevista con RÍO NEGRO habló sobre su investigación, y sus conclusiones.
-La imagen del comienzo del libro es muy potente y muy actual, porque interpela a todos. ¿Ese fue el germen del libro? ¿O hubo otra situación que te llevara a investigar sobre la idiotez?
-Un poco sí, había empezado a sentir que a base de emojis y tiktoks nos estábamos idiotizando. Pero en realidad hubo algo más preciso, la sensación de una especie de paradoja y de una injusticia, la sensación de que nuestras culturas al mismo tiempo producen idiotez y sancionan la idiotez. La estimulan y, si la interiorizamos, después nos retan. Como la histeria en la Viena de Freud o la esquizofrenia, para Deleuze y Guattari, en el capitalismo de la segunda mitad del siglo XX: el sistema produce eso mismo que después condena. Queda más claro todavía si pensamos la idiotez como retraso, como lentitud. Nuestras culturas valoran la velocidad, se aceleran sin parar, pero es imposible que esa aceleración no produzca cierta inercia. La idiotez no es otra cosa que esa inercia, un producto natural del sistema, pero un producto condenado. Un desecho, basura. Eso es lo que me parece injusto, o por lo menos paradójico, porque una de dos: o aceptamos la idiotez o dejamos de producirla.
-Además de erudito, el libro tiene muchas menciones y ejemplos de la cultura pop, ¿cómo fue la selección de imágenes y fuentes para ilustrar la idiotez a lo largo del tiempo?
-Fue muy espontánea, en dos sentidos. Primero porque muy rápido se volvió evidente cuáles eran los campos más concernidos por la idiotez: el de la vieja psiquiatría (hasta que el cuadro clínico empieza a ser reemplazado por otros durante el siglo XX), el de ciertas obras literarias (Flaubert, Dostoievski, Faulkner, por ejemplo) y el de la filosofía. Pero después, en segundo lugar, uno se empieza a transformar en un curador, en una especie de recolector de idioteces, en una función de selección de idioteces. Ahí empezaron a aparecer todas las fuentes más populares. Tiene un momento algo vertiginoso, porque de a poco se empieza a transformar la mirada, y todo pasa a ser una idiotez. Uno deja de seleccionar para ver todo desde ese punto de vista y sentir que se está cayendo en una marmita de idiotez, que obviamente termina por hacer de uno el peor de los idiotas, el que cree que todo es una idiotez.
-¿Por qué es tan complejo definir la idiotez, quitarle la carga de prejuicios, de conceptos culturales que la rodean?
-Creo que en primer lugar es tan difícil porque es un valor. Como el mal o la fealdad. Entonces uno puede poner ahí adentro lo que quiera: la falta de inteligencia, la falta de imaginación, el exceso de voluntad, etc. Y si no puede poner lo que quiera, ya no se puede decir que sea una cosa determinada. Pero en segundo lugar, lo que lo hace más complicado todavía, es que es un valor escondido. A diferencia del mal o de la fealdad, no pensamos que la idiotez sea un valor; pensamos que es algo y que no sabemos lo que es. Y en tercer lugar, como si fuese poco, después descubrimos que ni siquiera como valor es tan estable. Es decir, a veces la idiotez es buena, funciona. Para aprender, por ejemplo, es necesario un momento de idiotez, confrontarse con los propios límites. Entonces al final resulta que ni siquiera podemos definirla como un valor negativo.
-¿Positiva, negativa, monstruosa, la idiotez toma formas muy distintas, definiciones distintas, ¿Cuál crees que es la más acertada para nuestros tiempos?
-Acá hay muchas respuestas posibles. “Retraso” puede ser una, por eso de que nuestras sociedades contemporáneas se definen muy específicamente por la aceleración (de los medios de transporte, de los flujos de información y dinero, etc.). “Inadaptación” podría ser, también, dado que en el campo psiquiátrico, ante la dificultad de definirla, la idiotez se fue transformando en eso. En efecto, la ventaja de la inadaptación como concepto es que no predetermina ningún contenido: todo depende de las circunstancias. Pero si pensamos que la más acertada es la más necesaria, diría que la injusticia. La única verdadera idiotez es el odio, la violencia. Pero si esta es la más acertada en general, no sé si lo es para nuestros tiempos en particular, aunque, habitantes indefectibles de nuestro tiempo, sintamos estos fenómenos particularmente de moda.
-Si tuvieras un minuto para presentarles a tus alumnos una síntesis brutal sobre lo que pensás sobre la idiotez, ¿Qué les dirías? ¿Tomás el desafío? ¿O es una pregunta idiota?
-No busquen definirla. Acéptenla sin prejuicios, observen cómo se mueve el concepto. No pregunten qué es. Pregunten cómo funciona. Entonces se les va a abrir un mundo. Van a descubrir un concepto salvaje, increíblemente rico, mutante, en el fondo infinito, que por más específico y extravagante que parezca, les va a dejar una enseñanza sobre algunos de nuestros conceptos en general. Nuestras necesidades prácticas nos hacen creer que son firmes, que sus límites son claros y distintos. Pero si dejamos en suspenso un rato esas necesidades para pensarlos desinteresadamente, nos damos cuenta que en realidad muchos de ellos son como el resto de nuestras herramientas: bastante rústicos, inventados sobre la marcha, inciertos, provisorios, perfectibles, versátiles… Su uso depende de nosotros, y por eso contienen una invitación a la libertad y un llamado a la responsabilidad.
Quién es Axel Cherniavsky
Doctor en filosofía por la Universidad de Buenos Aires y por la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne, Axel Cherniavsky (43) es Profesor adjunto de Filosofía contemporánea en la Facultad de filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires e investigador en el CONICET. Fue becario de la Comisión Fulbright, de la embajada de Francia y de la Région Île-de-France, entre otras instituciones. Como profesor, investigador y conferencista fue invitado por diversas universidades de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Es autor de Concept et méthode. La conception de la philosophie de Gilles Deleuze (París, Publications de la Sorbonne, 2012) y de Spinoza (Buenos Aires, Galerna, 2017), y director de contenidos en la plataforma de cursos virtuales faro.plus. Cuando le preguntan para qué sirve la filosofía, responde: “Para crear conceptos”.
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