Danza nómade

La bailarina y coreógrafa roquense María Laura Balmaceda cuenta su experiencia después de vivir y perfeccionarse durante casi tres años en Europa. Además, su viaje interior, siempre en busca de un movimiento distinto y constante.

Un bar abandonado. Dos mujeres en camisón que se chocan contra sillas y mesas. Los brazos y las manos extendidas. La mirada hacia ninguna parte. Ese limbo -representado en la obra de la reconocida coreógrafa alemana Pina Bausch «Cafe Müller»- fue la imagen que Pedro Almodóvar no pudo dejar pasar. La quiso para él. La quiso porque representaba a las mujeres de su película «Hable con ella». Por eso la incluyó y filmó a Darío Grandinetti llorando en el teatro mientras veía una de las mejores obras de danza contemporánea del planeta.

¿Y qué tiene que ver esto con una bailarina roquense que vivió en Europa? Bueno, desde ya el amor a la danza contemporánea, a la búsqueda constante de nuevos lenguajes corporales. Y, también algo de mística y casualidad: María Laura Balmaceda formó parte de los extras que, sentados en el teatro cerca de Grandinetti y bajo las órdenes de Almodóvar, admiraban tamaña obra de danza.

Esa y otras experiencias inolvidables son las que se suceden cuando uno inicia una travesía con una meta: crecer como artista. La historia es un poco ésta: hace unos meses María Laura regresó al Valle, después de vivir casi tres años en Europa. En su momento no se fue como tantos argentinos «huyendo» y en busca de un «mejor horizonte». Simplemente se fue con el objetivo de perfeccionarse como bailarina y de vivir unos meses en exterior. «Siempre quise emprender un viaje, tener una experiencia afuera. Así que se mezclaban dos desafíos: profesional y personal. Se trataba de emprender algo totalmente desconocido y además era la primera vez que dejaba mi país. Por eso fue bastante organizado. Hoy puedo decir que gracias a toda esa preparación previa logré un resultado más productivo y enriquecedor…», explica Balmaceda.

Empecemos más atrás: María Laura Balmaceda egresó del IUPA (Instituto Universitario Patagónico de las Artes ex INSA), perteneció al Ballet Río Negro en sus inicios y luego, a la compañía Locas Margaritas de Neuquén, dirigida por Mariana Sirote. Ya a los 22 años decidió independizarse y llevar adelante proyectos personales. Como coreógrafa e intérprete presentó varias obras: «Desolados tango», «Los ojos de la espera», «Sola y mal acompañada», entre otros. Sus trabajos se movieron con ella y fueron presentados en el Festival de Danza de Neuquén, en Buenos Aires, Madrid, Barcelona y otras ciudades.

Volviendo al viaje… la primera parada fue la capital de España. «En Madrid me contacté con la compañía 'Provisional Danza' y '10 y 10'. Son dos de los grupos más reconocidos de danzas contemporánea de allá. Esas dos compañías me aceptaron para asistir a las clases que tomaban los integrantes de la misma. Sin embargo, mi intención no era quedarme en Madrid sino partir para uno de los centros más importantes de la danza allá como podía ser Alemania, Francia o Bélgica. Casualmente conocí una bailarina belga y me inscribí desde España para hacer 'workshops' (cursos especializados), allá».

Es ahí cuando decide irse a Bruselas. «En Bélgica tenía importantes contactos de amigos que habíamos conocido en el IUPA y que estaban radicados en esa ciudad: Graciela Murga -pianista-, Jorge Demeyer -guitarrista- y Alejandro Petrasso -pianista clásico apadrinado por Marta Argerich. La idea principal era sólo quedarse un par de semanas y realizar algunos cursos. Sin embargo descubrí que siendo Bruselas un centro tan importante para la danza contemporánea valía la pena quedarse más tiempo y seguir tomando más clases, aprendiendo distintas técnicas y formas de trabajo. Además el desafío era el idioma. En Bélgica se habla francés y flamenco. En Bruselas se habla solamente francés. Pero las clases se daban en inglés porque eran cursos internacionales para bailarines de todas partes del mundo. Ahí tomé cursos de distintas técnicas de danzas como «fly and low», «realese» con profesores de Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Holanda, etc.».

Decidimos entonces con mi pareja -el músico roquense Luis Andrade- quedarnos cinco meses más para continuar el perfeccionamiento.

«En Bélgica hay dos grandes compañías de danzas: Anne Terese de Keersmaeker y por el otro lado Wyn Vanderkeybus. La primera ocupa el lugar que tenía en el teatro de la Monnie, Maurice Bejart. Keersmaeker -la directora belga mimada por el mundo actual de la danza- tiene su propia compañía y su escuela Parts Rosas. Yo tomé clases paralelas que daban profesores del staff de esas grandes compañías: Traore Fatuo, Karine Vincke, Daniela Graça, Nadine Ganase, Iñaki Azpillaga y Ted Sttofer, entre otros. Además como es una ciudad con muchísimos espectáculos, locales e internacionales, me pude nutrir de diferentes estilos y creaciones. Tuve la oportunidad de ver, por ejemplo, espectáculos de Emio Greco, Thomas Hauert, Vanden Heyden y Jennifer Lacey Meg Stuart».

Cuando el reloj interno les dijo «tiempo», Andrade y Balmaceda volvieron a Madrid. Ahora tenían más contactos, muchos nuevos amigos y ganas de seguir perfeccionándose y experimentando el «desarraigo creativo».


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