De la democracia inmediata a la contrademocracia

La democracia se consolidó, pero no es la democracia esperada», afirma el sociólogo brasileño Bernardo Sorj en un texto cuyo título es precisamente «La democracia inesperada» (Sorj, 2005). Además de la desequilibrante combinación de desigualdad social e igualdad política, lo inesperado del nuevo régimen que gobierna la mayor parte de Occidente es haber expandido la política democrática.

En nuestro país, la democracia ha dejado de lado la idea de transición para acercarse a la realidad de su consolidación. Un cuarto de siglo de vigencia ininterrumpida la hace acreedora de su ciclo más prolongado de toda nuestra historia. Junto a esa expansión se ha difundido la esencia contrademocrática, que es parte de la ambigüedad de la propia historia de la democracia. En el país no todo este tiempo fue «inesperado». Los sentidos puestos en las urnas el 30 de octubre de 1983 resultaron diferentes al voto liberado del 14 de octu-bre de 2001. También cuenta lo hecho fuera de cada contienda electoral: diciem-bre de ese último año, los diversos tiempos piqueteros del 2002, las acciones convocadas por Blumberg en el 2005 y la más reciente, en medio del conflic-to entre el gobier-no y gran parte del mundo rural.

Volvamos a Sorj y su idea de que la política democrática se encuentra en todos lados. Una afirmación convencional entre quienes están lejos de los partidos y las lecturas politológicas: debemos mirar menos los resultados formales -un hombre, un voto garantido por la Constitución- para destacar las «subjetividades» y la acción de algo semejante a una «democracia de la inmediatez». Esta afirmación ha dado pie a una suerte de fundamentalismo democrático en el sentido de experiencias ciudadanas no negociables. Quienes asumen esta «fe» sugieren que sólo cuenta la expansión del espacio público. Todo vale si es demanda y representación espontánea. ¿Quiénes son sus protagonistas? Son tanto los portadores como los sujetos de ese discurso, o sea un imaginado ciudadano de a pie, los hombres corrientes que creen ver la política como la continuación «natural» de sus prácticas y moralidad de sentido común. Lo «inesperado» del nuevo régimen contiene la confianza de ese tipo de ciudadano en condiciones de ofrecer la voz más «sincera» para la democracia. Para éstos los requisitos de la democracia encerrada en sus urnas y cuartos oscuros -la democracia electoral- no hace otra cosa que negar la naturaleza transparente de sus expresiones. La calle es su escena preferida. Y desde hace un tiempo, los medios audiovisuales. A ese mundo comunicacional recientemente se agregaron internet y la telefonía móvil. La «autoconvocatoria» es la manera en que se organiza su voz. La impugnación a los partidos y la desconfianza visceral hacia los gobiernos son parte de esta nueva gesta. Si bien todo pareciera caber dentro de las prácticas y los diversos lenguajes «de izquierda», las consecuencias de sus actos derivan muchas veces en expresiones de un polo contrario.

Hace unos meses, cuando el conflicto entre el gobierno y los ruralistas estaba en su apogeo, el politólogo Edgardo Mocca agregaba un nuevo nombre a esas expresiones. Hablaba de «democracia autoconvocada». Como tal refería al «vacío de las representaciones políticas y sociales (?) al mundo de la comunicación inmediata, de la emergencia instantánea de figuras que bruscamente saltan de la preeminencia en la asamblea local al liderazgo nacional, sin estaciones intermedias. En este reino de lo inmediato y lo fugaz, resultan sospechosos los partidos políticos, el gobierno (cualquier gobierno) es una amenaza».

Por otra parte el historiador francés Rosanvallon nos dice que el gran problema de la democracia contemporánea «es que se pasa fácilmente de la desconfianza positiva a la desconfianza negativa». Destaca que «la democracia actual es un régimen ambiguo porque porta un desarrollo de la actividad ciudadana y mucha capacidad de destruir los fundamentos del sistema. De allí la expresión ´contrademocracia´, que abarca organizaciones de la sociedad civil muy activas pero también otras que ejercitan una soberanía negativa, de rechazos». (Rosanvallon, 2007). La paradoja de esta soberanía negativa es que parte de una politización negativa -la impolítica- que funda su sentido en una demanda de mayor democracia. Esta contrademocracia no logra entenderse adecuadamente con la democracia electoral, especialmente por el momento fugaz de una elección que corta necesariamente cierto proceso deliberativo y da sentido a la legitimidad de un gobierno. A través de esta experiencia busca su destino, no la democracia misma -como expresión de mayorías que gobiernan- sino la menos democrática cultura política del liberalismo.

La otra paradoja de estas expresiones es que sus actores están convencidos de una espontánea sinceridad de oposición a un poder que los ofende. Sin embargo, esa manipulación del rechazo a «los clientes que son movilizados por los caciques políticos» nada dice de que su estado de opinión y expresión callejera sea parte de una penetración de nueva generación de los medios de comunicación. Rosendo Fraga daba cuenta de que el conflicto iniciado por las retenciones móviles no se hubiera desplegado como lo hizo si no consideráramos la actual «era de hiperconectividad». Cuenta cada vez más internet: «El mail no existió como fenómeno de comunicación en la crisis 2001-2002, pero sí en la del 2008 y en particular ha jugado un rol en los cacerolazos urbanos», afirma Fraga.

Estos actores son protagonistas de verdaderas coaliciones reactivas que no requieren de las urnas y que son fáciles de armar a pesar de su heterogeneidad. Y aún más, pueden incluir expresiones partidarias no siempre numerosas pero sí para ampliar su grado de exposición. Este tipo de coalición reactiva resulta más fácil de armar porque recurre a la idea simple «de rechazo» y a la posibilidad de producir un resultado inmediato.

GABRIEL RAFART (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Profesor de Derecho Político de la UNC.


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