De la ética de las convicciones a la ética de la responsabilidad
Por Pedro J. Frías
La máxima, muy conocida, es de Max Weber. Recuerdo que la invocó Felipe González, cuando era primer ministro socialista en España, porque de negarse a la incorporación de nuestra madre patria a la OTAN, decidió lo contrario, convencido de que era un paso necesario para «europeizar» España.
No recuerdo si Max Weber fundamentó su máxima, de modo que las razones que expongo me pertenecen y son sugerencias para cualquier gobierno.
En muchas situaciones debe prevalecer la ética de la responsabilidad, porque los gobiernos son gestores del bien común y garantes de las reglas de juego que la sociedad se da. Ya se sabe que el bien común -el de todos los todos del todo social- es comunicable a cada uno de nosotros para nuestra realización temporal y trascendente. Las exigencias del bien común, según su interpretación en cada circunstancia, pueden no coincidir con las convicciones del gobernante, porque también suele ser relativa su aplicación a la realidad. Una cuestión fundamental como el «default» puede suscitar respuestas diversas en el corto plazo.
También se pone en movimiento la ética de la responsabilidad por las agitaciones de la globalización. Se puede aceptar la multiplicación de las relaciones, pero hay que evitar las dominaciones muchas veces ocultas. Y esta celeridad de los cambios, que exige siempre estar a la altura de los tiempos y percibir sus signos, puede torcer opiniones del gobernante para que la responsabilidad imponga sus prioridades.
Si las convicciones de un gobierno están tejidas en una ideología sistemática, y sus opciones son dictadas por esa ideología, la responsabilidad lo obligará a moderarla en una mentalidad abierta. No se usan hoy las ideologías, aunque sí las creencias. La que se usa en la vida pública es la mentalidad, casi siempre dirigida hacia el centro político, ni a la izquierda ni a la derecha.
Si lo que necesita la Argentina son administradores estratégicos, atentos al mediano y al largo plazos, no hay duda de que las cuestiones complejas deben hacer prevalecer la responsabilidad y no la opinión del gobernante. Es legítimo querer otra salida, pero el gobernante debe acompañar a la sociedad en sus problemas, conforme a los valores objetivos. La subjetividad a veces debe sacrificarse, nunca la conciencia y los deberes del cargo.
En una sociedad tan fragmentada como estaba la argentina, las coaliciones transversales que se imponían al gobernante para sustentar su poder no pueden manejarse desde una ideología, porque la democracia es pluralista. La democracia pluralista exige una lucha limitada y las ideologías suelen provocar lo contrario. Tener esto en cuenta es esencial en este momento argentino. Un buen ejemplo, en materia de convicciones religiosas, lo proporciona el crecimiento de un ecumenismo genuino que enlaza a los cultos, sin que por eso haya que sacrificar la tradición religiosa a nuestro pueblo, que siempre fue tolerante con los disidentes.
Quiero aclarar que en el ámbito de los antivalores -como la corrupción, el individualismo, el relativismo, la pornografía, la extrema vulgaridad, etc.- el gobernante no puede tejer compromisos que impidan seguir adelante en la tarea de restablecer una cultura sana y docente, como lo han intentado las academias con la televisión, el Ejecutivo con la corrupción, la prensa con la información… Hay muchas iniciativas que demuestran el crecimiento de la sociedad civil, sobre todo en la solidaridad, y la cooperación entre ella y el Estado es indispensable para hacer frente a los desafíos de la globalización, pero también de los antivalores.
Mi larga vida me ha convencido de que las creencias religiosas pueden asociarse a mentalidades abiertas sin sacrificar el discernimiento de la conciencia siempre despierta. Pero en cambio las opciones ideológicas suelen ser tendenciosas, y no respetan los deberes que impone la responsabilidad de dirigir sociedades de cualquier tipo y, sobre todo, el Estado nacional, provincial o municipal. Creo que Max Weber tenía razón en advertirnos.
Si se recorre el libro «El Poder» de Julio César Castiglione, Ed. de la Universidad Católica de Santiago del Estero, se descubrirán todas las situaciones, curiosas algunas, en que surge la primacía de la responsabilidad.
(*) Presidente honorario de la Academia de Derecho de Córdoba y de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional.
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