De regreso al gradualismo


Alberto Fernández sabe que a la larga no habrá más alternativa a una mayor disciplina fiscal, pero también que serían excesivos los costos sociales y políticos de un “ajuste” feroz.


Alberto Fernández es presidente no solo porque Cristina lo hizo su representante, sino también porque prometió construir un modelo económico que sería radicalmente distinto de aquel de Mauricio Macri. Mientras estaba en campaña flirteó con la idea atractiva pero, por desgracia, fantasiosa, de impulsar el crecimiento repartiendo dinero entre los pobres para que las fábricas produjeran más y el comercio floreciera. Sin entrar en detalles, consiguió convencer a muchos de que en su maletín tenía, o que pronto tendría, un plan magistral.

Si bien ya ha pasado más de un año desde que el país se dio cuenta de que Alberto estaba por mudarse a la Casa Rosada, aún no ha visto nada parecido a un programa económico coherente. Luego de atribuir la falta de uno a la necesidad de llegar a un acuerdo con los bonistas y, a partir de marzo, a la pandemia, dijo al diario financiero más influyente del mundo que en verdad no cree en planes, lo que era razonable si aludía a los planes quinquenales del estalinismo, pero que así y todo sonaba raro. Sea como fuere, a esta altura puede preverse que la estrategia económica del gobierno de Alberto será muy similar a la que Macri hubiera puesto en marcha si no tenía buenos motivos para temer a los resueltos a defenestrarlo.

Lo mismo que Macri en su momento, tiene que pilotear un barco sumamente precario por el estrecho peligroso que separa la Escila económica de la Caribdis política. Desgraciadamente para ambos, el pasaje no es tan ancho como habrán supuesto antes de emprender viaje. En vísperas de iniciar sus gestiones respectivas, los dos parecerían creer que su mera presencia o, por lo menos, la ausencia de la persona que estaban por desplazar sería más que suficiente como para hacer factible el giro de 180 grados que reclamaban sus partidarios. Macri no pudo cambiar mucho. Tampoco podrá Alberto.

Desde el llano, cualquier político puede desempeñarse como un comentarista y decir, si es macrista, que es inviable una economía en que una proporción cada vez menor de la población se ve aplastada por impuestos recaudados para subsidiar las actividades de una clase política parasitaria y dar de comer a vaya a saber cuántos “ñoquis” o, si es un militante kirchnerista, denunciar con pasión la desigualdad estructural y la caída de millones de personas en la miseria, para entonces proponer “soluciones” drásticas. En la vida real, las opciones no son tan claras.

El gobierno peronista actual tiene más poder, y menos inhibiciones, que el de Macri, pero enfrenta un panorama económico que, debido en buena medida al parón ocasionado por la pandemia, además de la pésima reputación internacional de Cristina, es llamativamente peor. Mientras que Macri tuvo que adaptarse a la realidad política, Alberto no tendrá más alternativa que la de respetar la económica ya que, sin recursos, no le sería dado impedir que el conurbano poco productivo se hunda por completo.

Todo hace pensar que, después de probar suerte con algunas iniciativas osadas, una vez terminada la pandemia Alberto se inclinará por una variante del “gradualismo” similar al ensayado por su antecesor despreciado. Es que enfrenta los mismos problemas.

Sabe que a la larga no habrá más alternativa a un mayor grado de disciplina fiscal, pero también comprende que serían excesivos los costos sociales, y por lo tanto políticos, de un “ajuste” feroz.

A juzgar por los resultados de las elecciones más recientes y las actitudes reflejadas en las encuestas de opinión, una amplia mayoría de la población argentina es más centrista de lo que era apenas una década antes. Por lo demás, a diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo en que progresistas se enfrentan con conservadores, aquí la “grieta” que preocupa a tantos mantiene separados a los dispuestos a minimizar la importancia de la corrupción de los gobiernos kirchneristas de quienes son reacios a pasarla por alto.

Para que el país se levantara, sus gobernantes tendrían forzosamente que brindar a los sectores productivos más oportunidades para expandirse, lo que significaría favorecer a quienes el año pasado votaron mayoritariamente por el macrismo.

A comienzos de su gestión, Alberto procuró privilegiar a su propia base electoral, pero parece haber entendido que sería inútil continuar transfiriendo recursos a quienes se limitan a absorberlos.

Alberto, pues, está ante un dilema angustiante.

Por motivos comprensibles, no quiere elegir una estrategia parecida a la macrista, pero sucede que Macri, el que con toda seguridad hubiera preferido adoptar una política económica nada gradualista, también se vio constreñido a distinguir entre lo que a su entender era deseable y lo que, dadas las circunstancias, le sería posible.


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