Cuando el segundo quiere ser primero

Los partidos provinciales que logran ser gobierno siempre son coaliciones de líderes y organizaciones territoriales. Sus principales figuras consideran que la movilidad ascendente es lo mejor que le puede pasar tanto a la sociedad que gobiernan como al partido del que son parte. Es cierto que todo partido es una coalición de despliegue horizontal y vertical. La dimensión vertical en los partidos de provincias es de menor alcance. Estos cuentan con una escalera de pocos peldaños para que sus políticos profesionales puedan ascender.

Ciertamente, los partidos de despliegue nacional disponen de una escalera larga cuyo último peldaño los deposita en la puerta de la Casa Rosada. También en el Congreso Nacional. Aún hoy un gobernador peronista o radical –la trayectoria del Pro también lo confirma parcialmente– si fracasa en la carrera por la presidencia acepta una poltrona en el Senado. Un vice que no logró ser jefe político provincial también puede acomodarse en Diputados. Ambos, desde esos lugares, están en condiciones de volver al punto de partida y esperar un nuevo turno para intentar escalar el último escalón hacia la cumbre del Ejecutivo, provincial para uno, nacional para el otro.

En los partidos provinciales el premio mayor siempre es el Ejecutivo provincial. Y por mucho tiempo se lo pensó indiviso. El vice era un segundo, que debía esperar. Si tenía aspiraciones debía ser obediente. O al menos parecerlo. Durante los años que dura su segunda posición debía ser el hombre del gobernador en el congreso provincial. Esto le daba un poder que debía saber administrar. Mucho de la gobernabilidad dependía de ello. Asimismo, las bancas de legisladores provinciales y eventualmente nacionales estaban disponibles para ese vice con apetencias pero que no cuenta con el favor de todos. Accedía a ese reparto de acuerdo a las posiciones alcanzadas dentro de la organización. Otras veces era apenas un premio consuelo, una suerte de embajada con plazo fijo, en ocasiones para el olvido.

La fórmula

En estos tiempos la realidad coalicional de los partidos también se ve en la constitución de la fórmula para el Ejecutivo provincial. Esa sede da lugar a la cohabitación de dos líderes que se necesitan y complementan para ganar elecciones y sostener la gobernabilidad. El Movimiento Popular Neuquino aplicó dicha fórmula sin mayores dolores de cabeza. Al menos hasta el último recambio de hace tres años.

En todos los mundos partidarios los jefes municipales importan. En los provinciales cuentan más. Sobre todo si durante mucho tiempo no se dispone de la intendencia de la capital provincial y de ciudades relevantes. El liderazgo local, aunque sea de un pueblo del interior profundo, importa porque ofrece la experiencia de gobernabilidad. Además la consagración por el voto popular en ese mundo de “esencialismo provincialista”. Es el nicho del líder plebiscitado. Ese es un capital político exclusivo, siempre a mano para enrostrar a los políticos “de ministerios”. Ese es un punto de tensión que en la democracia electoral importa, aunque los electorados sean más volátiles y menos apegados a esos sentidos “localistas” de la política de los votos. Aquí la fuente de un conflicto de legitimidades.

Tensiones cruzadas

El Neuquén de la dupla Gutiérrez-Figueroa parece vivir el pulso de varias tensiones cruzadas. En parte porque el partido provincial no dispone de la escalera larga de los partidos nacionales. Quien quiso extenderla –Jorge Sobisch– fracasó rotundamente en el 2007. Hoy hay un vice que llegó donde llegó y quiere más. Aspira a ser primero. Mientras tanto el actual primero quiere repetir. La lógica institucional está de su parte desde que Neuquén habilitó la reelección de su gobernador por un período más. Aun así el actual vice mostró su desafección apenas se instaló su oficina en la Legislatura. Por ello sabe que su menú de opciones es limitado aunque ya dejó la marca de un vice distinto a sus predecesores. Dispone de la experiencia no muy distante de la segunda generación de los Sapag. Referimos a quien fue uno de los vice de Sobisch y luego gobernador por dos periodos. Jorge Sapag supo dosificar pragmatismo y sentido de oportunidad. Fue un maestro del equilibrio y gran administrador del tiempo político. También de la palabra. Por supuesto que contaba con el capital del apellido y un viento de cola para restaurar cierta idea de un Neuquén del Estado del Bienestar, aunque mucho de ese bienestar venía de la mano de las políticas nacionales de la era del kirchnerismo.

El Figueroa de la desafección cuenta con ese espejo pero no con el capital de trabajo de su predecesor. Si dispone de tiempo. Un tiempo que sume y no reste. Por eso su “desafección” será administrada por la fuerza de las circunstancias y no tanto por su voluntad. Esta dimensión propia de las lógicas competitivas marca la historia del último de los partidos provinciales con la más larga vida en el poder. Que por su origen peronista se conforma con ser un sistema de partidos en sí mismo, o sea gobernado por el juego de facciones que nunca llevan a fracturas irreversibles. Un sentido de sobrevivencia como organización de poder le permite evitar que las cosas se desmadren. Sobre todo con un capital electoral que se mantiene estable pero a la baja.

Por último es sabido que las diferencias tienen algo de ideológicas y otro tanto resulta de la disputa por hallar un nuevo príncipe para el futuro. Sobre esa base son recordados los conflictos en varias provincias. Vale mencionar en la década pasada La Rioja, Chaco, San Luis, Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego, entre tantos. Algunos tuvieron un final “destituyente” para los gobernadores a manos de sus segundos. Otros se cerraron en una tregua negociada.

*Investigador y docente de Historia y Derecho Político en la UNC.


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