Opinión Debates

40 años en democracia: ni utopía ni rutina

De la ilusión del ‘83 al desencanto actual, no debe olvidarse que este sistema no debe ser puerto de llegada, sino movimiento. Un repaso sobre los principales hitos de un proceso que pasó por distintas etapas en Neuquén y Río Negro.

En este tiempo de redes sociales los principios y valores básicos de la democracia son discutidos por algunos sectores políticos y de la sociedad civil. La democracia emerge no con el mismo significado para todos. A 40 años en democracia, recordemos que la memoria – como dice Canelo (2023)- no es para aferrarse a dogmas, es una práctica que debe mantenerse en movimiento. Por ello, en primer término, recordemos que Argentina retorna a la democracia en 1983 luego de la última dictadura, autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-83). Fue una coalición cívico militar encabezada por Videla y acompañada por Martínez de Hoz, destinada cambiar estructuralmente las relaciones sociales, políticas y económicas en favor de unos pocos y en detrimento de la mayoría social.

El ‘Proceso’ planteó un debate que hoy se pretende re-instalar: el Estado es ineficiente a diferencia de la actividad privada; la intervención estatal desalienta la inversión; el déficit fiscal es el primer causante de la inflación; la carga impositiva alienta la evasión.

Por lo tanto, el Estado debe limitarse a garantizar el normal desenvolvimiento de la economía, sin interferir en actividades que el sector privado pueda hacer. Un debate mal planteado. Antes bien, en la dictadura se pretendía pasar de un modelo basado en el Estado a otro sin Estado, ya que era el máximo responsable como si tuviera voluntad propia. Los militares lograron – además del terrorismo del Estado- sentar las bases de un modelo económico que, a pesar de las cuatro décadas en democracia y más de un gobierno, aún no se pudo desmantelar totalmente.

El inicio de la transición


En los años ochenta, se reactivaron la política y los políticos en plena dictadura. Se conformó la Multipartidaria (1981), de cinco partidos, cuyo objetivo era lograr una transición en pleno gobierno militar, y armaron una estructura de trabajo con la concurrencia de los principales dirigentes partidarios. Luego de la derrota militar y la rendición en la guerra de Malvinas, acción desesperada por medio de la cual las FF.AA intentaron relegitimarse, se produce una transición por colapso.

Se disolvió el silencio sobre la crueldad de los militares y facilitó un consenso anti-dictadura. Entre 1982 y 1983 la palabra democracia quedó instituida, todos los actores políticos y sociales se fueron posicionando y parecía que sería patrimonio de todos. Cada partido ofrecía enunciaciones y acciones para la transición hacia ella.

En segundo término, el 30 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín se convertía en el presidente de la Nación. Presentó la mayor capacidad para “leer” la situación nacional y liderar la Unión Cívica Radical a partir de una propuesta de ruptura a través de la disyuntiva: pasado vs futuro.

Su propuesta puso en valor la democracia como única vía, asociándola a un proceso de mayor igualdad social y en una reformulación de las relaciones Estado-sociedad. Más aún, permitió la modificación de enunciados políticos y la democracia emergió re cargada de expectativas. A pesar que en el escenario nacional había muchos indecisos, ‘independientes’ y nuevos ciudadanos, también existían certezas de lecturas políticas y predominó una ruptura con el pasado.

En Neuquén, por una parte, antes de conformarse la Multipartidaria y como antecedente a ésta, comenzó a reunirse Convergencia: dirigentes políticos, gremiales, empresariales, en total 26 auto convocados, cuyo objetivo apuntaba a revitalizar la política, con la consigna del repudio a la violación de los DD.HH.

La lucha por los derechos humanos, con el obispo Jaime de Nevares y las Madres de Plaza de Mayo en primera línea.

Hacían reuniones para activar la participación ciudadana y recrear lo político preocupados por la situación argentina y de la provincia. La integraban – entre otros- dirigentes radicales, peronistas, demócratas cristianos e intransigentes.

El MPN no participó al comienzo por diferencias y disputas con el PJ. Por otra, no se presentó un escenario fácil para los partidos nacionales, en particular, para la UCR y el PJ, frente a la hegemonía del MPN, que había logrado sintetizar las preferencias partidarias nacionales con una identidad provincial.

Si bien la figura de Alfonsín eclipsó las elecciones y el radicalismo luchó palmo a palmo con el justicialismo, mediante cortes de boletas el MPN logró ubicar 7 electores para presidente, que en el colegio electoral votaron por Alfonsín. Ante el desafío que representaban las fuerzas políticas nacionales, el MPN reiteró la estrategia tradicional de distribución de poder: Felipe Sapag en la gobernación y Elías Sapag en el senado nacional. En la Cámara de Diputados, por poca diferencia, y luego de una nueva elección por una mesa impugnada en la capital (Escuela 118), ingresó el peronismo, para lo cual colaboró el propio Sapag.

Nuevos ciudadanos


No era tarea fácil interpelar a la sociedad neuquina, que mostraba rostros diferentes, producto de los cambios que se venían dando con la radicación de personas provenientes de otras provincias desde los años 1970.

Estos nuevos ciudadanos aportaban sus culturas políticas y frente a la oferta del MPN definieron y dividieron su voto. Es decir, la competencia se desarrolló en tableros ubicados en dos niveles: el provincial y el nacional y la ciudadanía se posicionó con un voto más pragmático que ideológico y no asumió las divisorias del orden nacional.

De igual manera, Alfonsín colocó los cimientos de un tipo de democracia pluralista y tolerante. En los años ‘90 se produjo la aplicación de las políticas de capitalismo neoliberal de mercado, que pocos gobiernos posteriores pudieron o no quisieron modificar estructuralmente; aunque es de destacar que luego de la crisis de representación del 2001, se generó cierto bienestar y recuperación/ampliación de derechos sociales y políticos.

Para concluir, pasaron cuatro décadas de vigencia ininterrumpida de gobiernos elegidos democráticamente, tanto en el nivel nacional como local.

Pero de la ilusión de 1983, la democracia hoy emerge con cierto pesimismo, por una economía a la que le cuesta crecer – no olvidemos la pandemia y la guerra- con una inflación altísima y un porcentaje alto de la población en la pobreza. Es entendible que los ciudadanos oscilen entre la bronca y la resignación, entre la indecisión y la certeza y no se sientan representados por los políticos.

La sociedad está fragmentada y si bien existe un sector de altos ingresos y empresas con impensables ganancias, el resto mayoritario de la población precisa del mercado interno y de la protección del Estado. Éste debe cambiar las prioridades, no puede abandonar políticas sociales; es necesario encarar los problemas y conflictos que surgen desde la sociedad, reordenando y reconstruyendo la economía, para reducir las pujas por la distribución.

Consensos democráticos


Como bien afirma Rinesi (2013), la democracia ya no es una utopía como en los ‘80, ni una rutina como en los ‘90, menos un espasmo como en el 2001, pero no debe ser el puerto de llegada sino, movimiento: debe continuar con todas las modificaciones que sean necesarias. Ninguna transformación económica o institucional se logrará si no es con consenso de los actores políticos, sociales y económicos. Ello permitirá neutralizar las resistencias y oposiciones negativas. La permanencia y estabilidad de una democracia liberal depende de la solidez de los partidos democráticos y de la participación de sus dirigentes. Los entramados deben recuperar identidad y evitar hegemonías, porque avanzan los autoritarismos y la desintegración de las fuerzas políticas.

Observando el panorama internacional, hay que tener en cuenta que “las derechas avanzan a pasos largos y algunas de ellas no se limitan apenas a elevar el tono de voz, sino que procuran activamente traspasar o correr los límites de la democracia liberal” (Morresi, 2023).

En suma, es necesario prestar atención a las declaraciones que menosprecian el valor de la democracia, porque la entienden como un método permeable de abusos de las mayorías a las que ellos consideran que traban las minorías intensas y su desarrollo de la libertad.

La experiencia política de estos cuarenta años, revela que para ser gobierno es necesario generar (no solo en nivel discursivo) una amplia convocatoria de sectores que tengan anclaje social, para que el nuevo gobierno no quede bloqueado en el sistema político.


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