La afirmación de los derechos sobre Malvinas se estableció el 10 de junio de 1973.
Opinión Debates

Malvinas, 40 años después: distintos latidos del reclamo

En un escenario internacional que realza el valor estratégico de las islas, una argentina debilitada por eternas crisis suma consenso global a su exigencia de soberanía, ante un Londres con intereses y poder suficientes para ignorarlo. ¿Se necesitan nuevos enfoques?

En plena decadencia de su poder, de su imagen, de su inserción económica en el mundo. En plena decadencia de su funcionamiento como entidad social e institucional. Con casi el 40% de la población sumida en la pobreza y la exclusión social. Y la gravitación cotidiana que sobre el conjunto del país ejerce el cruel imperio de que “aquí, la vida no vale nada”. Un país donde se consolida y se extiende con rigurosos fundamentos, la convicción de “irse”, que impregna amplias franjas de las generaciones jóvenes de clase media, sometidas a una dura realidad que les machaca cotidianamente: en Argentina, la idea de progreso social está cancelada.

Este es el marco en que Argentina mantiene su legítimo reclamo por las Islas Malvinas. Reclamo que suena a tango lastimero de cara a la magnitud de la decadencia que se señala.

Duro o no, no hay sociedad para que ese reclamo siembre algo más que la emoción que proyecta el recuerdo de quienes derramaron su sangre en aquel territorio por decisión de una dictadura feroz. Sangre cara, sí. Duele esa generosa entrega.

Pero hoy, Malvinas late tenuemente entre los argentinos. Hoy laten con más fuerza, sí, temas de una cotidianidad signada por urgencias apremiantes. Urgencias donde se juegan vidas.

No hay olvido de Malvinas. Hay diferentes latidos sobre Malvinas.

El historiador Vicente Palermo – minucioso analista del diferendo – sostiene desde hace más de dos décadas, en los términos en que desde muy lejos en la democracia instaurada en el ´83, Argentina se hace “daño” con mucho de cómo reclama oficialmente las islas. Reflexiona Palermo que en ese periplo, de una manera u otra, la política oficial mantiene con diferente grado de insistencia, en ciertos temas .

Por ejemplo, poner bajo crítica, cuando no obstaculizar, cualquier esfuerzo de los malvinenses para desarrollar las islas. Lo malo es que esa insistencia siempre fue estéril para los intereses de Argentina y sólo cosecha resistencias a cualquier relación con nuestro país. En base a una ciega obsesión con “recuperar sin ninguna concesión” las islas, y en la equivocada creencia de que las aparatosas posturas malvineras conllevan réditos de aprobación pública, reforzamos la desconfianza y la ojeriza de sus habitantes. Tiempo malgastado.

¿Qué hacer para recuperar Malvinas? Fue la pregunta que este diario hizo a diplomáticos, académicos y unos pocos políticos.

A modo de confesión generalizada, el consultar con distintos analistas se logra un cierto consenso:

• Uno: no marginar el reclamo sobre de soberanía sobre las islas, pero no situarlo como condición excluyente que bloqueen el forjar alternativas de distinto rango, a fin de relacionar posiciones con Londres y los malvinenses.

• Dos: Esto implica trabajar por parte del Estado Argentino mudanzas en la cultura con que encara hoy el tratamiento del diferendo con Gran Bretaña. Implica aceptar que Londres no se inmuta por el reclamo de soberanía que aquí o allá en los organismos internacionales formula Argentina. Y en los que logra masivo respaldo. Pero inocuo respaldo en clave a sensibilizar a Londres.

• Tres: Forjar una política de mudanzas – no de renunciamientos – en materia de contenidos de política para recuperar Malvinas implica desplegar toda una pedagogía por parte del Estado, sobre en conjunto de la sociedad. Generación por generación. Política, claro, de resultados inciertos. Tanto como para que a los millones de argentinos aún por nacer, poco importe.

Por lo demás, como bien lo señala Rosendo Fraga en estas páginas, Gran Bretaña tiene hoy sobrados motivos para renovar su interés estratégico en seguir en Malvinas. (Ver aparte)

Para Londres, las islas, como base de ultramar, siguen teniendo relevancia estratégica como “puerta de acceso” a la Antártida y a los potenciales enormes recursos pesqueros y energéticos del Atlántico Sur. Por ello, difícilmente acepte una negociación que implique su retiro total de la zona.

Pero, como señaló a la agencia EFE el secretario ejecutivo del Centro de Estudios internacionales de la Universidad Católica, Ariel González Levaggi, “Argentina no va dejar nunca de reclamar. Quizás sea muy difícil que haya un proceso de negociación y una posterior recuperación de las Malvinas por la vía diplomática, pero este reclamo hace a la identidad internacional de la Argentina”. Y, como señala Fraga, la derrota de 1982, el escenario internacional y la opinión pública, hacen inviable cualquier camino que no sea pacífico.

La situación hoy es que Londres no tiene consenso internacional para justificar la ocupación. Pero tiene el poder para ignorar ese consenso.

En fin, como dicen los franceses cuando un tema de poder tiene muchos jaques: en el caso Malvinas, para Argentina hoy, “la mayonesa no cuaja”.

La emboscada de los supuestos…


Los estadounidenses Richard Neustadt y Ernest May son historiadores, rigurosos buceadores del pasado de los Estados Unidos. Dedicados por años a desentrañar el funcionamiento, a lo largo del tiempo, del sistema de decisiones de los titulares de la Casa Blanca en política exterior.
Hace ya más de 30 años publicaron un libro trascendental para explicar – desde sus perspectivas -, aquel funcionamiento “Los usos de la historia en la toma de decisiones” (1986) . Parte esencial de la obra reflexiona sobre los supuestos que dominan mucho de ese sistema. Allí hablan del más duro reto que tienen las suposiciones al forjar decisiones: “no revisarlas”.
Al ejemplificar sobre los costos que generaron a la política exterior de EE.UU. Esta ausencia de no “examinar suposiciones” desde las alturas del poder, Neustadt y May revisan políticas seguidas en Medio Oriente, Vietnam, Corea y un largo etcétera. En un tramo de las 382 páginas de su libro, señalan que “el asunto de Bahía de Cochinos de 1961 tal vez sea el caso clásico de suposiciones no revisadas” (*). Y destacan algunas de ellas:
• El asunto se caracterizó desde el principio hasta el fin por la ausencia de claridad en la toma de posiciones. No se reflexionaron abiertamente las discrepancias entre lo que esperaban y lo que estaba sucediendo.
• Los organizadores de las decisiones se aislaron de colegas que hubiesen podido desafiar sus suposiciones iniciales. El presidente Kennedy hizo otro tanto, a menudo inadvertidamente, porque la mayoría de aquellos a los que pidió comentarios o asesoramiento se sentían demasiado inhibidos para sondear las suposiciones subyacentes de él o para expresar las propias. Ellos eran demasiado nuevos para él y él para ellos (NdR: al suceder Bahía de Cochinos Kennedy llevaba apenas cinco meses en el gobierno)
Y Bahía de Cochinos terminó en un desastre para los EE.UU.
Ahora Argentina y, la Guerra de Malvinas:
Brevemente: El sistema argentino – la dictadura – que decidió ir a la guerra también definió desde supuestos que jamás revisó, a no ser después de la derrota:

Uno: El convencimiento que Gran Bretaña no reaccionaría, que se basó en que la decadencia de la economía británica que procuraba remontar, y lo logró, Margaret Thatcher, implicaba una decadencia uniformemente acelerada de su gravitación política – militar.
Dos: el convencimiento que los Estados Unidos, la administración Ronald Reagan concretamente, se quedaría callada. No intervendrían a favor de Argentina, pero tampoco para Gran Bretaña. Insólito convencimiento.
Convencimiento que alentó supuestos. Supuestos surgidos de hombres de rústico tramite neuronal, claro. Dictadores, claro.
(*) En abril del ´61, tras un largo año de entrenamiento por parte de la CIA en Honduras, 1500 furiosos anticastristas invadieron Cuba vía Bahía Cochinos o Ciénaga de Zapata. Objetivo: derrocar al régimen castristas. La CIA les había asegurado – aunque ella solo lo suponía -que el pueblo cubano se revelaría contra Castro. Kennedy encontró, ni bien asumió, los planes de la CIA. Dejó hacer. Pero tras tres días de combate, la invasión fue derrotada. El supuesto quedó en eso: supuesto.


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