¿Qué derechas?

Redacción

Por Redacción

El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil ofrece un nuevo momento para las derechas políticas regionales. Un tiempo en alza. Esta vez de la mano de un amplio consenso electoral.

No hay duda de que los cientistas sociales están perplejos. También las ciudadanías informadas, esas que llamamos “progresistas”. Como lo estuvieron en los años treinta de expansión de los fascismos. O en los ochenta del siglo pasado durante el consenso neoconservador.

Algo más que una cuestión conceptual está en juego. No alcanza la explicación que ofrece la teoría de la modernización. Tampoco una de tipo histórica genética. Ciertamente, una remozada teoría de la modernización que data de los tiempos de Fukuyama nos sigue explicando que a más desarrollo capitalista mayor democracia y mejores instituciones del progreso.

En cambio, otros, desde la dimensión histórico-política, buscan encadenar los liderazgos de la bancarrota moral con una seguidilla de proyectos y líderes regeneracionistas. Es una versión remozada de aquellas lecturas “revisionistas” que decían que el descenso al infierno que fue el nazismo no era otra cosa que la consecuencia irreversible de la ruina moral que significó el estalinismo. Bolsonaro no se explica sin Lula o Maduro, de la misma manera que Hitler no fue lo que fue sin Stalin y Lenin.

El laboratorio del científico social puede esperar. Importa la expectativa de futuro que ofrecen estas derechas. Saber si su actual verbo resulta compatible con democracias que aspiran a hacer menos desiguales a los desiguales. Sobre todo, para una época excepcional como la actual que, desde el fin de la Guerra Fría, parecía haber expandido las fronteras de las democracias con más derechos nominales y, en muchos casos reales, mientras paradójicamente se ampliaban las desigualdades sociales y económicas.

La cuestión no es sólo continental. Es definitivamente global. El verbo del nacionalismo, la religión –no importa cuál–, el racismo, la negación de los partidos, las pretensiones de unanimidad y el estar a favor de un Estado empequeñecido y decisionista, jugando con ciudadanías hiperconectadas, está haciendo decididos avances en Europa y Asia, además de su afirmación en dos gigantes de América como son Brasil y Estados Unidos.

Viejas nuevas derechas

Más complejas que el vacío que ofrece la antipolítica como ideología, estas nuevas derechas tienen sabor a mucho de las derechas del pasado. Pocas de las derechas de hoy reivindican a los fascismos del siglo XX. Las nuevas son variopintas. Imposibles de constituir una internacional. Muchas pertenecen al “nuevo populismo oligárquico, de impronta neoliberal”, como sostiene el historiador italiano Enzo Traverso. En este lote están Mauricio Macri y Emmanuel Macron. Traverso destaca la presencia del primero y su parecido de familia con el segundo en tanto “los dos pretenden encarnar la Nación y se han asignado la misión de salvarla, entregándola por completo a las fuerzas impersonales del mercado”

Bolsonaro pareciera sumarse a este lote, aunque toma cierta distancia con su vertiente de ultrarreligiosidad. Donald Trump por momentos parece también hacerles compañía.

Muchos cientistas sociales no creen pertinente calificar a todas las experiencias como fascistas. Tampoco nosotros. Aún así la denominación de neofascismo ha sido instalada para distinguir a alguno de ellos por el parentesco con movimientos políticos que llevan varias décadas de vida en Alemania y países del centro de Europa, los países nórdicos y de otras regiones.

El citado Traverso se siente más cómodo con llamarlos parte del posfascismo. Habría en ellos elementos de continuidad y de ruptura respecto al fascismo histórico. Por ejemplo, hace 80 años era impensable que un líder fuera mujer, como Marie LePen del Frente Nacional de Francia.

La cuestión conceptual no es menor. La vindicación de fascista –neo o pos– para algunos de los líderes y movimientos contemporáneos puede ser excesiva. Y si es atinente habría que ser más duros previendo que si llegan al poder estarían en condiciones de convertir en acción aquello que dicen. Recuérdese que muchos líderes, intelectuales y agentes de opinión de principios de los años treinta consideraron que el discurso de Hitler era sólo para la conquista de las masas, que una vez que accediera a la Cancillería sería aclimatado por las élites empresarias y las necesidades de la gobernabilidad. La historia nos dice lo que ocurrió, la barbarie de sus actos y e l mundo al borde de los infiernos.

Desde ya que el término “derecha” tiene un tono de combate, como el de “izquierda”.

Y resulta válido para un tiempo en que se restablece la dimensión binaria del conflicto político, aunque algunos pretendan insistir en que en una era posideológica cuenta el populismo en una banda y en la otra quienes lo enfrentan. Hay que volver a las lecturas de quienes insistían en que la díada izquierda-derecha no se había terminado, porque ambas dicen cosas distintas sobre la desigualdad y el autoritarismo. Lo cierto es que muchas de estas nuevas experiencias en marcha se parecen bastante al contenido de las viejas derechas, que en gran medida fueron anteriores a la catástrofe de los fascismos realmente existentes.

Finalmente, si la Argentina tiene antídotos para una radicalización a lo Bolsonaro no lo sabemos. Ya cuenta su antesala, que paradójicamente viene de la mano de la combinación de un pasado kirchnerista vestido de corrupción por sus enemigos y un macrismo fracasando en lo económico y con cuentas pendientes en su defensa de la moral empresaria. Los otros ingredientes no están lejos.

*Historiador, profesor de Derecho Político e investigador de la Universidad del Comahue.

Hay que volver a lecturas de quienes insistían en que la díada izquierda-derecha no terminó: ambas dicen cosas distintas sobre la desigualdad y el autoritarismo.

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Hay que volver a lecturas de quienes insistían en que la díada izquierda-derecha no terminó: ambas dicen cosas distintas sobre la desigualdad y el autoritarismo.

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