Dos economías

Anteponer los reclamos de la mayoría supondría perpetuar el atraso, e impulsar el desarrollo beneficiará a una minoría.

Según los voceros oficiales, la pesificación de la economía servirá para que la Argentina deje de limitarse a exportar hidrocarburos y productos agrícolas para comenzar a vender más bienes industriales en los mercados del exterior, sin tener que luchar contra las desventajas supuestas por una tasa de cambio adversa. Se trata de un objetivo que ya es tradicional. Virtualmente todos los gobiernos de las décadas últimas, incluyendo a aquellos que se veían acusados de aferrarse por motivos inconfesables al viejo «modelo agroexportador», se afirmaron en favor de promover la industria local para que consiguiera competir con sus equivalentes de Estados Unidos, Europa y Asia Oriental, pero a pesar de las diversas estrategias que se han ensayado la proporción del producto bruto nacional que se exporta sigue estando entre las más exiguas del mundo entero. Achacar esta realidad deprimente a nada más que la tasa de cambio no es muy convincente porque, al fin y al cabo, cuando el peso perdía valor a diario las exportaciones no aumentaron del todo.

Aunque a esta altura pocos negarían que el país se vería beneficiado si lograra contar con una multitud de empresas capaces de vender a los consumidores exigentes de los mercados más prósperos, es necesario reconocer que en el corto plazo por lo menos privilegiar a la exportación no contribuiría a frenar la tendencia de la economía a dividirse en dos sectores muy distintos: uno «primermundista» pero, desafortunadamente, muy minoritario y otro claramente «tercermundista» que propende a expandirse. Antes bien, lo agravaría, porque exportar supone la fabricación de bienes relativamente sofisticados, lo que a su vez requerirá empresas habituadas al uso de la tecnología más avanzada. Por lo tanto, un gobierno decidido a promover la exportación se vería constreñido a estimular directa o indirectamente la transferencia de recursos desde las partes menos dinámicas y pobres de la economía hacia las más modernas y más ricas, esfuerzo que será resistido por el grueso de la población que depende ya de actividades anticuadas que no son competitivas y que de todos modos no están conectadas con la exportación, ya del sector público que, como es notorio, no es productivo en absoluto. Así las cosas, de emprenderse un esfuerzo exportador realmente serio, con toda probabilidad el resultado inmediato no sería la creación de millones de fuentes de trabajo nuevas, sino la eliminación de muchas aún existentes.

Puede comprenderse, pues, la reacción negativa de los sindicalistas «combativos» y de los economistas que están vinculados con ellos ante el perfil que está adquiriendo la «nueva economía» duhaldista. Entienden que, no obstante la voluntad populista y distribucionista del presidente Eduardo Duhalde, los más favorecidos por los cambios que se han anunciado serán las grandes empresas -exceptuando a las financieras-, que en muchos casos han prosperado últimamente y que acaban de ver la licuación de sus pasivos a costillas de los pobres y de los pequeños y medianos ahorristas. Por supuesto que la interpretación de lo acaecido que prefiere el gobierno es un tanto distinta, pero el que muchos ya hayan llegado a la conclusión de que en el fondo nada importante ha cambiado porque la concentración en pocas manos de los recursos disponibles se ha hecho aún más fuerte que antes, debería serle motivo de viva preocupación porque significa que los conflictos sociales podrían agravarse mucho más de lo esperado. Sucede que en la Argentina actual, anteponer los reclamos de la mayoría, como pretendían Duhalde y sus simpatizantes antes de su llegada al poder, supondría perpetuar el atraso mientras que cualquier política que esté encaminada a impulsar el desarrollo será aprovechada por una minoría que, bien que mal, constituye la parte económicamente más avanzada de la sociedad. Cuando están en la oposición muchos dicen creer lo contrario, afirmando que para concretar la modernización del país habría de privilegiar a los sectores mayoritarios, pero en cuanto alcanzan el poder descubren que se habían equivocado, razón por la que, por increíble que parezca en vista de los antecedentes de Duhalde y Jorge Remes Lenicov, ya están haciéndose oír voces de quienes no vacilan en tildarlos de «neoliberales».


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios