Dos maestras ejemplo

11 de Septiembre

Roberto “Tony” Balmaceda

Nelia Vaccari de Laría es roquense, rionegrina de alma, con una memoria que es parte de los comienzos como valle agrícola productor y exportador. El nombre del Ing. Cipolletti y del Ing. Ballester, padrino de uno de sus hermanos, era tema recurrente en la mesa familiar. El término “irrigación” representa para ella campamento, canal grande, chacra, familia, trabajo. Y Barda Del Medio, donde fue trasladado su padre al concluir las obras del canal en el 30, le significa desarraigo, pero también amistades, estabilidad económica y su definición como mujer maestra. Finalizado sexto grado, su maestra de la escuela 37 Adela Núñez de Pesci le dice a su madre: “y qué va a hacer con Oscar y Nelia, no los vaya a dejar acá en B. del Medio, hay que buscar la forma de que se vayan a estudiar” y aclara “en Roca no había nada en Neuquén tampoco”. “Cuando llegaron los Ballester, mamá le sacó la conversación y la hija Meneca le dijo: Laura no te preocupes, yo voy a buscar un lugar en Bs. As.”. A los pocos días le avisa que le había conseguido un banco en “Nuestra Sra.de la Misericordia”. A la par su hermano, alojado en casa de unos tíos, estudiaría en el Colegio San José. Internada como pupila, recibe su título de maestra en 1944. Dado que no se produjeron suplencias, acepta ser nombrada en la proveeduría de Barda Del Medio unos meses. El nombramiento tan ansiado llegará por la perseverancia de sus padres y la gestión de Zslata de Padín, directora de la escuela 56 de Campamento, quien le sugiere aborden al gobernador solicitándole ubicación en alguna escuela. Al tiempo, alguien escucha en el noticiero su designación en Luis Beltrán. “Me comuniqué con los Salgado que trabajaban allí y me fui con mis padres, con cama y colchón a cuestas”, dirá entusiasta. “La esposa de Héctor Salgado, Alicia, me dice ‘vos te venís a vivir a casa’ y allá arranqué”. Al día siguiente junto con Salgado concurrió a la escuela 11, del director Cozzi, le dieron 4º grado y la primera clase la dio su anfitrión. “Los Lorente han sido alumnos míos allí”, rememora. Zslata Padín le ofrece el traslado a la 56, que se transformarán en los momentos más felices y recordados de su vida laboral. Recuerda a sus compañeras Mechela y Jacinta; la complicidad de Beba Laino en los encuentros con un maestro, a quien conoció en El Molino: Ítalo Laría, con quien formará una familia y compartirá vida laboral y gremial. Luego se desempeñó en las escuelas 168, 32 y la 274, hasta llegar al cargo de directora, sin abandonar jamás los encuentros con sus antiguas compañeras de trabajo y concurrir invariablemente el 11 a las 11, a la plazoleta Sarmiento a festejar el día del maestro. Es atenta, respetuosa, cuidada en sus modales y de cuestionadora firmeza. Carla Lorenzi de Rubina. A los cinco años llegó con su familia, de Italia a Allen, donde su padre fue contratado para trabajar como enólogo en la bodega de Biló. “Para mí la docencia era también un trampolín, yo me había anotado para seguir bioquímica, pero cuando llegué acá mi madre me dijo. No, 4 años afuera no, después te casás y anda a saber… “Y entonces me quedé sumisamente”, concluye. “Empecé a trabajar en María Auxiliadora con unas suplencias”. Cuando el peronismo dispuso como obligatoria la afiliación para ejercer la docencia Carla dijo “no, no me voy a afiliar”. “Hasta el 55 no pude dar clases, sí daba de música, vivíamos con lo que ganaba Edgardo, mi marido, que cobraba 180 pesos y habíamos comprometido un alquiler de 80”, un departamentito sencillo. Su padre, que desalquilaba una casa con amplias comodidades, se las ofrece por el mismo precio que pagaban. “El quería que nos hiciéramos responsables, lo que le pagábamos nos devolvía con creces con mejoras”. Derrocado el peronismo, una ley disponía que aquel maestro que no tenía otro cargo podía acceder a la escuela de adultos. “Nélida Alberdi era la directora, me dieron la primera sección. Después hice un curso para enseñar a leer con letras y números de color, me dio un resultado fantástico”. Por un nuevo decreto logra ser transferida a una escuela diurna, la Nº 38 de Stefenelli. “Me encontré con analfabetos y de padres analfabetos. Empezábamos con palotes haciendo aprestamiento, absorbían todo, eran como esponjas”. Las compañeras desfilan en el recuerdo, “Silvia Coriolani de Sáez, Teodolinda de Aristimuño… veníamos todas juntas en el colectivo. Como no pasaba a horario empezamos a venir a dedo, yo no podía quedarme a esperarlo por mis dos chicos”. La anécdota infaltable: “Pasó una chata con dos caballos cargada de zapallos, llegamos enzapalladas a Roca, muertas de risa… Yo tuve siempre asistencia perfecta en toda mi carrera”. Luego trabajó en la escuela 32 y concluyó su trayectoria en la 42. “Fui feliz trabajando siempre”. La reiteración de felicidad no extraña en alguien que se muestra amable, positiva, dinámica, sociable y comunicativa.


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