Drogas para volverse inteligente: ¿evolución o “doping mental”?

Las llamadas “smart drugs” están entre nosotros y con resultados probados. Distintos componentes químicos ya se venden en el mercado para acrecentar la memoria o la capacidad de concentrarse. Algunos científicos aseguran que constituyen un paso natural en la evolución humana; otros denuncian una nueva forma de “doping mental”.

Julious Kelp es un hombre brillante pero atribulado. Carece de sex appeal y es un cero a la izquierda para las relaciones humanas, sobre todo para aquellas que implican a una mujer. Es como si ciertas áreas de su cerebro no estuvieran desarrolladas.

Después de probar métodos tradicionales para obtener aquello que no posee decide apelar a su genio: inventa un misterioso compuesto que por unas horas, cada noche, lo transforma en Buddy Love, un tipo aún más inteligente que él mismo y dotado de una apabullante personalidad. Entre otras cosas, Buddy sabe conquistar chicas, besar y tocar el piano con talento.

“El profesor chiflado”, filmada en 1963 y dirigida y protagonizada por Jerry Lewis, es mucho más que una revisión al clásico de Robert Louis Stevenson “El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde”: es también un divertido retrato generacional acerca de las alucinadas obsesiones químicas que marcaron una época en Estados Unidos y el resto del mundo. De cómo una sustancia podía despertar energías dormidas al interior de la mente en procura de un hombre perfeccionado y pulido por la mano sin temblores de la ciencia.

Medio siglo más tarde las drogas diseñadas para empujar la inteligencia hacia horizontes imprecisos y muy pero muy lejanos son una realidad tan sorprendente como aquel cóctel que transformaba a Julious en Buddy Love.

Los estimulantes de los procesos cerebrales son conocidos también como nootrópicos y habitualmente se los denomina “smart drugs”. En los últimos 50 ó 60 años los nootrópicos han venido desarrollándose en paralelo a las drogas, digamos, recreativas. Sin embargo, no están ubicadas en los mismos espacios éticos ni orgánicos.

En teoría vendidos bajo receta y estricto seguimiento profesional, básicamente consiguen intensificar ciertas calidades y cualidades inherentes a la actividad neuronal. Un hipotético prospecto diría que son estimulantes de la memoria, químicos que aceitan los engranajes del mecanismo de la concentración, impulsores de unas energías más o menos ocultas capaces de producir mayor resistencia física y desatar incluso el apetito por la gloria eterna. Amén.

Como ocurre con otras experiencias cerebrales, los científicos no saben puntillosamente cuáles son los acordes del piano cerebral que pulsan estas drogas. Decantan su efectividad (y su música) por los resultados evaluados en numerosos tests.

Apenas un ejemplo: según un artículo de la BBC, se han realizado pruebas con voluntarios en perfecto estado de salud que luego de usar modalfinil, un neuroestimulante indicado para la narcolepsia, consiguieron mejores puntajes en los videojuegos, comparados con otros a quienes se les dio un placebo.

Un estudio del Programa Foresight asociado a la Oficina de Ciencia y Tecnología del gobierno británico asegura que “la competitividad que reina hoy potenciará que el uso de estas sustancias se convierta en una norma y ayudará enormemente a tratar a gente con problemas de concentración o memoria, además de mejorar la calidad del sueño”.

Piense en un mundo en el que una píldora podrá potenciar las habilidades intelectuales al punto de volver a los seres humanos más inteligentes, más enfocados y más comprometidos con sus tareas. Piense en un futuro en el que los nootrópicos habrán alcanzado tal grado de sofisticación que operarán como software neuronal. ¿Recuerdan Matrix y aquellas escenas en las que Neo aprendía artes marciales mediante el ingreso directo a su cerebro de un programa informático?

En el filme “Código 46”, una película inglesa dirigida por Michael Winterbottom, Tim Robbins interpreta a un detective que agudiza sus sentidos y habla idiomas desconocidos para él mediante la toma puntual de fantásticas pastillas.

Progreso, doping y hackeo

La ciencia y los filósofos de la ciencia están divididos acerca de los verdaderos alcances éticos de estas drogas. Para algunos las “smart drugs” constituyen un paso hacia adelante en el largo y agotador camino del progreso. Para otros constituyen una nueva forma de doping o “hackeo mental” con inesperadas consecuencias que no están siendo evaluadas tal y como se debería.

Para el matemático Marvin L. Minsky, del MIT Media Lab, en Massachusetts, “la actividad principal de los cerebros es hacerse cambios a sí mismos”. Y es justamente en el cerebro, no en la naturaleza exterior, donde se originan estas poderosas sustancias.

Las flamantes drogas de la inteligencia fueron creadas con fines que están en la orilla opuesta a las drogas recreativas. Mientras unas apuntan a la dispersión y al caos sensual o eléctrico, las otras fueron diseñadas para subrayar la concentración y el enfoque.

Por supuesto, entre el café de las mañanas de un empleado que quiere “despertarse” o las anfetaminas que tomaba como pastillas de menta Jean Paul Sartre y los nootrópicos de última generación existe una distancia tan grande como la que hay entre la primera computadora de varias toneladas de peso y el último “smart phone”, que cabe en la palma de la mano pero realiza ecuaciones aún más complejas.

Si el doping deportivo es una actividad tan instalada en la sociedad y en la elite de los deportistas, ¿no deberíamos estar hablando ya, aquí y ahora, de “doping mental”?

Para una hipotética entrevista de trabajo o la exposición clave de un informe en las altas esferas de una empresa o para rendir el examen más difícil de una carrera universitaria, ¿no irá mejor preparado quien tenga entre las paredes de su cerebro una muy pertinente droga capaz de hacerlo más inquisitivo, sagaz, competente y veloz que cualquier otro que enfrente la misma situación solito con sus pánicos, sus nervios y su alma?

El profesor Trevor Robbins, del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge, quien participó en la elaboración del informe del Programa Foresight, asegura que “a nadie le importa mucho si la gente toma vitaminas para sentirse un poco mejor, pero usar fármacos como una manera de prepararse para los exámenes podría plantear problemas éticos similares a los que tenemos en el mundo del deporte”.

Del cómic al cine

y a la realidad

Popeye engulle espinacas para obtener una fuerza que hiperventila su fuerza “natural”. La Máscara le concede singulares poderes y una excepcional autoconfianza al tímido Stanley Ipkiss. El Chapulín Colorado traga con esmero las pastillas de “chiquitolina” y el detective de la DEA Norman Stansfield, el malo malísimo de “El perfecto asesino” interpretado por Gary Oldman, se sirve sin agua y con gesto cruel una píldora armonizadora antes de dar curso a sus masacres.

En el recientemente estrenado filme “Sin límites” de Neil Burger, protagonizado por Bradley Cooper, Abbie Cornish y Robert De Niro, un escritor que sufre un bloqueo creativo acepta probar un pastilla que cambiará radicalmente sus capacidades cognitivas. Una droga que lo elevará a la categoría de genio “next generation” capaz de utilizar toda la capacidad de su cerebro.

Las cadenas de pensamiento (las que nos permiten cocinar, escribir un poema o llegar a la Luna) apelan a grandes cantidades de energía. Los circuitos neuronales pueden efectivamente ser excitados a través de “smart drugs” que refuerzan el fluido de sus impulsos eléctricos y la química a la que apelan y definen el cuerpo neuronal.

Las sustancias del futuro han comenzado a probarse hoy y no precisamente en ratones y monos. En rigor, desde hace años el metilfenidato es utilizado para tratar el déficit atencional en niños. Y el modafinil ha sido probado, además de en los campus universitarios, entre los soldados de Estados Unidos y Gran Bretaña para afilar sus sentidos en momentos de alerta.

Los nootrópicos ya cruzaron la frontera que dividía la salud de la enfermedad o el simple deseo experimental del compromiso académico. Miles de personas en el mundo comienzan a acudir en su ayuda para acrecentar su inteligencia. Quieren ser una versión perfeccionada de sí mismos.

Hay un dicho entre los científicos especializados que indica: “El cerebro funciona bien si sus neurotransmisores funcionan bien”. ¿Pero qué ocurrirá si comenzamos a ver cerebros que funcionan superbién a partir de superdrogas que incrementan la actividad de los neurotransmisores?

Hace un par de años un artículo de la revista “Nature” advertía: “En las universidades de distintos lugares del mundo los estudiantes compran y venden fármacos bajo receta no para volverse más altos sino para conseguir notas más altas o para aumentar su capacidad de aprendizaje”. La misma revista realizó una encuesta entre 1.400 adultos y encontró que uno de cada cinco había consumido Ritalin o Provigil (nombres comerciales del metilfenidato y el modafinil respectivamente) con el propósito de acrecentar su concentración o su memoria.

Bárbara Sahakian, investigadora y profesora de neuropsicología clínica en la Universidad de Cambridge, ha asegurado que el 17% de los alumnos en varias universidades de Estados Unidos admite haber usado metilfenidato.

Por fuera de los alegatos éticos, la tendencia está instalada y no dará un paso atrás. En uno de sus artículos dedicados al tema, la revista “Times” reflexionada con un argumento lleno de lógica, aunque no por eso menos perturbador: “Sería difícil argumentar en contra de la promoción y el uso de un potenciador de inteligencia sobre todo si se tratara de drogas que carecen de riesgos y están al alcance de todos. Imagine a una legión de investigadores del cáncer que consumen drogas inteligentes corriendo hacia la cura”.

Eso, imagine.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


Julious Kelp es un hombre brillante pero atribulado. Carece de sex appeal y es un cero a la izquierda para las relaciones humanas, sobre todo para aquellas que implican a una mujer. Es como si ciertas áreas de su cerebro no estuvieran desarrolladas.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora