Eludir la trampa de Hamas

El sorpresivo, despiadado y brutal ataque del grupo extremista palestino Hamas en el sur de Israel sacudió el tablero geopolítico de Medio Oriente y ha planteado un dilema tanto al Estado hebreo como a la comunidad internacional, porque la inevitable respuesta a esta agresión conlleva el peligro de hacerle el juego a los objetivos fundamentalistas y complicar los modestos avances que se habían logrado hacia la pacificación de Medio Oriente.

El mundo se ha horrorizado con los espeluznantes detalles de la operación de casi 1.000 milicianos de Hamas por tierra, aire y mar, en un nivel de coordinación nunca visto y que desnudó la falla más importante de seguridad de Israel en 50 años. El experto argentino Ezequiel Kopel destaca que los cerca de 1.300 muertos y 3.000 heridos “constituyen la mayor cantidad de israelíes asesinados en un solo día desde la fundación del Estado de Israel hace 75 años” y el equivalente a las bajas sufridas en 5 años de intifada, además de la primera pérdida de control territorial desde 1948.

Pero no fue sólo la magnitud y coordinación de la operación (que se calcula llevó más de dos años de planificación y un nivel de secreto tal que pasó desapercibida para la inteligencia israelí) lo que conmocionó al mundo, sino su salvajismo y ensañamiento. Las imágenes, difundidas vía redes sociales por el propio Hamas, muestran a civiles indefensos acribillados en sus casas y autos, niños y mujeres acorralados y ultimados a tiros, degollados o quemados vivos frente a sus familiares. Casi 150 israelíes y extranjeros, civiles y militares, fueron tomados como rehenes y llevados entre golpes y vejaciones a la Franja de Gaza, donde Hamas planea canjearlos por militantes presos en Israel o usarlos como escudos humanos.

Pasada la conmoción y el desconcierto inicial, en pocas horas el Gobierno y el Ejército israelí tomaron el control de la situación y comenzaron a responder con ataques aéreos a objetivos terroristas en Gaza, donde ya se habían contabilizado más de 2.300 muertos palestinos, muchos de ellos civiles y niños, dado que es muy difícil atacar sólo blancos militares en una ciudad donde viven apiñados casi 1,1 millones de los 2,3 millones que tiene la Franja de Gaza. Israel dio 24 horas para que esta cantidad de civiles abandone el norte de la región, ante lo que se presume será el inicio de una ofensiva terrestre.

La situación plantea una compleja encrucijada a Israel. Por un lado, no puede dejar impune semejante agresión a su territorio y a su población, que demanda al gobierno explicaciones por los errores y se ha unido en torno a un reclamo de seguridad, al tiempo que sabe que la intención de Hamas es arrastrarlo hacia una larga y sangrienta guerra de guerrillas y a una escalada de violencia general, que mine no sólo el apoyo y la solidaridad que Israel recibe de la mayoría de la comunidad internacional, sino además bloquear los avances logrados en años de negociaciones para normalizar sus relaciones con países árabes como Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein o Marruecos, y principalmente Arabia Saudita, el más poderoso e influyente.

Armar una estrategia inteligente es complicado para un gobierno como el de Benjamin Netanyahu, que para asumir pactó con los partidos religiosos más extremistas y dividió al país con su ofensiva sobre la Corte Suprema, con el único norte de salvarse de los procesos por corrupción. También su enfoque de despreciar a la Autoridad Nacional Palestina, el legítimo gobierno en los territorios ocupados y que a diferencia de Hamas reconoce el derecho de Israel a existir, quedó en jaque.

Está claro el derecho de Israel a defenderse y restaurar su capacidad de disuasión: los atroces crímenes de Hamas no pueden quedar impunes. Pero la crisis es también una oportunidad para que el país se reconecte con lo mejor de sus valores democráticos y evite una escalada total de consecuencias imprevisibles, que es la trampa a la que desean guiarlo sus enemigos. Y, con el apoyo de EE.UU. y la comunidad internacional, fortalecer sus lazos con los palestinos que sí desean un proceso de paz, bajo la fórmula de dos Estados capaces de convivir, y con los países árabes dispuestos a respaldar esta iniciativa.


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