Una nueva diplomacia
Suele decirse que la negociación diplomática “es la forma civilizada de disfrazar la fuerza con palabras, para que la paz no parezca una rendición, ni la guerra una torpeza”. En estos días de mucha zozobra a nivel mundial, sensación que se agiganta a medida que todas las partes redoblan sus apuestas en medio del polvorín de la guerra que estalló en Medio Oriente debido al programa nuclear de Irán, a la necesidad de supervivencia de Israel y al torniquete que aprieta Donald Trump y parece que nadie hace nada, esa definición toma vuelo.
La realidad de la situación parece ser aún más grave porque se han cambiado los parámetros tradicionales del ida y vuelta de “palo y zanahoria” que antes se llevaban adelante mano a mano, teléfono rojo o no de por medio o a través de la mediación que pensaba cada una de las palabras para negociar, por la verborrágica acción de las redes sociales que todo lo expanden minuto a minuto, en un peligroso y dinámico juego desde donde hoy se amenaza, se miente y se espía. No hay disfraz y es todo a cielo abierto.
Además, está la naturaleza disruptiva y casi bélica de muchos líderes políticos capaces de meter un elefante en un bazar sin que les importe el daño, lo que ha contaminado la política exterior convirtiéndola en una extensión de su propia imagen y estilo. Esto mismo significa que las decisiones, aún las más graves, están mayormente influenciadas por los rasgos de personalidad, antes que por un análisis estratégico profundo. Cuando esos líderes priorizan la fuerza retórica, la lealtad absoluta y los resultados inmediatos, el arte de la negociación, que se basa en la paciencia, la flexibilidad, el respeto mutuo y la búsqueda de intereses compartidos, se ve seriamente desafiado.
Así, la diplomacia de estos días se ha convertido en un espectáculo, donde los gestos de fuerza o los retos abiertos se adelantan a las negociaciones de puertas cerradas, ya que la inmediatez de las redes permite comunicar las posiciones de forma instantánea, a menudo sin la deliberación que solía preceder a las declaraciones formales. La combinación parece letal: redes sociales ultraactivas más personalismos, hoy pueden acelerar la escalada bélica y limitar la flexibilidad.
Con esta nueva arma de instantaneidad, las estrategias de presión han tomado mayor volumen y han reemplazado por ahora al diálogo constructivo, ya que lo que se busca es tensar la cuerda para forzar al enemigo a ceder, en lo que se conoce como “diplomacia coercitiva”, variante que puede incluir amenazas económicas, aislamiento y una guerra abierta de desinformación. La lógica detrás de toda esta metralla dialéctica es que la amenaza o la imposición de costos va a obligar finalmente al adversario a reconsiderar sus acciones y a buscar una salida negociada que favorezca los intereses de quien la ejerce.
Lo que al parecer no se mide es que un agravamiento del conflicto incentivado por declaraciones instantáneas puede ser incontrolable, ya que quizás la otra parte perciba la situación como una agresión inaceptable a su soberanía o su dignidad, lo que lo hace endurecerse en lugar de ceder y pone todo más difícil a la hora del diálogo. El acoso puede cerrar además los canales más tradicionales, haciendo imposible una comunicación efectiva y aumentando el riesgo de errores de cálculo.
Sin diálogo, el tacto negociador en su sentido más constructivo, el que busca el entendimiento mutuo, se vuelve imposible y es esto lo que se viene notando en este caso. Es decir que si se sigue por esta vía no sólo se perjudicaría el objetivo, sino que también puede haber muchos más costos para quienes lo ejercen y para el sistema internacional.
Esto no significa que la diplomacia esté muerta, sino que se ha vuelto un campo de juego mucho más complicado, donde habrá que adaptarse y buscar nuevas formas de tender puentes en un entorno de liderazgos más volátiles, un desafío enorme para la comunidad internacional a la hora de encontrar un punto de equilibrio que evite que las tensiones de la instantaneidad cierren todas las puertas y que las diferencias se resuelvan solamente haciéndole bajar la cabeza al enemigo. La no resolución negociada aún del conflicto Ucrania-Rusia debería servir al respecto para asimilar alguna enseñanza.
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