Educación para un mundo diferente

Cuando el economista Gerardo Della Paolera era rector de la universidad Di Tella, hacia el 2005, comentamos aquí algunas de las ideas que como educador había expresado en una entrevista periodística. Decía que cuando una sociedad tiene problemas fundamentales irresueltos necesita una clase dirigente sofisticada que conozca los problemas y que esté a la altura necesaria para encontrar soluciones. En el país existía un divorcio entre la gente capaz y los que lo dirigen políticamente, algo que no ocurría en Brasil, en Chile, en México o en Francia. Asistíamos a un fracaso de la instalación de una elite dirigente –pública y privada– que viva ciertos ideales cuando habla de la República. Pero, se preguntaba, ¿cómo hacer para que los capaces sean los que ocupen los sitios de dirigencia y sean ejemplo intelectual y ético para sus conciudadanos? Reconociendo que la renovación política es algo sumamente complicado, su respuesta apuntaba al mediano plazo y se refería en particular a la calidad de la educación. Estimaba que lo más importante para que se instalara una clase dirigente, científica y empresaria funcional con el desarrollo era la calidad de la institución universitaria. Para ello una universidad expendedora de títulos era inútil porque, cuando ella se masifica en un país en la situación del nuestro, se pierde la posibilidad de esa futura clase dirigente que nos es dramáticamente necesaria. Después del rectorado en la Di Tella este compatriota dirigió la Universidad Americana de París y es desde el año pasado presidente de la Global Development Network, una organización relacionada con la ONU y el Banco Mundial que se ocupa de la promoción de políticas de conocimientos interdisciplinarios para el desarrollo y que tiene su sede en Nueva Delhi (India). En este mes, participando en el congreso “Cómo integrarnos al mundo” que realizó CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola), retomó, con la experiencia de su trabajo en el ambiente asiático y el nivel internacional, el problema de la educación argentina en este tiempo. Su enfoque estuvo en sintonía con intereses de un auditorio comprometido con el desarrollo agroindustrial y las nuevas oportunidades comerciales del país (1). Los dirigentes de las agroindustrias, aconsejó, deberían preocuparse por saber adónde y a quién le están vendiendo y cómo vender con mayor valor agregado. Apuntó que, para integrarse a una realidad mundial que ha cambiado, el país necesita de ciertos replanteos en su sistema educativo, requiere dotar a sus juventudes de mejor y distinta educación; fundamentalmente, reenfocar objetivos de la currícula universitaria. Necesitamos, dijo, refiriéndose a las exigencias que ello plantearía, un inteligente esfuerzo cultural y pedagógico. Algunas de sus ideas en cuanto a lo que deberíamos hacer ante el desafío que implican los cambios que han sobrevenido en la política y la economía mundial son, transcriptas informalmente, las que siguen. El comercio y los patrones de relación cultural y económica de la Argentina han estado hasta no hace mucho casi exclusivamente vinculados al océano Atlántico y el mundo europeo. En ese universo residen casi totalmente nuestras referencias históricas cercanas y familiares. La educación ha estado íntimamente condicionada por esa relación. Estamos habituados a manejarnos con noticias de historia, geografía y cultura que privilegian a Occidente y casi ignoran el inmenso continente asiático, donde vive la mitad de los seres humanos del planeta. Pero la realidad tradicional ha experimentado una transformación profunda y para nada efímera, como lo muestran las rotundas cifras de nuestro comercio internacional, cada vez más imbricado con países del área asiática, particularmente China y la India. Ante ese cambio abrupto de los intereses comerciales del país y ante el futuro que anticipa, nos hallamos en una clara exigencia de reforma de la filosofía, los métodos y los contenidos de nuestro sistema educativo. Se requieren, dado que estamos en un mundo con problemas distintos, profesionales y técnicos dinámicos y competentes, dueños de conocimientos y habilidades actualizadas. Debemos preocuparnos menos por formalidades pedagógicas, horas de clase o cantidad de egresados y más por los contenidos, por la sustancia, pertinencia y eficacia de los conocimientos. Es necesario estudiar la cultura de los países asiáticos, conocer sus tradiciones, sus instituciones, la visión del mundo que esas gentes tienen. Hay que alcanzar, comprendiéndolos mejor, sabiendo qué piensan y cómo razonan los otros, el máximo nivel posible de empatía con ellos. En Asia, dice este estudioso que viene de un país asiático que tiene 1.250 millones de habitantes y que va en camino de ser en diez años la tercera potencia mundial, todo es distinto: la manera de ver las cosas, de negociar, de vivir, de hacer deportes… hasta la forma de divertirse. En los colegios hay que plantear la estricta obligación de un segundo idioma, que sería el inglés porque es el que ellos manejan. (Idealmente, y extremando las cosas en el sentido de lo óptimo, el conferenciante dijo que en lo futuro hasta habría que pensar en que nuestros hijos integren el idioma mandarín en su cultura). Su idea insistente: antes nos complacíamos pensando en las virtudes de ser un país del Atlántico porque Europa, cliente y proveedor, estaba enfrente, allí nomás. Ahora son Chile y Perú los que tienen ventaja estratégica, están en el Pacífico, la platea del nuevo escenario de las oportunidades económicas. Ya durante la presidencia de Frei, en los 60, los dirigentes chilenos se manifestaron conscientes de sus oportunidades para aprovechar el boom de las economías asiáticas que alumbraba. Hoy esos países nos llevan puntos en el marketing, relaciones culturales y servicios para la vinculación con esos países en despliegue. Habrá que apurar los proyectos de infraestructuras de integración física con nuestros vecinos chilenos para obtener fluidez de salida al mar pero sobre todo impulsar una actualización cognitiva en los planes de estudios y los contenidos en todos los niveles docentes relacionados con instancias que afecten negocios, tecnologías, industrias y turismo en que tenemos intereses presentes o potenciales en el continente asiático. (1) Una referencia económica del expositor: “Veo en estos momentos una Argentina a tres velocidades: el sector de la gran revolución, el agro, que es el motor del país, está a la vanguardia tecnológica y al que se lo sigue frenando con políticas distorsivas; un sector urbano de clase media relativamente estancado; el último es el de la pobreza presente en el Gran Buenos Aires”. (*) Doctor en Filosofía

HéCTOR CIAPUSCIO (*)


Cuando el economista Gerardo Della Paolera era rector de la universidad Di Tella, hacia el 2005, comentamos aquí algunas de las ideas que como educador había expresado en una entrevista periodística. Decía que cuando una sociedad tiene problemas fundamentales irresueltos necesita una clase dirigente sofisticada que conozca los problemas y que esté a la altura necesaria para encontrar soluciones. En el país existía un divorcio entre la gente capaz y los que lo dirigen políticamente, algo que no ocurría en Brasil, en Chile, en México o en Francia. Asistíamos a un fracaso de la instalación de una elite dirigente –pública y privada– que viva ciertos ideales cuando habla de la República. Pero, se preguntaba, ¿cómo hacer para que los capaces sean los que ocupen los sitios de dirigencia y sean ejemplo intelectual y ético para sus conciudadanos? Reconociendo que la renovación política es algo sumamente complicado, su respuesta apuntaba al mediano plazo y se refería en particular a la calidad de la educación. Estimaba que lo más importante para que se instalara una clase dirigente, científica y empresaria funcional con el desarrollo era la calidad de la institución universitaria. Para ello una universidad expendedora de títulos era inútil porque, cuando ella se masifica en un país en la situación del nuestro, se pierde la posibilidad de esa futura clase dirigente que nos es dramáticamente necesaria. Después del rectorado en la Di Tella este compatriota dirigió la Universidad Americana de París y es desde el año pasado presidente de la Global Development Network, una organización relacionada con la ONU y el Banco Mundial que se ocupa de la promoción de políticas de conocimientos interdisciplinarios para el desarrollo y que tiene su sede en Nueva Delhi (India). En este mes, participando en el congreso “Cómo integrarnos al mundo” que realizó CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola), retomó, con la experiencia de su trabajo en el ambiente asiático y el nivel internacional, el problema de la educación argentina en este tiempo. Su enfoque estuvo en sintonía con intereses de un auditorio comprometido con el desarrollo agroindustrial y las nuevas oportunidades comerciales del país (1). Los dirigentes de las agroindustrias, aconsejó, deberían preocuparse por saber adónde y a quién le están vendiendo y cómo vender con mayor valor agregado. Apuntó que, para integrarse a una realidad mundial que ha cambiado, el país necesita de ciertos replanteos en su sistema educativo, requiere dotar a sus juventudes de mejor y distinta educación; fundamentalmente, reenfocar objetivos de la currícula universitaria. Necesitamos, dijo, refiriéndose a las exigencias que ello plantearía, un inteligente esfuerzo cultural y pedagógico. Algunas de sus ideas en cuanto a lo que deberíamos hacer ante el desafío que implican los cambios que han sobrevenido en la política y la economía mundial son, transcriptas informalmente, las que siguen. El comercio y los patrones de relación cultural y económica de la Argentina han estado hasta no hace mucho casi exclusivamente vinculados al océano Atlántico y el mundo europeo. En ese universo residen casi totalmente nuestras referencias históricas cercanas y familiares. La educación ha estado íntimamente condicionada por esa relación. Estamos habituados a manejarnos con noticias de historia, geografía y cultura que privilegian a Occidente y casi ignoran el inmenso continente asiático, donde vive la mitad de los seres humanos del planeta. Pero la realidad tradicional ha experimentado una transformación profunda y para nada efímera, como lo muestran las rotundas cifras de nuestro comercio internacional, cada vez más imbricado con países del área asiática, particularmente China y la India. Ante ese cambio abrupto de los intereses comerciales del país y ante el futuro que anticipa, nos hallamos en una clara exigencia de reforma de la filosofía, los métodos y los contenidos de nuestro sistema educativo. Se requieren, dado que estamos en un mundo con problemas distintos, profesionales y técnicos dinámicos y competentes, dueños de conocimientos y habilidades actualizadas. Debemos preocuparnos menos por formalidades pedagógicas, horas de clase o cantidad de egresados y más por los contenidos, por la sustancia, pertinencia y eficacia de los conocimientos. Es necesario estudiar la cultura de los países asiáticos, conocer sus tradiciones, sus instituciones, la visión del mundo que esas gentes tienen. Hay que alcanzar, comprendiéndolos mejor, sabiendo qué piensan y cómo razonan los otros, el máximo nivel posible de empatía con ellos. En Asia, dice este estudioso que viene de un país asiático que tiene 1.250 millones de habitantes y que va en camino de ser en diez años la tercera potencia mundial, todo es distinto: la manera de ver las cosas, de negociar, de vivir, de hacer deportes... hasta la forma de divertirse. En los colegios hay que plantear la estricta obligación de un segundo idioma, que sería el inglés porque es el que ellos manejan. (Idealmente, y extremando las cosas en el sentido de lo óptimo, el conferenciante dijo que en lo futuro hasta habría que pensar en que nuestros hijos integren el idioma mandarín en su cultura). Su idea insistente: antes nos complacíamos pensando en las virtudes de ser un país del Atlántico porque Europa, cliente y proveedor, estaba enfrente, allí nomás. Ahora son Chile y Perú los que tienen ventaja estratégica, están en el Pacífico, la platea del nuevo escenario de las oportunidades económicas. Ya durante la presidencia de Frei, en los 60, los dirigentes chilenos se manifestaron conscientes de sus oportunidades para aprovechar el boom de las economías asiáticas que alumbraba. Hoy esos países nos llevan puntos en el marketing, relaciones culturales y servicios para la vinculación con esos países en despliegue. Habrá que apurar los proyectos de infraestructuras de integración física con nuestros vecinos chilenos para obtener fluidez de salida al mar pero sobre todo impulsar una actualización cognitiva en los planes de estudios y los contenidos en todos los niveles docentes relacionados con instancias que afecten negocios, tecnologías, industrias y turismo en que tenemos intereses presentes o potenciales en el continente asiático. (1) Una referencia económica del expositor: “Veo en estos momentos una Argentina a tres velocidades: el sector de la gran revolución, el agro, que es el motor del país, está a la vanguardia tecnológica y al que se lo sigue frenando con políticas distorsivas; un sector urbano de clase media relativamente estancado; el último es el de la pobreza presente en el Gran Buenos Aires”. (*) Doctor en Filosofía

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