El arte de desaparecer

En los mejores momentos, Andrés Fuhr tiene por costumbre desaparecer. Al igual que en un acto de alta magia, el músico puede, en un instante, estar y, al siguiente, esfumarse como un conejo dentro de un sombrero de copa. Esta es la prueba irrefutable de que estamos siendo testigos de lo más especial de su presentación.

Cuando Andrés se vuelve invisible es porque su arte y su figura han alcanzado el clímax. Curiosamente, este particular fenómeno climático no encuentra explicación en las palabras, ante todo porque es una certeza que solamente avalan las sensaciones. Un «no sé qué» nos susurra al oído: escucha, helo aquí, el segundo en que tu cabeza va darse vuelta.

Entonces sucede, abrazado a su contrabajo, acariciando los recodos más íntimos del noble instrumento que lo ha visto recorrer el mundo, tal y como haría un amante de novela victoriana, aunque con la celeridad de un jazzman de Nueva York: Andrés lleva a sus espectadores a una dimensión paralela. Un espacio donde no importan los dolores cotidianos, las causas perdidas, los amores desamorados, la lejanía o la conciencia de que aun para los seres humanos el tiempo es un enemigo implacable. Andrés traduce en sonido los millones y millones de partículas que nos rodean. Hace jazz con elementos etéreos.

Jamás me pregunto si este acto de ilusionismo ocurrirá o no. Soy un devoto creyente de su religión prerromana. Cuando unos minutos antes del show le doy la mano siguiendo el ritual en el cual coinciden cientos de personas antes de que las haga vibrar, lo primero que me cruza la mente es: qué bueno, va a ocurrir una vez más. Como el abrazo de un amigo, como el sabor del buen vino, como el olvido en la quietud de la noche.

Supongo que Andrés hizo algún tipo de trato paranormal con el destino, un convenio que le permite sortear obstáculos, escapar de los laberintos del miedo, de los callejones oscuros, de los bosques macabros de la incertidumbre para llegar hasta el escenario lleno de energía, repleto de vida.

Andrés ha convertido el acto pagano de la «salida» sobre todo en un pretexto para pasar la jornada al calor de su jazz. La virtud ajena protege nuestra inocencia.

Ahora sus caminos se hacen largos. El jazz lo llevó, junto al excepcional pianista Hernán Lugano, a distintos puntos de Europa. De modo que estas giras lo instalaron a la altura de sus sueños: pasar un par de meses en Europa y el resto del tiempo en el barrio. Y en los bares en donde ejecuta el jazz más soberbio e inteligente que se pueda escuchar en este país.

No tiene por qué cambiar. A estas alturas de los acontecimientos, sólo se le puede pedir que persista en un estilo de vida sin concesiones, que ya demostró ser tan único como efectivo.

Notas asociadas: ENTREVISTA EXPRESS ANDRÉS FUHR»Tocar el contrabajo es un abrazo profundo y un poco de manoseo, también»

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