“El Bulubú” trae la leyenda a la región

La pieza, dirigida por Mauricio Dayub, es interpretada por Osqui Guzmán.

Osqui Guzmán se pone en la piel de “El Bululú”, el entrañable personaje incorporado por José María Vilches a la leyenda del teatro argentino, y lo hace con una gracia e inteligencia que admiran.

En el escenario, que será hoy el de Choele Choel y mañana el de Roca (ver aparte), el actor remeda a su modo “El Bululú” sin traicionar su espíritu aunque confiriéndole una identidad propia, de argentino con ancestros andinos, de actor de raza capaz de adoptar sin invadir.

Guzmán viene de ganar premios por “El niño argentino”, precedidos por otros por sus interpretaciones en “Don Chicho”, “El grito pelado” y “Derechos torcidos”, y es de esos artistas que no se suben al carro de la fama y mantiene una destacada frescura.

Comienza ataviado con un traje del carnaval de Oruro como signo de identificación, al tiempo que confiesa la enorme atracción que significó para él a sus 18 años oír un casete con los textos dichos por Vilches.

Ese sonido y la entonación del actor muerto en 1984 fueron para él una obsesión durante años, desde que ayudaba a sus padres en su humilde taller de costura en el barrio de la Boca hasta que la falta de dinero lo hacía ir y volver a pie de sus clases de actuación.

El sueño se cumplió. Los autores del Siglo de Oro español -Lope, Quevedo, Moreto y Cabaña, Cervantes- reviven en la voz y la intención de Guzmán, gran mimo, con dicción adecuada, que planta el personaje en escena y le da el soplo mágico.

“El Bululú” era un actor trashumante, posiblemente de origen gallego, que recorría España contando historias y representando diálogos de varios personajes. “El Bululú” de Guzmán lo hace en un escenario porteño y evidencia una parte testimonial del actor. Guzmán se sorprende de que el Siglo de Oro haya coincidido con el mismo siglo en que España se llevaba el mineral oro robado a Bolivia y eso le da un toque de autenticidad a su actuación, que igual en todo momento es un dechado de inteligencia y sensibilidad.

El actor asume con plasticidad la ubicación de los personajes en los diálogos, les da vida e intención, muestra un entrenamiento físico poco habitual, cambia de ropa y caracterización con celeridad y arranca frenéticos aplausos en cada apagón, con la comunicación que pueden haber tenido aquellos viejos intérpretes.

La gran virtud del director Mauricio Dayub -con quien Guzmán compartió escenario en la reciente “El batacazo”-, es no haber querido repetir las rutinas del original, sino dejar al nuevo actor en la libertad de una recreación felizmente imaginaria.

Con la ayuda de Leticia González de Lellis mezcla textos propios con famosos entremeses -”Los habladores”, de Cervantes-, sonetos como “A una nariz”, de Quevedo y textos como “Elogio a la mujer fea”, de Lope, pero también emociona sin trampas.

Lo hace con su tersa versión del “Romance de la luna luna” y los dos romances de Antoñito el Camborio, de Federico García Lorca, que no molestan con su anacronismo dentro del unipersonal y sí dan muestra de la capacidad del intérprete, exacto en el ritmo y la intención.

Entre los argentinos, sólo Alfredo Alcón logró hace décadas hacer traslucir el verso lorquiano en toda su plenitud. Guzmán, actor absolutamente distinto por donde se lo mire, es el que lo sigue.

“`El Bululú`, escrito en la memoria de los espectadores, reaparece ante mí. Desde José María Vilches que no soñaba, que no cantaba, que no representaba (…) Ha dormido lo suficiente y antes de que su público se extinga, vuelve a despabilar con su teatralidad funambulesca las páginas de su repertorio”, dice Guzmán en el programa de mano.

Y lo hace gozoso de estar convocando a los viejos espectros, como un médium que agita en la memoria colectiva la imagen y la voz de Vilches, aquel maestro que calló hace 26 años y que gracias a él revive en el escenario. (Télam).


Osqui Guzmán se pone en la piel de “El Bululú”, el entrañable personaje incorporado por José María Vilches a la leyenda del teatro argentino, y lo hace con una gracia e inteligencia que admiran.

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