El cine que amanos y odiamos en el 2004

Se destacaron “Tiempo límite” y “Perdidos en Tokyo”. También hubo ruidosos fiascos como “Troya”.

Este tipo de elecciones siempre resultan secretamente caprichosas. Hay motivos de sobra para fundamentar una opinión, por supuesto, pero en el fondo, en algún interior oscuro y desconocido, las razones son otras. Tienen que ver con los sueños, el pasado, los deseos, las propias proyecciones y toda una batería de índole filosófica y psicológica. Como sea, a fin de cuentas aquí están, éstas son. “Río Negro” ha desarrollado su propia lista de las mejores películas que se pudieron ver durante el 2004, así como otra, más breve, en la que fueron incluidas las decepciones más resonantes del año. Hay algunas obviedades que vienen con diversos reconocimentos detrás y otras producciones que sin demasiado glamour pasaron por la pantalla grande y ahora se consiguen en video o en DVD, con las ventajas que conlleva este último cuando se trata de saber algo más acerca de lo que acabamos de ver. La selección incluyó una serie de películas de acción que no se encuadran dentro de la visión del cine como un arte culto sino que más bien están ancladas en una tradición que las convierte en herramientas de entretenimiento. Fue un buen año en este sentido y se destacaron títulos como “Hellboy”, “La batalla de Riddick” y “Yo, Robot”. También se incluyeron estrenos del 2003, pero que se consideró tuvieron la calidad para prolongar su estela un año más. Hubo proyecciones que pasaron inadvertidas a pesar de su calidad cinematográfica, entre ellas está el caso de “Tiempo límite”, con otra sobresaliente actuación de Denzel Washington. Y, desde luego, las que parecen no entrar en ninguna categoría como “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, con Kate Winslet . Hollywood, por supuesto, desembarcó con sus tanques, de los que algunos resultaron brillantes (“Collateral”, “El Señor de los Anillos”) y otros decepcionaron (“Troya”). El cine francoparlante tuvo su gran “hit”con las “Invasiones bárbaras”, de igual profundidad pese a los trece años de diferencia, que “La decadencia del imperio americano”. Con “Lost in traslation”, Sofía Copolla conmovió tanto como su padre, pese a que el tono es absolutamente distinto. Y con “21 gramos”, sacudiendo las conciencias, Alejandro González Iñárritu se metió en los grandes estudios. La lista, antojadiza, arbitraria y hasta abusiva, es una sólo invitación para que el lector viaje a lo largo de doce meses del mejor cine.

Diez películas para doce meses de fascinación

• La batalla de Riddick. Vin Diesel ha nacido para encarnar un héroe distinto en un universo ya saturado, justamente de héroes. Así parece entenderlo el propio actor que hasta hoy no puso un pie en territorios que podrían tragárselo en un segundo (el drama, por ejemplo). Diesel tiene “algo”, un gen extraño, una sintonía oscura con los diálogos y los personajes que encarna. Posee, entre otras cosas, esa profunda voz cavernosa, gutural y un físico que ya hubiera querido tener Sly Stallone. Pero no, Diesel no es heredero de ninguna otra estrella y podría estar por provocar un nuevo quiebre en la tradición artística del séptimo arte. Podría dejar su huella. Esta, “La ballata de Riddick”, es su mejor película desde “Triple X”. Superior incluso. El filme posee sobresalientes efectos especiales, una histora convencional aunque suficiente y la presencia de Diesel, heroico, si, pero al mismo tiempo tenebroso y muy inquietante. • Las invasiones bárbaras. 17 años después de que los hippies se volvieran cínicos en “La decadencia del Imperio Americano”, Denys Arcand regresa con esos mismo personajes a quienes el neoliberalismo ha vapuleado intelectual y espiritualmente. El sabio profesor que en los ‘80 se floreaba por sus conquistas y respuestas hoy batalla contra la muerte. El reencuentro con su hijo evidencia las contradicciones entre los sueños de una generación cansada y maltrecha y el pragmatismo de otra, desideologizada y astuta. Un filme escencial, una aplanadora anímica que atraviesa los husos horarios del cuerpo para hacer un nido en los sentidos. • Hellboy. De algún modo “Hellboy” es una película vieja abrazada a una tendencia nueva: la de los héroes monstruosos. Ya lo vimos con Shrek, el ogro verde y ahora se repite en “Hellboy”. El filme de Guillermo del Toro es además un personal homenaje al antiguo cine de terror. Hay circunstancias, detalles, finos juegos estéticos que nos recuerdan de donde proviene todo esto que hoy disfrutamos. “Hellboy” tiene un poco de Frankenstein y de aquellos filmes de los 20, los 30 y los 70, dedicados a la figura del Conde Drácula. Soberbios efectos especiales, un héroe duro y profundamente angustiado y, como siempre, la posibilidad de que el Mal se engulla definitivamente a este maltrecho mundo. • 21 gramos. Tras la sorpresiva “Amores perros”, Alejandro González Iñárritu vuelva a abordar el tema de la muerte, aunque con una densidad más profunda y melancólica, sin manchas de sangre y con los sentimientos a punto de estallar. La actuación toca los bordes de la majestuosidad con Sean Penn (especialmente), Benicio DelToro y Naomi Watts. Un encuentro de desesperados, un choque de cuerpos atribulados que están por prenderse fuego. ¿Cuánto vale esa mirada de Penn mientras maneja y recuerda? El nuevo De Niro conmueve a las butacas, le recuerda al mundo que una performance puede ser algo parecido a un milagro. • Tiempo límite. Hace ya más de una década Carl Franklin dirigió un filme de atmósfera saturada, asfixiante y original: “El demonio vestido de azul”. Entonces su protagonista fue Denzel Washington, un incipiente detective privado de color, el mismo actor que ahora encarna a Matt, un jefe de policía de Miami involucrado en un homicidio y un robo millonario, dos hechos que lo tendrán contra las cuerdas con un imaginario reloj de arena deshaciéndose sobre su cabeza. Un obra maestra del cine de suspenso. • Mi vida sin mí. ¿Cuáles serían las 10 cosas que harías si tu vida se apaga el mes que viene? Es cierto, que un film sobre una muerte joven no logre conmover es algo difícil, pero Isabel Coixet, apadrinada como Lucrecia Martel por Pedro Almodovar, pinta un fresco que desborda belleza y evoca la vitalidad de las relaciones. Su relato se vuelve urgente sin caer en el golpe bajo. Brilante trabajo de Sarah Polley, que interpreta a la críptica y desasosegada madre y esposa, una veinteañear en llaga que desciende hasta los zócalos más angustiantes de la desolación, sin por ello resultar inaceptable. • Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Si no fuera porque la pluma de Charlie Kauffman está detrás, habría que decirlo sin temor a sonrojarse, bueno, digámoslo de todos modos: ¡Qué rara que es esta película!. El director Michael Gondry trabajó junto al autor de “¿Quieres ser John Malkovich?” y obtuvo un exquisito melodrama ambientado en un futuro tal vez no muy lejano. Kate Winslet vuelve a resignificar su núcleo actoral alejándose más aun de la joven que protagonizó “Titanic”. Ya en “Humo sagrado” había probado la consistencia de su talento. Winslet no le teme al ridículo, ni a las necesidades física o psíquicas de sus personajes. Aquí junto a Jim Carrey, un gran actor por si hace falta decirlo también. • Yo, robot. Es el año 2035 y las máquinas empiezan a construir su propio camino. Por supuesto, los seres humanos están atravesados en medio y sin muchas luces. Sí, otra más de robots malos tratando de tomar el poder y de humanos aguerridos que quieren impedirlo. Los efectos especiales del filme de Alex Proyas, la sensiblidad estética con que se desarrolla la trama, lo logrado de las escenas de acción y la química de Will Smith, tranforman a “Yo, robot” (basada en un relato de Isaac Asimov) en una muy interesante película de ciencia ficción. Inteligente, con viejos y buenos recursos de suspenso y un final a toda orquesta. Un material que no se consigue mucho en estos días. • Perdidos en Tokyo. Bill Murray, Scarlett Johansson, una ciudad sin sueño, una lánguida atmósfera que se escurre entre las lagañas y el susurro de Sofía Coppolla detrás de cámara, enfatizando una débil mueca, un abrazo trunco, un silencio que grita. Sólo Murray puede decir tanto con su mirada de perro batata, esos ojos melancólicos que transmiten el pesar de una vida que se desvanece, inapelable, entre el tedio y el almanaque. Dos vidas en apariencia disímiles se cruzan, se huelen, se conectan. Luego descubrirán que se amaron, aún sin decirlo. La magia durará un puñado de días; el recuerdo viajará eternamente en la memoria. • Colateral. ¿Resultaría creíble Tom Cruise en la piel de un villano? ¿Podría el dueño de las sonrisas ser aceptado por la cámara mostrando los colmillos de un sujeto miserable? Pues sí. En “Collateral” su despiadado Vincent es un criminal tan sofisticado como sanguinario. Michael Mann (“El informante”, “Ali”) propone una revisión de “Taxi Driver”, aunque esta vez el conductor (buen trabajo de Jammie Foxx) ha hecho las pases con la ciudad que lo enferma. Sin embargo, el destino juega a los dados con su volante y en la parte de atrás de su coche amarillo se sentarán Dios y el diablo. Dos horas de ritmo trepidante, una cámara inquieta, granulosa y densa (impecable Mann) y un sólido guión que no da respiro.

Pablo Perantuono/Claudio Andrade

La argentinidad, al pelo

Dicen los que saben que el 2004 fue un año récord: se estrenaron más de 70 películas argentinas. “Es difícil saber cuántas películas hubo exactamente porque hay mucho cine independiente que se estrenó en círculos más pequeños, pero sin duda fue un año muy bueno para nuestro cine”, fueron las palabras de Gastón Pauls a una notera de la televisión, hace dos semanas. En cuanto a números, hubo tres producciones que sumaron más de 4 millones de espectadores: “Luna de Avellaneda”, de Juan José Campanella llegó a superar 1.200.000 espectadores. “Patoruzito” de José Luis Massa sumó 2.150.000 y “Peligrosa obsesión”, de Raúl Rodríguez Peilá, lleva vendidas más de 850.000 entradas. Ahora, sin dudas en la costa, superará el milloncito. Más allá de cifras, premios y recaudación, lo más remarcable fue la diversidad que propuso el cine nacional. Hubo una gran pulseada entre un estilo costumbrista, barrial y otro de historias representadas por “no actores”. Dos fórmulas abrieron las aguas. En el medio, alguna que otra ópera prima experiemental. A ver… • “El abrazo partido”, de Daniel Burman… Sigue la argentinidad: Once, la comunidad judía, las calles sucias y repletas de gente, la imposibilidad de ciertas historias de amor. Pero Burman no se conforma. La cámara y cierta estética rompen con la obviedad. Dos Osos de Plata. Y el subtexto de un papá que se fue y vuelve. • Adolfo Aristarain ya es un clásico. Tiene su público. Tiene sus formas. “Roma”, para quienes no son sus fieles seguidores, es floja. Claro, vale por la actuación extraordinaria (sí, extraodinaria) de Susú Pecoraro. Otra historia porteña, barrial y algo histórica. Una fórmula que aparentemente funciona… • “La niña santa”, de Lucrecia Martel no es “La ciénaga”. El problema de haber hecho una ópera prima muy rara y exótica condena siempre a la segunda. Martel igual se mantiene a flote, como la protagonista. Siguen las escenas donde el aire se condensa, se espesa el tiempo y uno araña un poco la butaca. • Costumbrismo. Algunos golpes bajos, aunque certero. El gran Darín representando a cada argentino que vivió la crisis; sus sueños escurriéndose de las manos. Un club de barrio. Una historia de amor al principio no correpondida. Una escena cómica donde un “pedo” es el gran protagonista. “Luna de Avellaneda” es una película que representa el cine nacional de las últimas décadas. (Algunos esperábamos más y seguimos elegiendo “El mismo amor, la misma lluvia”). • No es justo hablar de lo que uno no vio. Tocando de oído quedan para experimentar en este orden: “Familia rodante”, de Pablo Trapero, “El perro”, de Carlos Sorin y “El cielito”, de María Victoria Menis. Las tres basan su mística en historias que se cuentan a través de los “no actores”. El toque de realidad, de sangre necesaria que fluye y se dispersa en direcciones no convencionales. En su salsa “Patoruzito” -que a nivel cifras hizo temblar a “Shrek 2”- es una obligada. Se lo merece. • Personal. ¿Para qué gastarse? Luis Puenzo con “La puta y la ballena”; “Ay, Juancito”, de Héctor Olivera y “La mina”, de Víctor Laplace. Los tres tristes tigres del cine nacional fueron fracasos rotundos. Historias que pierden y actores que no saben dónde están. El pésame. • Quedan decenas de producciones que habrá que ir consumiendo. Mucha fe para “Buena Vida Delivery”, del debutante Leonardo Di Césare. “Los Muertos” de Lisandro Alonso y también “Los guantes mágicos” de Martín Rejtman. Nuria Docampo Feijóo


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