El crudo relato de una sobreviviente de la tortura
Beba Salto describe la crueldad a que se la sometió en Bahía Blanca junto a otras víctimas. Testimonió allí, en el juicio oral por las torturas y muerte de Daniel Bombara. “Es como haber saldado el pasado. Hasta que uno no lo procesa el pasado es presente”. También habla de su militancia en la JP de los 70 y Montoneros.
Derechos humanos
María Emilia “Beba” Salto testimonió semanas atrás en el juicio oral y público que se le hace a militares por su presunta responsabilidad en detenciones ilegales, secuestros, torturas, muertes y desapariciones de personas durante la dictadura militar que se inició el 24 de marzo del 76, en Bahía Blanca. En el proceso hay involucradas, como víctimas y testigos, varias personas de Neuquén y Río Negro.
Puntualmente declaró por el caso de Daniel Bombara, no docente de la Universidad Nacional del Sur, convocada por la fiscalía y familiares de la víctima. Se obvian las preguntas -se consignan sólo siete- para agilizar el texto.
“Este es uno de los primeros juicios de delitos de lesa humanidad cometidos antes del golpe de estado. El 29 de diciembre de 1975 en Bahía somos detenidos Daniel Bombara, Laura Manson y yo. Cuando me detienen en un barrio, en una calle, ya estaban ellos en el patrullero y yo los siento luego en la tortura. Digo esto porque ahí fue la única vez que los ví.
Me vendaron y estuve vendada durante todo el interrogatorio y la tortura. Me sacaron la venda recién cuando decidieron legalizarme y me llevaron a una comisaría. Habrá sido durante una semana.
No sé si estuve en La Escuelita, tengo sensaciones… El recuerdo es el de la sed terrible que te provoca la picana eléctrica y el calor, el calor terrible que hacía en Bahía. Hubo como un aire de frescura y un olor a verde, y el trinar de los pájaros, por unos segundos, entre que nos bajaron de un vehículo y nos entraron a algún lugar…
Me han dicho que la Escuelita está (estaba, porque fue destruida al igual que el centro de detención ilegal que funcionó en el cuartel de Neuquén, también conocido como Escuelita) en un predio grande, despoblado…
Mi sensación es que era un lugar de campo, que podía coincidir con La Escuelita, porque hubo gente que pudo reconocerla. Pero hemos estado en otros lugares, herméticos.
No sé si fue en varios o no, yo lo que sé es que nos subían al vehículo, nos tiraban a los tres en el piso… Me daba cuenta porque así como yo pedía agua, ellos también pedían, gemían.
No tengo precisión del tiempo, fue para mí una semana calendario, para mí fue una semana eterna. El tiempo es un tiempo psicológico que dura milenios y creo que la causa por la cual duró lo que duró y no más, fue porque se les muere Bombara.
La tortura
Lo que les apresura nuestra legalización es porque en la tortura se les queda Bombara. Porque comparativamente con otros detenidos, en tiempo calendario, no estuvimos mucho.
Quizá los días de torturas hayan sido tres o cuatro ¿Qué pasa en medio de la tortura y los interrogatorios? A los que no éramos torturados en ese momento se nos tenía muy cerquita, porque era una manera de tortura hacernos sentir lo que estaba pasando el otro.
Recuerdo perfectamente el momento de Daniel porque hubo un ensañamiento especial con él. A Laura y a mí nos llevaban de los pelos a la rastra al piso o al catre o donde nos iban a torturar, pero de él sentía las patadas, los golpes, una vez que estaba en el piso o cuando lo iban llevando.
Sentía el ruido de botas o ese sonido sordo que es el golpe de puño y sus gemidos y sus gritos. Así que él tenía como un adicional de tortura que con las dos mujeres no se dio, no sé por qué.
Lo que puedo hablar de mí y por lo que pude hablar con Laura se nos aplicó fundamentalmente picana en distintas partes del cuerpo: interior de muslos y brazos, genitales, senos, planta de los pies, la boca… zonas de alta sensibilidad.
Y hacían al mismo momento algo muy perverso, creo que controlado por algún personal especializado, que era taparte la boca y la nariz, con un trapo o un almohadón, no lo sé, de tal forma que tu cuerpo se arqueaba con la electricidad. Tenías necesidad de gritar para sacarte eso de encima y no podías porque tenías tapado las vías para hacerlo. Era como si en un momento eras un globo a punto de reventar. Y digo que era calculado porque después te sacaban, te dejaban tomar aire y al rato volvían las preguntas, volvía la tortura.
Sentí cuando esto le pasa a Daniel. Sentí el interrogatorio, los insultos, una especie de aullido que sale de la garganta, del cuerpo de uno cuando no puede gritar. Sale un sonido que yo nunca he escuchado nada más humano referido al dolor, que es esa especie de gruñido, que no tenía nada de lo que yo pude sentir en toda mi vida.
No era un grito, no era un gemido, era otra cosa lo que largábamos, era algo que no podía salir…
Y cuando a él lo torturaban, aparte de los insultos que nos decían a todos, a él lo llamaban despectivamente “profesor”, “Danielito”…
Y en un momento de esa tortura se hizo un silencio absoluto. Cesaron los ruidos, cesaron los gritos, cesó el zumbido de la electricidad y sentí susurros, pasos rápidos, puertas que se abrían y se cerraban y después, como muy rápidamente, nos vuelven agarrar a nosotras que estábamos en el piso y nos llevan a ese vehículo, que era como una camioneta… Un lugar donde íbamos acostados y al lado mío está, lo que era Daniel.
Y digo que Daniel ya estaba muerto porque estaba al lado mío y ya no me decía nada. Estaba recostado contra mí y con los bandazos y las frenadas y los chirridos… Porque era una velocidad demencial a la que iban, el motor rugía como si lo tuviéramos en las orejas. Y ese cuerpo se bamboleaba, solo, contra mí.
No se estremecía, no gemía, no decía nada… Hago una secuencia directa: la tortura, el silencio, el apresuramiento… y ese cuerpo…
Era un cuerpo inerte. Cuando el vehículo doblaba para un lado se volvía contra mí, doblaba y se alejaba, luego volvía… Esas cosas me dieron la seguridad de que estaba muerto.
A Laura no la siento, pero supongo que iba también porque nos movilizaron a los tres juntos. De ahí me llevan a una comisaría y antes, en una de esas frenadas bruscas y abrir y cerrar puertas, a Daniel y a Laura los han bajado.
Lo digo porque en una de esas paradas alguien me arranca las vendas de los ojos… Era de día y yo venía de días de estar vendadas y me deslumbro. Lo que recuerdo es la imagen de una luz blanquísima, el cielo celeste y la silueta de un militar o policía, pero tenía uniforme.
Me entrega y ya en la comisaría no hay ninguna identificación, ni registro. Lo objetivo es que cesa el tormento, me dan de comer, agua, me llevan a hacer mis necesidades. Lo que deduzco, incluso por otros detenidos, es que me tienen un tiempo de recuperación, hasta me llevan a la cárcel de Villa Floresta y ahí me encuentro con Laura y otras compañeras.
La militancia
A Bombara lo conocía de la militancia barrial. Mi relato breve es que mi estadía acá en el valle era insostenible. Yo era delegada de Río Negro de la Juventud Peronista (JP), y como todo el mundo sabía la relación –de la JP- con la organización Montoneros era directa. Ya tenía amenazas de las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina) y sabía, y luego se comprobó que fue así porque fueron a mi casa y la allanaron, que me iba a ir a buscar la Policía Federal.
Todo 1975 estuve en Bahía, contenida por la solidaridad de los compañeros de la JP y de Montoneros. Lo que yo hacía concretamente era tarea barrial.
Bombara también tenía militancia universitaria porque era no docente de la universidad de Bahía. Y también coincidíamos con él en la militancia barrial.
Era una época terrible en Bahía, el golpe estaba en el aire pero en las calles ya estaba, había una represión desatada. El caso nuestro, donde además se le muere una persona, aún en período democrático, nos exime de mayores pruebas de la impunidad con que se movían.
Teníamos toda la represión sobre nosotros, incluso con los grupos de la patota sindical…
Además estábamos atravesados por un debate interno ideológico y político formidable que era, los que estábamos tratando de que nuestras organizaciones retomaran el camino político y la adaptación a nuestro gobierno peronista, que lo habíamos elegido. Fundamentado sobre todo porque los que estábamos en contacto con los barrios o las universidades o
los sindicatos, nos dábamos cuenta cómo nuestra gente de esos lugares empezaban a correrse.
Es decir, de repente nosotros ya no éramos, con Perón, con el movimiento peronista, una unidad como durante la dictadura militar del 76, sino que creo tuvieron mucho más claro que nosotros que la represión estaba siendo brutal y que ellos no tenían escape.
Ellos estaban en sus casas… Yo me hubiera podido ir de un lado a otro y probablemente, sino me detienen me hubiera ido a otro. Pero lo que sentí muy profundamente era que mientras durara ese proceso de discusión, que ingenuamente pensé que lo ganábamos el ala política, lo pensamos muchísimo. Después me enteré que fue un movimiento en todo el país y muchísimos compañeros se separaron, columnas enteras…
Pero lo supe después, -en ese momento- yo estaba en la pequeña realidad de Bahía.
Fue una lucha interna sin cuartel, donde no se dejó de lado lo militar, entonces el contragolpe era todavía más feroz.
Lo que yo sentía era que no podía abandonar a esa gente con la cual nos habíamos comprometido. Esa gente no tenía dudas.
Y nosotros teníamos muchas familias que se habían identificado con nosotros en distinto grado, que también papeleaban con nosotros, que iban a los actos con nosotros. Y de repente mucha gente se fue. Se fue de Bahía como se fue de otros lados.
Se fueron, pero no contenidos por la organización, se fueron, abandonaron. Y los que nosotros sentimos fue que no podíamos hacer eso. Era una inmoralidad, porque nuestra gente no tenía más que el patio de su casa para refugiarse.
¿Qué debíamos que hacer? Era la gran pregunta después de la muerte de Perón.
¿Qué hay que hacer? Y Creo que se subestimó totalmente la enorme capacidad de ofensiva del adversario que teníamos enfrente y que hiciéramos lo que hiciéramos se venían igual. Pero quizá, si hubiéramos parado a tiempo muchas vidas se hubieran salvado.
Por ejemplo, mi hermana Marita (María Luisa Salto) desaparece en Córdoba en julio del 76 (tenía 20 años). Todo lo que sabemos nos lleva a que ella muere en La Perla (el centro clandestino que dependía de Luciano Benjamín Menéndez).
Ellos tenían directivas, porque yo lo sabía desde la cárcel, y yo como tantos me resistí porque no podía durar tanto una ferocidad como esa. Que no lo iba a permitir la opinión internacional, el pueblo… ¡Fantasías! Fantasías de una conducción que creo que a esa altura ya ni estaba en el país.
Entonces yo sé perfectamente quiénes mataron a mi hermana, pero sé también quiénes se la sirvieron en bandeja. A ella y a tantos, que se podrían haber salvado.
Ahí ya estamos en pleno golpe, pero esta discusión tenía sentido en el 74/75, después ya directamente estalló el golpe y no había discusión que valga. Y creo que no hay nadie que lo haya explicado mejor que Rodolfo Walsh en la carta que le hace a la conducción montonera, como integrante de la conducción.
Esa carta es distinta de la que se conoce, porque en ella le propone a los compañeros de la conducción desensillar hasta que aclare, preservar la vida de los compañeros y compañeras que están cayendo como moscas, preservar los cuadros. Y hace una serie de críticas y propuestas de cómo se podría continuar, que no fueron escuchadas, por supuesto.
Al filo de la navaja
-¿Sintió en el juicio alguna presión de los defensores por su condición de montonera?
Lo contemplé antes del juicio y consulté hasta dónde podía llegar sin dar lugar a que los defensores hurgaran en mi vida privada y la expectativa fue que eso no iba a pasar y si pasaba la fiscalía y la querella no lo dejarían pasar.
Pero la verdad es que estuve en el filo de la navaja, porque sin pensarlo mucho creo que fue como una resolución interna del momento y sentí, porque yo estaba de espalda a los enjuiciados, al público, al fiscal y los querellantes, un rum rum detrás.
Sentí que había susurros y después mis hermanos -que estaban presentes en la audiencia- me lo confirman, que hubo consultas entre los abogados y conté lo que cuento ahora.
-¿Le afectó ese ambiente?
No, de repente sentí que me podía dar el gusto que la democracia y la política de derechos humanos de este gobierno, me daban el gusto de poder decir quiénes había sido, sin miedo, sin autocensura. Eso lo razono después, pero me salió decir quién era sabiendo que estaba en un lugar donde los acusados eran los otros. Y donde ellos habían atacado con armas de una dictadura, no con las armas de una democracia.
A mi no me detuvieron para un juicio legal ni me dieron un abogado y me alegró que la democracia sí haga eso con ellos. Porque esa es la diferencia.
Lo que sí lamento es que ahora parece son, parece, unos venerables ancianos, y te da lástima. A veces lo exageran. Otra es gente madura, de mi edad, o sea que eran muy jovencitos cuando estuvieron implicados. Es como que se ha tardado mucho, pero…
-¿Qué pasó cuando dijo que fue como estar en el filo de la navaja?
Que uno de los defensores, el que lleva la ofensiva en las preguntas, me recordó que yo había dicho que había llegado a Bahía contenida por la solidaridad de montoneros y la JP y me preguntó cuál era mi relación con Montoneros.
El fiscal y los querellantes se opusieron a la pregunta y ello provoca un virtual cuarto intermedio en el que los jueces dialogaron entre ellos y le dijeron al fiscal, querellantes y defensores que dado que yo no tuve ningún inconveniente en admitir mi identidad política, la pregunta era pertinente.
Y un juez dijo: para este tribunal no hay palabras prohibidas, cosas que no se puedan decir. No vulnera a ninguna persona que las diga, aquí se pueden decir las palabras que quiera.
Y yo sentí eso como una reafirmación a lo que yo había dicho, como un aval. Y de hecho fue la única pregunta que le permitieron, porque después cuando quiso seguir hablando el tribunal le advirtió que debía remitirse exclusivamente al caso Bombara.
Lo que pasa es que era imposible no darle un contexto político a qué hacíamos a las 6 de mañana, caminando en un barrio. Y además, nunca sentí, las veces que en estos años he hablado en colegios, que se ha dicho públicamente, nunca sentí arrepentimiento de haber dicho a quién pertenecía ¿Por qué no iba a decirlo ahora? ¡Menos aún, si estaba en el lugar adecuado¡
La mochila del pasado
El testimonio es el lugar adecuado para sacarte esta mochila de encima y ponerla donde tiene que estar, que es en el pasado. Y porque me doy cuenta que hasta ese momento, esa etapa tremenda de Bahía, que creo fue la más dura de mi vida, todavía me seguía pesando.
Y yo sentí un alivio muy grande. Bahía se convirtió en una ciudad más de las que han sido donde pasaron cosas significativas de mi vida, pero ya no es más esa especie de cueva del terror a la cual juré no volver jamás. Y hoy podría volver perfectamente.
-¿Estuvo en el juicio que se hizo en Neuquén?
-No.
-¿Por qué?
Porque hasta que no se dio esta especie de sanación evité, sistemáticamente, reproducir lo que me pasó. No veo películas de desaparecidos, ni de campos de concentración, ni de los alemanes ni de nadie. Evito estar en los juicios, los leo rápido… Hasta que me golpearon la puerta, se sentaron a mi mesa y me dejaron acá estamos.
Y es como haber saldado el pasado. Hoy no tendría ningún inconveniente en ir a los juicios. Es decir, hoy puedo decidir voy o no voy, pero no hay ningún mandato de terror que me lo indique.
Y me di cuenta de este efecto colateral sanador cuando días atrás escuche por radio Calf-Universidad el programa Desaparecidas. En otro momento yo automáticamente hubiera cambiado de radio y esta vez lo escuché naturalmente. Me di cuenta que cuando realmente uno se saca la verdad de adentro donde corresponde, porque en ese caso va a tener resultado, va a pesar en el juicio, porque la democracia se hace cargo de tu sufrimiento, de la muerte de Daniel Bombara, era importantísimo que lo dijera.
Porque soy la única testigo de su muerte. Laura Manson murió hace unos años de cáncer. (Yo) Había sobrevivido y era una responsabilidad enorme y una carga de angustia. Porque tenía que tratar de hacerle entender a ese tribunal que sin ver, se puede saber. Creo que lo pude hacer.
Hace un par de meses Beba Salto acompañó a su hermano Beby –Julio Alberto Salto- cuando participó como testigo en el juicio por delitos de lesa humanidad de los que fueron víctimas Daniel Avalos y Carlos Lima, en Viedma. Ese juicio terminó con condenas a seis de los siete acusados.
Era una cuestión de sangre, no lo iba a dejar solo y además, me sirvió mucho para este juicio de Bahía.
Hasta que uno no procesa el pasado, el pasado es presente. Lo que siento ahora es que esa etapa es recuerdo, no está presente en mi vida. Los días que siguieron a la convocatoria al juicio de Bahía, el pasado estuvo presente y fueron días muy angustiosos.
Lo valioso de estos juicios es que los testimonios tienen valor de prueba y van a pesar en la decisión de la justicia. Eso es lo sanador, es una reparación.
-¿Le queda algo por decir?
Que a mí el juez federal de Bahía Madueño me sobreseyó en la causa que me había abierto. Me tomó declaración en la cárcel de Olmos y habló de las acusaciones que contra mí tenía el Ejército Argentino. Aunque yo no los haya visto, es el juez quien me dice quiénes son los responsables de la causa, de que me acusan, que es la de poseer material subersivo y pertenecer a una organización subersiva… El me lo dice y además está escrito.
Y cuando me llega una notificación de absolución me dice que el Ejército no ha aportado las pruebas que decía tener, por lo tanto me da un sobreseimiento provisorio.
Eso me habilitaba para pedir mi libertad, pero estaba a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional).
-¿Eso cuando fue?
-Durante el 76. Y estuve presa hasta octubre del 81.
Fuente: AN y ACE
Derechos humanos
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