El discurso económico y sus efectos sociales

Vivimos en un mundo y, especialmente, en un país donde la meritocracia pretende ser ley, sea desde el discurso de doña Rosa o desde algún amanecido ciudadano que se horroriza con la “pesadilla” populista. Nos informan que somos la imagen de nuestros propios esfuerzos y responsabilidades sin que interceda en este razonamiento ningún tipo de condicionamiento o contexto social. Las desigualdades de “origen” –el marco de nuestras biografías- no parecen existir: las diferencias educativas, regionales, sanitarias o, más estructuralmente, de clase social, no parecen hacer mella en este discurso.

También, de acuerdo a este sentido común, las políticas públicas no importan, el carácter ideológico y político de los gobiernos que definen esas políticas, tampoco: somos individuos libres, racionales -en el mejor de los casos-, que deciden su destino, y su fortuna, por sí mismos.

Esta idea, sintetizada en la figura del homo economicus, que simplifica la complejidad de las relaciones sociales en la figura del individuo aislado que maximiza sus opciones, es una de las más trágicas derivaciones que nos ha legado el neoliberalismo, la libertad de mercado o la libertad de empresa. Sin ser una idea del todo novedosa, la meritocracia, el ser humano que se mira a sí mismo -el self made man-, forma parte de algunos de los efectos discursivos que el pensamiento neoliberal, y los teóricos económicos que lo sustentan, han contribuido a fomentar: el que no trabaja o tiene magros ingresos no hizo el esfuerzo suficiente, es vago y debe trabajar más, el pobre es pobre porque quiere (o porque alguien se lo robó), etc.

Sin embargo, el homo economicus no existe, no forma parte de la naturaleza de la especie humana per se, no está en los genes, ni escriturado en los mandatos bienaventurados de ningún buen Dios. Tiene, sí, una existencia social concreta, que es la que expresan discursos como los mencionados.

El sociólogo francés Michel Callon afirma que ni las supuestas regularidades de las leyes del mercado ni el sujeto económico representado en la figura del homo economicus forman parte de la naturaleza oculta del ser humano. Sin embargo, aclara que tampoco son meras ficciones: más bien son “el resultado histórico del movimiento conjunto de la economía y las ciencias económicas” (Callon, 1998:10).

La ciencia económica, como otros discursos que atraviesan la vida cotidiana de las personas, tiene un efecto social, un efecto performativo, que hace parecer naturales condiciones de los seres humanos que no lo son. Desde este punto de vista, los modelos económicos no son apenas un reflejo de una realidad que existe independiente de ellos, sino que tienen la capacidad de dar forma a esa realidad.

Al evaluar el impacto que tienen las ideas en la conducta de las personas y el papel desempeñado por la ciencia económica, Fridman, aludiendo al concepto de performatividad de Callon, señala que “pese a que formalmente intentaría comprender el funcionamiento de los mercados, la economía como disciplina en gran medida configura la economía como realidad, y a los actores que se desenvuelven en ella” (Fridman, 2008, p. 73). Esto quiere decir que la enunciación de su discurso también produce sentidos y modos de proceder concretos encarnados en sujetos que terminan realizando el orden social representado por la ciencia económica. De ninguna manera esto implica que las consecuencias performativas de los discursos sean patrimonio exclusivo de esta ciencia, pero sí comprenden un orden legítimo mayor que cualquier otro discurso al presentar credenciales que la avalan como disciplina científica. Al imponerse la concepción neoliberal y la llamada economía de mercado como ideología dominante, se reducen los hechos económicos a prácticas individuales que niegan la heterogeneidad y los contextos de desigualdad social de las personas, que son las que hacen funcionar a los mercados.

Este efecto concreto que tiene la economía en los discursos de personas comunes y corrientes no debe ser subestimado, pues coadyuva a mantener el orden social apelando a supuestas condiciones naturales (e individuales).

Si pensamos en estos términos, en el orden biológico de las cosas, entonces las transformaciones sociales no pueden ser ideadas, ya que las cosas que vienen dadas por la naturaleza, o por el designio de un ser divino, se justifican a sí mismas. Así, por ejemplo, muchas veces se aducen derechos naturales, como el derecho a la propiedad privada, para convalidar y legitimar desigualdades sociales y materiales que en realidad tuvieron un origen histórico cargado de conflictos y disputas. La tarea de la Sociología es entonces desnudar y poner en evidencia estos supuestos derechos y condiciones naturales, como el homo economicus, y ubicarlos como productos sociales y, por tanto, contingentes y pasibles de ser modificados.

* Doctor en Ciencias Sociales y becario posdoctoral Conicet-Cietes/UNRN.

La meritocracia, el ser humano que se mira a sí mismo, forma parte de los efectos discursivos que el pensamiento neoliberal, y teóricos que lo sustentan, han contribuido a fomentar.

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La meritocracia, el ser humano que se mira a sí mismo, forma parte de los efectos discursivos que el pensamiento neoliberal, y teóricos que lo sustentan, han contribuido a fomentar.

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