El dólar como espejo de mayor incertidumbre

La última escalada del dólar paralelo hasta 13,60 pesos, después de un virtual letargo de cuatro meses, tiene explicaciones económicas pero también políticas. Tras la definición de las candidaturas para las PASO nacionales hubo un cambio de expectativas en los mercados. No sólo reaparecieron las dudas sobre el mantenimiento de la calma cambiaria hasta el 10 de diciembre, sino que vinieron de la mano de otro interrogante, hasta ahora relegado a un segundo plano: cuál será el margen de maniobra del próximo presidente, de cualquier signo que fuera, para corregir los serios desequilibrios que viene arrastrando la economía. Uno y otro factor están estrechamente relacionados. Si bien había consenso en que el gobierno de Cristina Kirchner impulsará fuertemente el consumo, el crédito subsidiado y el gasto público durante la segunda mitad del año para mejorar el clima económico y reforzar las chances electorales del oficialismo, varios indicadores comenzaron a mostrar prematuramente que esa estrategia no está exenta de tensiones en el corto plazo. Por caso, el gasto público nacional viene creciendo a un ritmo de 40% anual y más de 12 puntos por encima de la recaudación, con lo cual el déficit fiscal apunta en 2015 a superar el 6% del PBI. Como el bache se cubre mayormente con la “maquinita” del Banco Central (y en menor medida con endeudamiento del Tesoro a un año de plazo), la cantidad de pesos sube al 33% anual, mientras el dólar oficial se ajusta a un ritmo anualizado de 12%, o sea menos de la mitad de la inflación, cuando está próxima a finalizar la “temporada alta” de liquidación de divisas de la cosecha gruesa. Esta perspectiva de más pesos y dólares escasos, amenaza con hacer tambalear la “bicicleta” tasas-dólar que venía sosteniendo la calma cambiaria. De ahí que la brecha con el dólar oficial haya vuelto a ubicarse en torno de 50%. También coloca en un dilema a la AFIP que en julio, tras el pago del medio aguinaldo, deberá decidir si aumenta los permisos de venta de “dólar ahorro” para abastecer de divisas al mercado informal (a costa de un mayor drenaje de reservas del BCRA) o si opta por mantener la estrategia de este mes, cuando intimó a 75.000 compradores de dólares a demostrar qué destino les daban a esos fondos, con lo cual deprimió algo la demanda. Todo este cuadro tiene poco que ver el diagnóstico de Kicillof, que atribuyó la suba del paralelo a maniobras especulativas de quienes “les molesta el clima de estabilidad económica” (sic). De hecho, los controles policiales lanzados por el ministro en agencias de cambio y “cuevas” del centro porteño, contribuyeron a retraer más la oferta y a elevar los precios. Con estas condiciones previas, las candidaturas a las PASO pueden haber sido un disparador de la búsqueda de refugio en el dólar. Esto ha ocurrido en todos los períodos preelectorales; incluso en 2011 cuando era “cantada” la reelección de Cristina Kirchner e imprevistamente se desembocó en el cepo cambiario. La diferencia ahora es que en los mercados comenzó a resquebrajarse la lógica según la cual la relativa calma de los últimos meses obedecía a que el alejamiento de CFK de la Casa Rosada generaba por si solo la expectativa de un cambio que a su vez facilitaría la transición política. Según esa visión, ese cambio no sólo abarcaría al estilo político de confrontación permanente del kirchnerismo, sino también el sinceramiento de su herencia económica y el comienzo de una gradual corrección de los desequilibrios macroeconómicos que prácticamente han mantenido a la actividad económica en estanflación y sin creación de empleos privados a lo largo de los últimos cuatro años. Esta hipótesis incluía además una negociación para poner fin al conflicto de la deuda con los holdouts y el acceso al crédito externo a tasas más bajas para atenuar el costo político de reducir los subsidios a la energía y el transporte en el área metropolitana de Buenos Aires, aplicar tarifas sociales y elevar el tipo de cambio real para recuperar la competitividad de las exportaciones. Ahora esa perspectiva se está recalculando, como si estuviera en un GPS. Por un lado, la fórmula Scioli-Zannini respaldada por CFK hace dudar sobre la factibilidad y velocidad de esos cambios en caso de ganar la elección, por más que el “modelo K” no sea sostenible en el tiempo. Por otro, ninguno de los presidenciables muestra en las encuestas una ventaja que pueda asegurarle un triunfo en primera vuelta. Y en caso de balotaje, no sólo el resultado también es incierto, sino que tendrá lugar el 22 de noviembre. O sea apenas 18 días antes del traspaso de la banda presidencial. A ello se suman los interrogantes sobre el futuro rol del Congreso. Haya o no segunda vuelta electoral, el domingo 25 de octubre próximo habrá que elegir no sólo presidente de la Nación sino también la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Sin embargo, este dato obvio había sido dejado de lado no sólo públicamente por los precandidatos presidenciales sino también por buena parte de la sociedad, pese a que resulta clave para la gobernabilidad de la futura administración nacional. El interrogante sobre la gobernabilidad ya había sido planteado por algunos pocos analistas políticos antes del cierre de las listas de candidatos para las PASO nacionales. En pocas palabras, se sintetizaba en dos hipótesis. Una, en caso de que Daniel Scioli ganara las elecciones, si tendría poder propio para gobernar o sería más bien un delegado que trabaje para un incierto retorno de Cristina Kirchner en 2019. Otra, si se impusiera Mauricio Macri, si habrá de contar con respaldo político y legislativo para encarar reformas económicas sin mayoría propia en el Congreso. Sobre todo tras haber desistido de una alianza amplia a nivel nacional con el Frente Renovador de Sergio Massa, que también será candidato presidencial, aunque por ahora con chances más limitadas. Tras el cierre de las listas esas incógnitas se han acentuado. CFK optó por designar como único candidato del FpV al menos kirchnerista de los presidenciables del oficialismo, aunque a la vez el de mayor intención de voto propio. Para compensar esa debilidad política le impuso como compañero de fórmula a su virtual alter ego ideológico (Carlos Zannini) e integró los primeros puestos de las listas de legisladores con dirigentes de La Cámpora, incluyendo a su propio hijo Máximo Kirchner. Esto le permitirá contar con un bloque propio de 30 diputados, dentro de la primera minoría que el FpV conservaría en ambas cámaras. Y con Zannini como titular del Senado, si se impone la fórmula oficialista. A priori, todas las iniciativas de Scioli deberían pasar por el filtro del kircherismo y de la propia CFK como “conductora del movimiento”, según la definición de Aníbal Fernández. Pero en caso de una derrota electoral, es previsible una fractura entre La Cámpora y el PJ en los bloques parlamentarios, donde hay varias facturas pendientes para pasar. Un triunfo de Mauricio Macri, a su vez, lo obligaría a buscar urgentes alianzas legislativas al no contar con mayoría en el Congreso, aún imponiéndose en primera vuelta y también a reforzar su vínculo con la UCR. Esta perspectiva se hace más ardua si se tiene en cuenta que, para abrir el cepo cambiario y negociar el fin del default, necesitará derogar la ley de Pago Soberano y para atraer inversiones hacer lo propio con la ley de Abastecimiento. Todo en un Congreso donde habrá que negociar todo para no gobernar por decretos de necesidad y urgencia y que, según la definición del politólogo Rosendo Fraga, dejaría de funcionar a la venezolana para hacerlo a la brasileña.

Néstor O. Scibona

LA SEMANA ECONÓMICA


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