El dólar no es el problema

Argentina ingresó en otro de esos ciclos en donde crece la desconfianza sobre el futuro de la economía y la capacidad del gobierno para manejarla, con lo cual naturalmente se acentuó una histórica actitud de la población para protegerse: volcarse al dólar.

El Gobierno endureció esta semana las restricciones para comprar la divisa. El objetivo es comprensible: cortar el drenaje de reservas del Banco Central que llegaba a niveles insostenibles. Sin embargo, como varias de las últimas decisiones de la administración de Alberto Fernández fue improvisada, sin consultas más allá de la “mesa chica” y pésimamente comunicada. Y, aunque transitoriamente sirva para frenar la sangría de divisas, puede tener negativos efectos en expectativas de devaluación, riesgo de default en empresas privadas y aceleración de la inflación.

Es verdad que el Gobierno debía hacer algo: mantener el ritmo de venta de US$ 200 a 4 millones de compradores por mes no era sustentable. Sin embargo, la vía elegida fue una compleja arquitectura de impuestos y exenciones que confunde a operadores y ahorristas y no mejora la confianza. Cerrar aún más el cepo frena el nivel de pérdida de reservas, pero también impide la llegada de divisas al país. Y el problema reside precisamente ahí: la demanda de dólares está insatisfecha en el mercado porque no ingresan dólares por fuera de las exportaciones. Los de la inversión desaparecieron hace años.

En definitiva, hoy el problema no pasa tanto por la demanda de dólares -relativamente estable-, sino por la falta de oferta, y el “súper-cepo” solo agrava el escenario. Otra de las medidas fue limitar los dólares disponibles para que las empresas puedan liquidar sus obligaciones crediticias con el exterior. En otras palabras, el Estado empuja al default a las empresas endeudadas en el exterior o a tomar divisas del mercado ilegal para cumplir.

Con este tipo de medidas difícilmente vuelva la confianza para que los argentinos vuelquen al sistema los 170.000 millones de dólares que, según el titular del BCRA Miguel Pesce, tienen en “el colchón” o en una caja de seguridad. Y menos aún torcer décadas de desindustrialización, en especial en economías regionales como la fruticultura.

El informe que hemos publicado el domingo pasado sobre el absurdo derrotero de la pera (que recorre 36.000 km de acá a Tailandia para ser industrializada y de allí a EE. UU. para ser consumida) es un ejemplo que revela con brutalidad la degradación del sistema frutícola del Alto Valle, que décadas atrás llegó a tener cientos de industrias y hoy apenas un puñado que lucha por sobrevivir.

Para el Gobierno fueron muchas las contradicciones en una sola semana. El ministro de Economía dijo primero que “cerrar el cepo sería una medida para aguantar, y no vinimos a aguantar”. Pocos días después se toma esa medida. El presidente dice que los “dólares son para producir, no para ahorrar”, cuando hasta sus ministros ahorran en dólares. Y funcionarios comparan al dólar blue con ir a un desarmadero ilegal o comprar droga, culpando a ciudadanos a los que luego piden colaboración.

En su libro “El dólar, historia de una moneda argentina” los investigadores Matiana Liuzzi y Ariel Wilkins hacen notar que la divisa se ha transformado “en un artefacto con el que los argentinos interpretan la realidad”. Su cotización es una “alarma” comprensible y les permite tener algún grado de previsibilidad ante la falta de protección que el estado argentino le brinda a la sociedad. Por más que los gobiernos les exijan “pensar en pesos”, los consumidores no renuncian a una autonomía que les permitió sortear coyunturas económicas y políticas complicadas. Por eso, concluyen que las medidas que pretendan sacarle centralidad al dólar abruptamente suelen terminar mal. Se necesita un plan económico estructurado, sustentable a largo plazo, que supere la coyuntura y resuelva históricos problemas del país (restricciones externas, déficit fiscal, inflación, productividad baja, impuestos regresivos).

Pero, para ello, el Gobierno debería lograr acuerdos que superen la alianza que lo llevó al poder y dialogar con los técnicos críticos. Algo difícil de lograr con medidas que solo tienden a conformar a la tropa propia y que ahondan la grieta política e ideológica.


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