«El futuro de los piqueteros depende de la clase media»
Estudió Filosofía en Córdoba y se doctoró en Sociología en París. Es investigadora de Conicet y allense. Sus publicaciones son una descarnada visión de la realidad argentina, con sus cambios y tensiones.
Desde su libro «El dilema argentino. Civilización o barbarie: de Sarmiento al revisionismo peronista» hasta su reciente publicación «Entre la ruta y el barrio, la experiencia de las organizaciones piqueteras» (escrito con Sebastián Pereyra), no sólo median 10 años, sino también un encadenado de reflexiones que intentan una mirada de la realidad argentina y que culminan en este profundo análisis del movimiento piquetero y las tensiones que suscita. Es Maristella Svampa, allense, docente de Filosofía y doctorada en Sociología en la Escuela de Altos Estudios Sociales en París. Además, es docente e investigadora del Conicet.
-¿Por qué dice: el movimiento piquetero permite repensar al desocupado?
– Hay toda una tradición dentro de la literatura sociológica que habla de una dificultad de pensar al desocupado. El desocupado no ocupa ningún lugar dentro de la sociedad; son los que están fuera, son irrepresentables o en todo caso representan una falla de la sociedad. Por otra parte, están las líneas teóricas que han intentado definirlo, aunque negativamente, como la tradición marxista que crea todo un estigma de él, lo califica «lumpen proletariado», término que denota una gran incomprensión sobre el fenómeno. En virtud de eso han existido a partir de la crisis del ´30 movimientos de desocupados muy fugaces y políticas de Estado tendientes a crear fuentes de trabajo. Sin embargo, esto cambió en los últimos 15 años en el mundo y el desocupado ha sido leído en los últimos tiempos dentro de paradigmas que han dejado de tener vigencia. El desempleo es hoy un rasgo estructural y esa «población sobrante» aparece como elemento central de nuestras sociedades.
– Habla de «milagro sociológico» al referirse al movimiento ¿ qué significa?
– Tiene que ver con ese rasgo de irrepresentabilidad del desocupado, el que viene del hecho de estar «afuera» del sistema. Comparto la idea de Bourdieu de considerar un «milagro sociológico» a la existencia de un movimiento que le dé visibilidad. En este sentido, advertimos un rasgo peculiar en el país. Aquí el desocupado comienza a denominarse «piquetero», término fuerte expresivamente y que deja atrás la condición de desocupado que se vive desde la negatividad, desde la culpabilidad. El término piquetero permitió recrear una identidad desde una categoría mas soportable.
– ¿ El movimiento piquetero argentino es un fenómeno único en el mundo?
– Aquí se dan rasgos muy específicos. Esa especificidad reenvía a varios elementos. Por un lado, creo que tiene mucho que ver con la tradición organizativa, con la tradición sindical y política, que le ha dado fuerza y presencia como tal. Si comparamos con otros países latinoamericanos, vemos que históricamente no ha habido en ellos una frontera tan clara ente los ocupados y los desocupados. En Argentina esto fue diferente porque fue un país mucho más integrado y más asalariado. Integrado en el sentido que sectores bajos y medios estuvieron incorporados al mercado de trabajo, estuvieron protegidos por derechos sociales, etc. Otro elemento fundamental tiene que ver con que el desocupado aparece como elemento central del nuevo modelo, el neoliberal, que ha demostrado una gran incapacidad para tratar demandas de este tipo. Y por último la respuesta a la desocupación fueron los planes sociales. Aquí encontramos una estrecha asociación entre la matriz asistencial y el modelo neoliberal argentino. Entonces, y de alguna manera, también la emergencia del movimiento piquetero está ligado a la institucionalización de los planes sociales…
– ¿ A esto llama políticas sociales focalizadas?
– En otros países y luego de la crisis del '30 se pusieron en marcha políticas para controlar el desempleo. En Argentina el desmantelamiento fue tan vertiginoso y radical que dejó un vacío. Durante los '90, y ante ese vacío, se irán gestando las primeras organizaciones comunitarias y ese vacío será llenado posteriormente con políticas sociales focalizadas, donde apareció a las claras un nuevo rol del Estado, que provocó el pasaje de las políticas universalistas a las focalizadas.
– …que comienzan llamativamente con el peronismo…
– Si bien con Alfonsín hay un antecedente, las cajas PAN, es Cafiero -en provincia de Buenos Aires- el primero en implementar ese tipo de políticas. Durante los '90 se multiplica este tipo de intervenciones del Estado que implican fundamentalmente la distribución de alimentos. En 1996, con el «Cutralcazo», el gobierno responde por primera vez con planes sociales, entregando asistencia financiera. Recordemos que en el caso de Cutral Co, Huincul, Mosconi, se vieron profundamente afectadas las economías regionales como consecuencia de las privatizaciones. En estos casos se pedía un programa de reconversión y el gobierno respondió con planes. De este modo se institucionaliza este mecanismo de negociación entre Estado y aquellos que quedaron excluidos y deciden movilizarse.
– La Alianza pretendió cambiar este mecanismo, quitando poder al peronismo en el manejo de los planes ¿esto provocó algún cambio?
– En el '96-'97 hubo una gran cantidad de planes sociales, sólo superados en el 2002 y, si bien la Alianza intentó quitarle poder al PJ, dando al piquetero el manejo, ellos sólo manejaron el 10 % de los planes. La historia de los '90 debe ser leída desde este cambio en la forma de intervención estatal y de las políticas de tipo asistencialista. Las organizaciones asumieron que era riesgoso decir sí, temieron caer en la trampa asistencialista del Estado, sin embargo aceptaron para poder contar con recursos organizativos.
– Y cayeron en la trampa….
– Creo que hay que tener en cuenta la ambivalencia de los procesos sociales. En este sentido nunca hay una respuesta única. Creo que sí lograron resignificar los planes sociales a través de todo el trabajo comunitario que hacen. A partir del '99, cuando las organizaciones reencauzan los fondos hacia los barrios, vislumbran el punto de partida para desarrollar ciertas experiencias de autogestión. Amén de eso se acentuó la dependencia con el Estado. Y esta dependencia implica que, en el reclamo, la presión constante de las organizaciones sea leída por la opinión pública como un reclamo puramente asistencial. La opinión públic cree que los piqueteros piden plata y no trabajo. Es ahí donde aparece ese riesgo latente de que el medio se convirtiera en fin. Sin olvidar de que existe una simplificación de la cosa, fundamentalmente de parte de los medios de comunicación. Pero esto es un error, el movimiento piquetero no sólo pide, tiene una serie de dimensiones poco visibles, como el trabajo barrial y que muy poca gente se toma el trabajo de observar, y por otro lado, el ejercicio de la dinámica asamblearia. Estos elementos articulan y dan espesor a la experiencia piquetera.
– ¿ Cómo explica la fragmentación del movimiento piquetero y cómo los afecta?
– El 2001 representa un momento crucial del movimiento. Ese año varios encuentros de las diversas organizaciones ponen al descubierto las tradiciones ideológicas diferentes que los movían, los estilos de construcción diversos, la divergencia en planteos estratégicos sobre todo a la hora de encarar la construcción de un proyecto de poder. La falta de heterogeneidad se puso de manifiesto, algo que al interior del movimiento no era una novedad, luego de estos encuentros se sucede el proceso de fragmentación. Pero en el 2002, con un proceso de apertura, se retoman las prácticas asamblearias, de modo que hay un proceso que continúa.
– ¿Por qué el piquetero perdió su capacidad de interpelar a la clase media?
– La clase media «progre» no tiene hoy interés en movilizarse en favor de aquellos que están reclamando que se respeten sus derechos a la vida y al trabajo. Eso es terrible. En este sentido, diría que la suerte del movimiento piquetero está en la clase media.
– Bueno, hay otros actores en esta trama, el gobierno, los medios…
– Sí, hay tres sectores que están en juego: las clases medias que están irritadas y que sólo ven que un piquetero no los deja pasar; por otra parte, están los sectores de derecha, a la derecha mediática y a los grupos económicos que llaman a la represión, que intentan instalar un escenario de polarización entre lo que califican como «masas movilizadas y manipuladas» vs. «una clase media trabajadora que ve interrumpido el tránsito». En medio queda la indiferencia de la clase media que acepta esta polarización que le imprime el discurso de la derecha.
-Indiferencia de la clase media que suele repetirse en la historia argentina…
– Hay varias cosas para explicar lo sucedido en los últimos meses. Sin duda hay un cansancio objetivo respecto de una metodología que afecta a otros sectores sociales. Y lo que la gente no se cuestiona es el hecho de que toda acción colectiva no institucional implica que se afecten los derechos. Lo que la gente no se cuestiona es que hay derechos fundamentales, como el derecho al trabajo y a la vida, que deberían ser jerarquizados con respecto al derecho a la libre circulación. Todo eso tiene que ver con el modelo de sociedad que se pretenda. En el 2002 la clase media volvió a pensar en el modelo de sociedad que pretendía y en el que ella volviera a tener cabida. El 2002 puso en crisis el modelo a los ojos de las clases medias y ella volvió a pensar en la necesidad de una nación integradora, comprendió que ese modelo había dejado un 40 % de excluidos. Pero en el 2003 dejó de importar ese planteo. Creo que esto responde a que tienen expectativas con Kirchner y porque las expectativas de las clases medias están puestas en volver a tener ciertas oportunidades de vida, de las que gozaron en épocas anteriores. Pero hay una negación del otro en este pasaje entre el deseo y la realidad.
Susana Yappert
syappert@ciudad.com.ar
La década perdida
– ¿Cuál es la alternativa al asistencialismo?
– El ingreso universal ciudadano. Los piqueteros tienen que correrse del eje asistencial y plantear claramente a la sociedad que lo suyo es una demanda por derechos. El debate interno, por ejemplo por el ingreso universal ciudadano, no es un tema menor y es lo que permite concebir al trabajo como un derecho humano.
– Dice en su libro que al interior del movimiento piquetero hubo varios debates cruciales, uno ligado a la concepción del trabajo y otro vinculado a la aceptación de estos planes sociales. ¿Estos debates están cerrados?
Ocurrió que el movimiento piquetero aceptó los planes porque se veían obligados a atender las urgencias de la gente, pero estos debates existieron y aún no están cerrados. Además debemos comprender que los movimientos sociales están orientados al Estado y la relación de dependencia, en cuanto a los recursos, es mucho mayor y esto no es una novedad en América Latina, ni en Argentina, en donde comenzó a percibirse con las tomas ilegales de tierras de los '80 los primeros síntomas del empobrecimiento, cuando la problemática pasó de la fábrica al barrio y las demandas tenían que ver con los títulos de propiedad y los servicios. En los '90, no en vano se llama la década perdida, la problemática se trasladó al trabajo.
Desde su libro "El dilema argentino. Civilización o barbarie: de Sarmiento al revisionismo peronista" hasta su reciente publicación "Entre la ruta y el barrio, la experiencia de las organizaciones piqueteras" (escrito con Sebastián Pereyra), no sólo median 10 años, sino también un encadenado de reflexiones que intentan una mirada de la realidad argentina y que culminan en este profundo análisis del movimiento piquetero y las tensiones que suscita. Es Maristella Svampa, allense, docente de Filosofía y doctorada en Sociología en la Escuela de Altos Estudios Sociales en París. Además, es docente e investigadora del Conicet.
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