El gen stone

En las primeras dieciséis horas del martes pasado se agotaron las entradas para los tres shows que los Rolling Stones darán en febrero en el estadio Único de La Plata. Tanta devoción por sus Majestades Satánicas devino en una forma de ser rolinga que explotó en los 90, pero que se remonta a los comienzos del rock en la Argentina.

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Cuando el reloj marcó la hora 0 del martes, cientos de miles de fanáticos (o no) argentinos de los Rolling Stones coincidieron en un gesto, el de insistir desde casa y delante de una máquina por una entrada para alguno de los tres recitales que la banda de Richmond dará en febrero del año que viene en La Plata.

En un puñado de horas se vendieron todas. Para el amanecer sólo quedaban unas pocas que a las 4 de la tarde ya tenían dueño. Dieciséis horas le tomó a la fanaticada argenta agotar los más de cien mil tickets. La fiebre stone y la reventa, dos costumbres argentinas se combinaron en parte no siempre iguales para el sold out de madrugada. Quedémonos por el momento con la primera parte del coctel, el de la fiebre.

Que los Rolling Stones llenen estadios no es novedad en ningún lugar del mundo, pero sólo en Argentina existe esa voracidad Stone. Sólo acá nos creamos un género dentro del género. En ningún otro lugar quieren parecerse a Mick Jagger como lo queremos acá. Sólo los Rolling Stones dieron origen a un modo de hacer rock dentro del rock: chabón, barrial, suburbano.

Somos stones de un modo que ni siquiera los Stones son. Lucimos, nos movemos, hablamos, tocamos y sonamos de un modo Stone que no tiene réplica en ningún otro lugar del mundo.

Hay algo en el modo de ser público de los argentinos, que adopta, pero que también asimila, transforma y (re)produce un nuevo modelo. Pasa con el rock, y también con el fútbol. Herencia de los ingleses y sus ferrocarriles.

Cuando los argentinos abrazaron el fútbol lo que resultó fue la nuestra, ese modo diferente de jugarlo, corto y por abajo. ¿De qué se trata ese gen british sobreexcitado por la pasión argenta?

Gori, el ex guitarrista de Fun People decía en una entrevista con el suplemento Radar hace más de diez años: “Es rarísimo lo del jardinerito y las Topper. Es una creación criolla. Horrible, pero auténtica. Los rolingas no existen en ningún lugar del mundo. No tiene nada que ver con los Stones: basta verlos en la película de Godard. Todo lo que tienen puesto es impresionante. Así hay que vestir al rock”.

El periodista Fernando García, coautor junto con José Bellas del libro “100 veces Stones. Historias argentinas de sus majestades satánicas”, sugiere en sus páginas una ecuación que explicaría, al menos en parte, aquello que sorprendía a Gori: a Cheto=asco=inefliz=wrangler=música disco=topper celeste, Fernando García contrapone Stone=rock=rollling stones=Little Stone=topper rojas.

Antes que la cumbia villera y la pasión de sábados, fue el rockero el hombre que habitaba el conurbano obrero y marginal (o debiera decir marginado?). El propio García recuerda en su libro el momento, a mediados de los 80, en que un biker, antagonista de los skaters, pero ambos del mismo bando para enfrentarse al rocker, le dijo: -Si vienen los Stones a la Argentina, me voy a Brasil con mis amigos… país rolinga de mierda este…

“Nunca antes había escuchado eso de “rolinga” tan deletreado en el odio social como una traducción acotada y complejísima del “cabecita” de los años cuarenta y cincuenta”, escribe García, para quien lo cheto era “la Aspen, Horizonte, y tantas otras FM de (zapatos) canadienses y Wrangler blancos”. Entonces, todo lo opuesto a eso da un rolinga.

Dice Bobby Flores en “100 veces Stones”: “Los stones éramos pibes raros. Pibes de los cuales las chicas se escapaban (…) Yo creo que la ‘stonemanía’ nuestra, si cabe llamarla así porque ese mundo (el de Sui Generis) era aburrido (…) esa música no tenía que ver con el vértigo de nuestras vidas a los 15, 16 años; de alguien que está buscando todo el tiempo cosas. Y los Stones te daban eso”.

Recuerdo Alejandro Pont Lezica, legendario disc jockey: “Yo siempre digo que los Stones, Creedence y Johnny Rivers son argentinos (…) el amor por escuchar esas canciones está metido en nosotros desde fines de los 60 y en estratos muy populares. Eso nunca se fue” (“100 veces Stones. Historias argentinas de sus majestades satánicas”. Pág. 79).

Dice el periodista Alfredo Rosso: “Avalancha y Carolina (dos bandas de mediados de los 70 precursoras del movimiento stone-rolinga) tenían públicos muy distintos al de Spinetta o La Máquina de Hacer Pájaros. Ahí empezó a crecer la masa rockera rollingstoneana, Era tipos con el pelo más o menos largo, gente de clase media a media-baja, tipos de birra (…) Había minas con mucha onda también alrededor, minas que hoy definirías como rolingas seguramente. Pelo con flequillo, musculosas, muy de barrio y sexys al mismo tiempo…”

Dice Pablo Guerra, guitarrista original de Los Piojos: “La onda Stone en Ciudad Jardín (epicentro de Los Piojos) viene de los 70. Acá había muchas familias europeas y los hijos que eran jóvenes veraneaban en Europa y volvían con la cabeza dada vuelta: traían discos, la onda y la falopa (…) Un par de años más adelante es como que empezaba a ver gente con ese estilo en otras partes del oeste: Haedo o Ramos. Pero para mí eso salió de acá por esa posibilidad de viajar que tenían” (“100 veces Stones. Historias argentinas de sus majestades satánicas”. Pág. 103)

La noche del 9 de febrero de 1995, cuando sonaron las primeras notas de “Not fade away”, fue el principio del fin de un largo camino que comenzó con ¡Paul Simon! Recuerda Bobby Flores: “Daniel (Grinbank) pagó una fortuna por ese show (de Paul Simon) y fue un fracaso. Me acuerdo que nosotros le decíamos ‘Qué hacés boludo ¿cómo vas a traer a Paul Simon? ¡A River encima!’ Y Daniel no decía nada. Empezamos a pasar Paul Simon por la radio (Rock&Pop), no pasaba nada. Y un día cuando ya lo queríamos estrangular por haber gastado tanta plata en ese show nos junta y nos dice ‘les voy a contar algo: el contador de Paul Simon es el contador de Keith Richards y yo le pagué todo’. Y a los tres meses vino Keith Richards. Entendimos que era el plan maestro de Daniel para traer a los Stones”. (“100 veces Stones. Historias argentinas de sus majestades satánicas”. Pág. 128)

Juan Mocciaro

jmocciaro@rionegro.com.ar


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