El gran espejo global que nos presenta la epidemia

Asunción Miras Trabalón*


Nadie es libre si la sociedad esta sometida, por caso, a una enfermedad; la libertad individual depende de lo humanamente sanos que seamos como sociedad. No se sobrevive solo.


La gente en los balcones, dándose ánimo y acompañando al que está solo. Una postal que dejó esta pandemia en varias ciudades del mundo.

Una muy frágil molécula, mutación de un virus muy estudiado como el de la gripe, nos tiene a casi toda la población del planeta, siete mil millones, en cuarentena. Esta molécula, de rápida multiplicación y también de fácil supresión con elementos sencillos -lavandina, jabón, alcohol-, nos obligó a recurrir a métodos medievales de profilaxis, como el aislamiento.

Sí, en pleno siglo XXI, habiendo decodificado el genoma humano, calculado la velocidad de expansión el universo, produciendo energía de la colisión controlada de neutrones, teniendo personas en estaciones espaciales y, sobre todo, con internet 4.0 en el bolsillo, solo podemos evitar esta forma de gripe, el Covid-19, con los métodos del siglo XI.

Y esto ocurre, no porque la tasa de mortalidad sea alta -es muy baja: 5%-, sino porque ese pequeño porcentaje no lo podemos resolver con los sistemas de salud públicos y privados que tenemos. Es decir, que la mayoría de quienes se agravaran por debilidad de su sistema inmunitario morirían.

En nuestro país, de modo inteligente y oportuno, se tomaron las medidas de emergencia en un momento incipiente de contagios, viendo el colapso de Europa por la atención tardía.

Lo cual nos aporta un grado de tranquilidad nacional, que no pueden vivir los brasileños ni los estadounidenses, entre otros pueblos irresponsablemente conducidos.

En medio de estos días inciertos, la noticia diaria importante es el número de muertos y contagiados, y nuestro objetivo personal, familiar y social prioritario y casi exclusivo es mantenernos sanos y vivos.

Además de la certeza de nuestra muerte -a cuyo disimulo dedica nuestra civilización millones de dólares y de religiones-, la reclusión general y obligatoria nos enfrenta a otra verdad: lo valioso de la libertad ambulatoria. Esta prisión domiciliaria, inimaginada hace escasos 8 días, que nos angustia, también nos impide olvidar a quienes viven hacinados, a quienes son privados de libertad sin tener condena, a los ancianos en sus asilos, a las personas en campos de refugiados.

Confrontar la verdad inexorable de que nadie es libre si la sociedad está sometida, por caso a una enfermedad; la libertad individual depende de lo humanamente sanos que seamos como sociedad. Nadie sobrevive solo.

El filósofo Spinoza ya planteaba que la conquista de la libertad personal dependía del grado de conciencia de la realidad interna y externa al hombre.

El coronavirus nos ha sujetado a todos en nuestras casas, nos puso ineludiblemente frente a nuestras familias, a nuestra sociedad, y frente a los más aterrador: nosotros mismos.

Nuestra condición de ser humano nos interpela, vemos que podemos morir inminentemente, sin ninguna defensa material; vemos qué vínculos humanos forjamos; vemos que por un factor ajeno e injusto no podemos andar libremente; vemos nuestras miserias normalmente disimuladas por la vorágine de la actividad diaria, nuestros pánicos, nuestras fortalezas, nos vemos. Y a todas las escalas: individual, familiar, social, estatal y global. ¿Quién puede soportar las respuestas que le dá este espejo?

La cualidad principal de este espejo molécula es que en todos los niveles proporciona un reflejo absolutamente fiel: las sociedades deshumanizadas como la norteamericana, agotaron la compra de armas para uso personal, no tienen respuesta sanitaria para la pandemia, y su gobierno asume, como el de la sociedad inglesa, que habrá miles de muertos.

China se refracta como un país organizado, de hipercontrol digital de la sociedad, que ya ha superado con un Estado diligente, el pico de contagio. Cuba confía en su sistema de salud y en su organización como sociedad; se ven a sí mismos como lo que siempre han sido.

Todos y todas se refractan, todes nos reflejamos fielmente. En cuanto al ser humano hoy forzosamente recluido, no comparto las miradas románticas de la oportunidad de volverse buenos al estar en familia, ni tampoco las miradas apocalípticas ni las mágicas. Si creo que esta obligatoriedad de vernos, nos impone asumir la responsabilidad de lo que somos y de lo que hacemos en todos esos planos.

Preguntarnos: ¿esta sociedad he construido? ¿Con una enfermedad más letal cómo nos organizaríamos? ¿Estos vínculos familiares en sus perversiones y en sus gozos me son atribuibles? ¿Se puede llamar vida a la privación de libertad ambulatoria? ¿Ese ser humano aterrado frente a una molécula soy yo? Podría ser un comienzo. Tenemos varios días para aprender de las respuestas que nos dé este espejo.

*Abogada laboralista.


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