El manual del PJ

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner dista de ser una “gorila” típica, pero hablaba como una el jueves pasado cuando atribuyó a militantes de “sectores del PJ” la responsabilidad por los saqueos de supermercados que se iniciaron en Bariloche puesto que, según dijo, disponen de “un manual de saqueos, violencia y desestabilización de gobiernos” que usaron para apurar la salida de Raúl Alfonsín en 1989 y truncar la gestión de su correligionario, Fernando de la Rúa, en los días finales del 2001. Si bien, como subrayó Cristina, “todos lo sabemos”, el que la jefa del PJ –que, para más señas, aprovechó la oportunidad para asegurarnos que siempre fue y será toda la vida peronista– se haya sentido constreñida a reconocer que su propio movimiento sigue planteando una amenaza a la gobernabilidad debido a su costumbre de provocar desmanes con el propósito de derrocar a presidentes es un tanto sorprendente. También es motivo de preocupación. Desde hace más de medio siglo el país es rehén de la interminable interna peronista que, además de depauperarlo, le dio la guerra sucia de los años setenta que, no lo olvidemos, empezó con el enfrentamiento brutal del gobierno constitucional del general Juan Domingo Perón con los montoneros y sus aliados de la izquierda “revolucionaria”. Por fortuna, es escasa la posibilidad de que se reedite aquella catástrofe descomunal, pero parecería que la presidenta está preparándose anímicamente para un nuevo capítulo en la lucha por el poder entre facciones irreconciliables de un movimiento en que muchos, entre ellos ciertos kirchneristas, toman los “saqueos, violencia y desestabilización” por medios de presión legítimos. Ya antes de la muerte del general, el peronismo se había ampliado hasta tal punto que era una pérdida de tiempo procurar definirlo en términos ideológicos. Poco ha cambiado a partir de julio de 1974. Como suelen afirmar “los compañeros”, el peronismo no se ve aglutinado por un conjunto de ideas más o menos coherentes sino por “un sentimiento”, con lo que quieren decir que se asemeja más a un culto religioso o un grupo étnico particular cuyos integrantes pueden cerrar filas frente a otros, minimizando pasajeramente la importancia de sus propias diferencias internas, pero no tardarán en reanudar las luchas que los obsesionan en cuanto la amenaza externa haya dejado de parecerles significante. Gracias a su extraordinaria plasticidad ideológica combinada con el desprecio de tantos dirigentes por las normas democráticas, en la actualidad el peronismo es virtualmente hegemónico, de suerte que no extraña en absoluto que, al tomar nota los compañeros de la caída rápida de la popularidad de la presidenta, ya hayan comenzado a proliferar los focos de rebelión en distintos gobiernos provinciales y, desde luego, en la “rama sindical” del movimiento. Cristina está claramente dispuesta a dar batalla contra sus enemigos internos, de ahí las acusaciones genéricas que acaba de formular, pero a pesar de contar con el poder que le supone el control del Estado, no le será del todo fácil imponerse nuevamente, como logró hacer luego del conflicto con el campo que tanto la había perjudicado. Es tan grave la situación creada por la ineficacia llamativa de la presidenta y sus colaboradores, que sin excepción están más interesados en congraciarse con ella que en servir al país, y una crisis económica y social imputable a su propia miopía, que los muchos peronistas que se sienten decepcionados por su desempeño no tienen necesidad alguna de reincidir en las prácticas destituyentes tradicionales que denunció no bien regresó de sus vacaciones navideñas en El Calafate. Para recuperar la confianza de quienes la votaron en octubre del año pasado pero que desde entonces le han dado la espalda, no le sería suficiente cambiar su propio estilo agresivo y modificar radicalmente “el rumbo”, además de renovar su gobierno privilegiando la capacidad por encima de la lealtad. También tendría que enderezar una economía que corre el riesgo de salirse de madre sin tomar medidas que enojaran aún más a los sindicalistas y los intendentes del conurbano bonaerense y otros distritos deprimidos, lo que a esta altura parece imposible, razón por la que todo hace pensar que nos espera un año electoral sumamente agitado.


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