Alanís, los aluviones y el viejo volcador que cruzaba Roca

Muchas han sido las historias que escuchamos sobre los comienzos de General Roca. Las fábricas que existieron, los aluviones y los personajes que se ganaron nuestro recuerdo.

*Por Eduardo Mutchinick (eduardomutchi@gmail.com)

Dos o tres veces por semana el guerrero camión Chevrolet Canadiense, recorría el trayecto, ida y vuelta, desde la barda norte al centro de la ciudad de General Roca.

Con su frente ñata, y su colorado despintado, el volcador hacía su trabajo, cargaba las piedras calizas calcinadas, o yeso, a veces tierra, y sentado al volante iba siempre Bernardino Alanís.

Foto: Gentileza.

Mi familia tenía una fábrica de cal, en la calle Brasil y Libertad (hoy Don Bosco), una construcción alta y abierta, donde molestaba el ruidoso molino a bola marca “Tiaveh”, que permitía la molienda, y se hacía el embolsado de la cal, que sumado al ruido generaba un polvo blanco que envolvía todo el predio.

“Pichiruca” era la marca estampada en las bolsas de cal.

El horno, en la “cantera” como le decíamos, donde se apilaban las piedras calizas se prendía cada tanto, el humo surgía como si fuese un volcán en erupción, después había que esperar varios días para que todo se enfriase y se las pudiese retirar.

A veces se usaba el otro volcador Canadiense, de color azul claro, también conducido por Alanís, pero quedó sin funcionar ocupando un lugar ocioso en el viejo corralón de la Tucumán.

«¡Se viene la creciente!»


Alanís oficiaba también como aviso de la llegada de los aluviones, que de tanto en tanto, bajaban desde la barda arrastrando todo lo que a su paso encontraban y que invadían principalmente las calles Maipú, Don Bosco y 9 de Julio, dejando por muchos días una Roca deteriorada.

También se encargaba de cruzar la calle 9 de Julio cuando era imposible.

Él iba, se ponía en la esquina y ayudaba a los vecinos a pasar de una vereda a la otra, arriba del camión. Era un servicio que él prestaba sin cobrar nada, la gente le pagaba a voluntad»

El recuerdo de Juan Carlos, un lector

Creo que Alanís, agitado, esforzando el Canadiense, recorría la huella cotidiana, con el agua detrás, y posiblemente detenía el camión y anunciaba: “Se viene la creciente”, y le ganaba a la sirena de los bomberos.

Alertado el vecindario, con rapidez y preocupación, colocaba las preparadas tablas, compuertas, bolsas de arena. Después, a pesar de lo trágico del momento, las fotos dejaban su registro.

Los hubo fuertes y leves, en la casa de mis padres siempre se comentaba que uno de los aluviones más fuertes fue en los años 50, estábamos en el epicentro de los mismos en la calle Tucumán, entre Maipú y Don Bosco, y que por muchas horas en la habitación de arriba se acomodó la familia y algunos vecinos, entre ellos los Tamburini, hasta que bajó el nivel del agua.

No quedaron fotos del Canadiense, pero sí en mi recuerdo tengo nítida la imagen del camión y de su chofer.


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