En busca de una mística macrista

Panorama nacional

Esta semana, las organizaciones referenciadas en el Polo Obrero volverán a marchar al Ministerio de Desarrollo Social en reclamo de diez mil nuevos planes y alimentos para comedores populares. Algunos de esos grupos, los más duros e intransigentes entre los piqueteros, acamparon la noche del miércoles frente al viejo edificio de Obras Públicas, el de las instalaciones de Eva Perón, y se retiraron a la mañana siguiente sin conseguir que la ministra Stanley los recibiera. Muchos manifestantes habían llegado hasta allí en subte: un operativo de seguridad les cortó el paso a la altura de la estación Constitución –también a los micros que los trasladaban– e impidió que marcharan masivamente por la avenida 9 de Julio. Hubo detenidos. Fue la primera señal de un endurecimiento de la política de seguridad en la Ciudad con la protesta social desde que el área quedó en manos del vicejefe de gobierno Diego Santilli. Es una curiosidad que suceda en un diciembre.

Son conocidas las diferencias que han tenido el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta y el gobierno nacional acerca de cómo manejar las manifestaciones en la Ciudad, el principal teatro de la protesta social en la Argentina. La Casa Rosada y la ministra Patricia Bullrich le reclamaron desde siempre a Larreta mayor firmeza en el control de la calle. Incluso hubo algunos cruces en público. Esas diferencias podrían estar quedando ahora en el pasado. Hoy se escucha hablar de complementariedad y coordinación entre Ciudad y Nación. ¿No era Larreta sino el ministro saliente, Martín Ocampo, quien definía qué hacer con las marchas? Ocampo, un hombre que responde al presidente del club Boca Juniors Daniel Angelici, debió renunciar semanas atrás después de los incidentes que condenaron la final de la Copa Libertadores al exilio y, para muchos, a la indiferencia. ¿Es ahora Santilli quien decide?

El cambio de actitud frente a la protesta social, y ante la eventual escalada de los diciembres, responde al buen resultado que obtuvo el gobierno nacional en el operativo de seguridad que rodeó a la cumbre del G20, uno de los escasos logros que puede anotarse Mauricio Macri en un año ya no gris como los anteriores, sino negro. La marcha al Congreso contra la cumbre de líderes mundiales, hegemonizada por fuerzas de izquierda, fue negociada con los organizadores y controlada sin inconvenientes. El marco general de seguridad en la cumbre tampoco mostró sobresaltos.

Ese enfoque en la seguridad y una cuota mayor de rigor organizativo que se vio en el contexto de G20 pareció permear en la gestión de gobierno de los últimos días. ¿Buscando una mística macrista? Es temprano para arriesgar un resultado. Cierta actitud resolutiva –y hasta decisionista– acompaña la reglamentación, un día después de terminada la cumbre, del poder de fuego de las fuerzas de seguridad federales. Responde sin duda a las convicciones del presidente, pero también a un clima de época y al derrumbe de expectativas en el inicio del año electoral. La voz más crítica a la medida surgió en la propia coalición de gobierno, que cada vez más aspira a ser su propia oposición.

Nadie acierta a definir en qué dirección se dirige el vínculo entre Macri y Elisa Carrió. La diputada de la Coalición Cívica se opuso a la reglamentación del uso de armas en las fuerzas federales, a la que le puso el calificativo de “fascista” (luego pidió que la legitime una ley). Venía de torpedear el proyecto de ley de financiamiento de la política, que incluía el aporte privado. No asistió a la elección por cuarta vez consecutiva de Emilio Monzó como presidente de la Cámara de Diputados. Y se opuso al proyecto que agrava las penas a los barrabravas, una iniciativa que estaba muerta antes del bochorno de la Copa Libertadores pero que tendrá una segunda chance en el miércoles 18. La sanción de esa ley depende de un compromiso del poder político que aún no es visible.

Carrió –así trascendió– asegura que no va hacia una ruptura.

La resolución responde sin duda a las convicciones del presidente, pero también a un clima de época y el derrumbe de expectativas en el inicio del año electoral.

La voz más crítica a la medida surgió en la propia coalición de gobierno, que cada vez más aspira a ser su propia oposición. Nadie acierta en qué dirección va el vínculo con Carrió.

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La resolución responde sin duda a las convicciones del presidente, pero también a un clima de época y el derrumbe de expectativas en el inicio del año electoral.
La voz más crítica a la medida surgió en la propia coalición de gobierno, que cada vez más aspira a ser su propia oposición. Nadie acierta en qué dirección va el vínculo con Carrió.

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