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Psicopedagogía: El diálogo, la corrección y la soledad

Por un lado, la postura de no corregir para no frustrar a los niños. Por el otro, la sensación de no ser observados. ¿Cuál es la solución?

Redacción

Por Redacción

Laura Collavini

laucollavini@gmail.com

A menudo observamos cómo nuestro pasado vuelve como si jamás se hubiese ido. Lo hace con cierta indumentaria moderna, hablando diferente. Si logramos observar con detenimiento podemos descubrirlo. Ahí está, con los mismos miedos, aquellos que nos paralizaron de niños o tal vez con cuales crecimos.


Uno de ellos los veo a diario. El miedo a frustrar. Lo relato así, como miedo, el que paraliza, no el temor que hace dudar. Lo observo reflejado en los padres que no les dicen a sus hijos que dejen de hacer algo por el miedo a reprimirlos y que se sientan mal.

Esos padres que sufrieron la represión de décadas anteriores, donde hablar fuerte estaba considerado un delito. Expresar ideas y contestar. Tantos adultos que sienten que la pasaron mal cuando eran niños y adolescentes, que no pudieron viajar donde querían, estudiar, juntarse con gente o simplemente hablar. Donde el castigo corporal era frecuente. La denigración por parte de padres y docentes, la comunicación natural. En algunos casos, la violencia fue naturalizada.

Hoy estamos acá. Con ese pasado que se vistió de negación para invisibilizarse. Mutó su traje para decir entonces que el “no” es mala palabra. Que una corrección es represión. Ese pasado vestido de “liviandad”, permítanme el término, no sé si es el correcto. Es una palabra conocida para describir una realidad con un sinfín de posibilidades a elegir y que paradójicamente, las nuevas generaciones no saben cuál tomar.

Las correcciones en los cuadernos y carpetas fueron mutando también a lo largo de las décadas. Desde “una página con las palabras bien escritas para no fijar una falta de ortografía” a “las corregimos después de cuarto” (con suerte).


Cuentan que la propuesta sería que no vean a su carpeta con rayones. Que no se sientan frustrados. Pero me animo a compartir una inquietud… ¿No estamos logrando desde casa y desde la escuela, con este concepto, que los chicos no sepan para dónde ir? ¿Realmente se supone que tienen las cosas tan claras que no hace falta que les digamos nada?

Desde mi lugar, escuchando a los protagonistas, logran sentirse “no mirados” “no tenidos en cuenta. No encuentran energía del adulto en acompañarlos a mejorar, a mostrarles qué ellos consideran que puede ser correcto o no, o más o menos.

Observan que cada uno está en su mundo. Los padres poniendo la energía en sobrevivir, en el trabajo y en otras actividades. Los docentes quejándose por el sueldo y otras cuestiones. ¿Y los chicos? ¿Los protagonistas de la historia?

Todos los padres y abuelos cuentan que sus hijos y nietos son súper inteligentes, rápidos y excelentes. Que aprenden rapidísimo. Al escucharlo casi que intuyo la soledad de esa personita. El razonamiento sería “si es tan rápido e inteligente, ¿qué va a necesitar de mí?”.


La soledad de estas generaciones aún no está relatada como se merece. Los adultos cuentan que ellos tienen todo. Los chicos dicen que no saben dónde están parados. ¿Será entonces que tenerlo todo no es tan eficaz para el crecimiento?

“Un chirlo a tiempo” decían antes. Aún se sigue repitiendo casi como con vergüenza. En esos momentos era la forma de comunicación. Hoy no. hablamos de las emociones y la importancia del diálogo, ¿pero lo ejercemos?

Ahora no hace falta un chirlo. Contamos afortunadamente con la posibilidad de la comunicación y básicamente de la autoridad.

Esa palabra que también viene del pasado con una carga negativa. La que asociamos con autoritarismo, represión, sufrimiento y muerte. Sin embargo, bien usada salva vidas. Es la que bien ejercida ordena, acompaña.


Tal vez podemos caracterizar este tiempo como el desafío para ocupar cada uno el lugar que le pertenece. El padre que no es amigo ni enemigo. La madre que ama y mima y también coordina. El maestro que enseña, corrige y estimula. Los niños que juegan y aprenden.

Comparando, por ejemplo, con el clásico juego de damas… ¿Se puede comenzar si las fichas están en casilleros cambiados? La vida tiene ciertas reglas, cada uno puede armar en algunos casos las propias, pero si no hay reglas claras para todos los jugadores, no hay juego.


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