En Río Turbio sólo hubo lugar para el dolor

Unas seis mil personas despidieron entre lágrimas y aplausos a los mineros muertos luego del trágico derrumbe. Continuaron con los trabajos para rescatar a los siete atrapados bajo tierra.

Una Río Turbio sacudida por el dolor despidió ayer a los muertos de su mina de carbón en una conmovedora demostración popular a la que sólo faltaron los socorristas afectados a la búsqueda de los siete obreros atrapados desde el lunes en las débiles galerías del yacimiento. Unas 6.000 personas, prácticamente toda la población de Río Turbio, acompañaron los féretros de cuatro de las víctimas en una procesión a pie que recorrió las ocho cuadras que separan la cuesta entre el cementerio municipal y el sitio donde se realizó el velatorio. Mientras la ciudad entera lloraba en silencio a los mineros fallecidos, los socorristas retomaron la búsqueda de los siete mineros que siguen en el interior del yacimiento. El operativo estuvo signado por los constantes avances y retrocesos de los rescatistas, por cuyas vidas también se teme por momentos, debido a la peligrosa concentración de gases y al calor extremo que afrontan en cada incursión por los túneles. A causa de estas condiciones atmosféricas, las brigadas recién pudieron extraer ayer el cadáver de José Sixto Alvarado Díaz. El cuerpo había sido localizado e identificado el miércoles pero los peligros del lugar hicieron que el rescate del cuerpo se demorara hasta ayer a la tarde. Sin embargo, los socorristas pudieron mejorar las condiciones atmosféricas de los túneles e ingresaron durante el día en grupos de ocho hombres que sólo podían mantenerse durante cuatro horas bajo tierra, el tiempo que soportan los tubos de oxígeno. «Cada cuadrilla avanza un poco y sale para dejar el equipo y que entre otro grupo; por eso la búsqueda es tan dificultosa», explicó Matías Mazú, el intendente de Río Turbio y presidente del comité de crisis. Otros dos de los fallecidos, José Hernández Zambraro y Miguel Cardozo, fueron sepultados en la localidad chilena de Puerto Natales, a 28 kilómetros de Río Turbio y en la localidad de 28 de noviembre, a siete kilómetros al oeste de la mina. Pero Río Turbio fue el epicentro del sufrimiento: por un lado el de quienes ya no tienen a sus familiares y, por el otro, el de aquellos que aún esperan el milagro de hallar con vida a los siete obreros atrapados. Los funerales comenzaron cuando los ataúdes con los restos de Julio Alvarez, Nicolás Arancibia, Oscar Marchán y Ricardo Cabrera fueron retirados del centro cultural de la ciudad. Centenares de personas habían desfilado durante dos días por la sala de velatorios y participaron de la misa celebrada en la capilla ardiente del centro cultural municipal y de la procesión a pie por las principales calles de Río Turbio. A medida que la marcha avanzaba, en subida, hacia la morada final de las víctimas, los vecinos salían de sus casas y se sumaban a las columnas, algunos persignándose y otros portando carteles con leyendas alusivas a los ya considerados mártires de la mina. Los familiares directos llevaban fotografías de los fallecidos y leyendas como «Papá, te esperaremos siempre» o «Papi, dibujo mis manos para ti». Cuando los cuerpos fueron depositados en los nichos, el silencio que imperó en la procesión se quebró por primera vez con los llantos desgarradores de los hijos y las viudas, una de las cuales fue retirada desmayada en ambulancia.

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