ENTREVISTA A EMA CIBOTTI, HISTORIADORA: «No siempre hubo hostilidad con losingleses»

En su libro "Queridos enemigos" advierte que la enemistad de la Argentina con Inglaterra es algo reciente. También cuestiona el papel del "nuevo revisionismo" mediático, al que adjudica una mirada "fatalista y paralizadora" de la historia.

¿Por qué si esta hostilidad es relativamente reciente, los ingleses tienen la condición de enemigos históricos de la Argentina?

Cualquiera que ha estudiado el siglo XIX sabe que los ingleses no tenían ese estatus de enemigos: fueron amigos, fueron socios, fueron vecinos los residentes y fueron miembros muy asimilados de un grupo o comunidad. Entonces, la pregunta que yo quería formular era cuándo se produce ese pasaje de la anglofilia a la anglofobia, porque en la Argentina estamos acostumbrados a pensar que las cosas son permanentes y para siempre. Esta mirada fatalista no admite diferencias porque es el destino el que se presenta una y otra vez de la misma manera. Evidentemente, el fatalismo no es una mirada histórica, es una mirada mágica. Hay grandes prejuicios frutos de la falta de información y el conocimiento a medias. La Guerra de Malvinas en 1982 fortalece esta idea porque se presenta como una continuidad absoluta e inquebrantable de un odio radical que se origina con las invasiones y que tiene su confirmación en la usurpación del '82. Es una vuelta a los orígenes que parece que están siempre fijos en el tiempo, pero cuando uno revisa la historia, ese mojón en el horizonte está corrido o no existe.

¿Ni siquiera con las Invasiones Inglesas es posible identificar un mojón?

No, las Invasiones Inglesas no implicaron un cuadro de odio desatado contra los ingleses. Es cierto que en ese momento los ingleses no entendían que acá no tenían que proponer una autoridad militar y política, y sí un intercambio económico y comercial; y cuando lo advirtieron, era tarde. Eso habla de una sociedad criolla bastante compleja y muy interesante que le dice sí al comercio, pero no a la dominación institucional y política. En ese momento la mayoría de nuestros próceres eran anglófilos porque ésa era la época, el enemigo era España y porque las ideas liberales no eran sólo de cuño francés sino anglosajón. En el libro yo intento identificar cómo cada uno de los hombres que dominan la escena en cada momento tiene respecto de los ingleses una relación distinta: en Moreno, San Martín y Artigas la relación es claramente doctrinaria; en Rivadavia aunque están los empréstitos y las inversiones, ya hay una relación política; y después de la segunda mitad del siglo XIX tenemos esta relación más estrictamente económica y financiera.

Pero algo comenzó a cambiar en la década del treinta con el Pacto Roca-Runciman.

Sí, los primeros que agitan las aguas con respecto a ese pacto firmado en el año 33, son los Irazusta con su libro «La Argentina y el imperialismo británico», en 1934. Es la primera vez que la palabra imperialismo aparece en un texto adjetivando la relación entre Inglaterra y la Argentina porque, aunque no lo diga, si se hablaba del imperialismo, entonces la Argentina era una colonia. Estos primeros revisionistas Irazusta, Jauretche, Scalabrini Ortiz eran hombres extraordinariamente honestos intelectualmente, y la pregunta que me hago es por qué no impugnaron antes ese vínculo. Aunque a partir del '27 y '28 comenzaron los síntomas de que el vínculo empezaba a fallar, los Irazusta decían que no se dieron cuenta; porque hasta los años veinte la relación funcionaba bastante bien: había ganancias y rentabilidad. Y cuando partió la delegación argentina a Inglaterra, no había movilización pública, ni en la oposición; ni el Partido Comunista hizo nada, ni los socialistas, ni los conservadores, ni los radicales, ni tampoco

estos intelectuales que se molestaban pero que todavía estaban pensando a nivel muy teórico.

Entonces, ¿por qué reaccionaron después del '33?

Porque con el Pacto Roca-Runciman comenzó a irles mal a los criadores y no a los invernadores y a ellos, en su condición de criadores y miembros de un clan ganadero de Entre Ríos, comenzó a irles mal y sus intereses económicos quedaron afectados.

El revisionismo era un sector de la elite desplazado del poder económico que protesta de doble forma, protesta en términos económicos como sector, pero además hacía una interpretación e impugnaba toda la historia liberal anterior. Y esto último lo hicieron con gran eficacia y fueron retomados luego, inclusive por la izquierda, como Jorge Abelardo Ramos, quien era de una vieja familia patricia criolla. Entonces, en ese momento se rompió la magia con Inglaterra, pero todavía no se podía hablar de anglofobia y hostilidad. Otra cosa que el revisionismo delegaba era la idea de que la patria es el territorio y no la población o la sociedad civil. O sea, un nacionalismo de carácter esencialista y territorialista. Y, por lo tanto, belicista. Irazusta terminó su libro diciendo que ése es el discurso que había que llevar a la escuela y, finalmente, fue un discurso que tuvo mucho éxito escolar.

¿Y cuándo comenzó la anglofobia?

La hostilidad apareció después, en los años sesenta, en el marco de la política de liberación colonial y la constitución de nuevos estados. Naciones Unidas abrió una comisión de descolonización y la Argentina descubrió un 'issue' ahí para instalar el tema de Malvinas y lo instaló con pleno éxito. En el '62 tuvimos un partido de fútbol entre la Argentina y Gran Bretaña, en el Mundial en Chile, y no pasó nada. En el '64 se logró una victoria diplomática y esto entró en la agenda nacional. En el '66 el contexto fue otro. Por un lado estaba el despertar que generaba en la población esta idea de que hubo un triunfo diplomático, y luego el golpe militar y el nacionalismo territorialista que avanzaba con episodios distintos que marcó en el libro, como el aterrizaje en las Malvinas del periodista Dardo Cabo. Hubo un 'crescendo' en el fervor popular que terminó de condensarse en 1982.

¿Qué diferencias identifica entre el primer revisionismo y el «nuevo revisionismo»?

Podríamos decirlo en estos términos: antes, los debates eran políticos e institucionales; el revisionismo clásico colocó el tema económico sobre la mesa de debate histórico en la Argentina y, luego, Gino Germani y el peronismo colocaron la cuestión social. Este «nuevo revisionismo» no colocó ningún tema y no hubo investigación. Lo que sí hizo fue consolidar una mirada fatalista y paralizadora como que «los argentinos tenemos un ADN de la corrupción, desde Sobremonte, pasando por la Barign Brothers hasta Cavallo y la década del noventa» que, curiosamente, se vende como discurso progresista. Ahora éste es el discurso hegemónico, pero cuando uno revisa diarios, revistas y memorias de la primera mitad del siglo veinte no encuentra pensamiento mágico y advierte que el público lector era muy entendido. El discurso de Felipe Pigna lo tiene la gente de cincuenta años para abajo, no lo tiene la gente de ochenta. Los estereotipos que circulan son recientes; no los tenía la gente en 1920. Este discurso de disruptivo no tiene nada. En realidad sirve para distraer a la población con temas de segunda o tercera línea, y al final termina siendo profundamente funcional al poder y al establishment.

 

«Malvinas es una causa reciente»

«Aunque instalados en el imaginario y la opinión pública como los eternos enemigos naturales de la Argentina, los ingleses no han tenido siempre esa condición. Malvinas es una causa reciente, construida a partir de los años cincuenta y finalmente expuesta como causa en los años sesenta», afirma Ema Cibotti, y expone así la tesis principal de «Queridos Enemigos», un libro publicado recientemente por Aguilar.

La historiadora revisa dos siglos de relación entre ingleses y argentinos, desmiente la existencia de un eterno espíritu antibritánico y un irredentismo malvinense; y analiza el pasaje de la anglofilia a la anglofobia. «La relación con los ingleses fue una relación efectivamente vinculante durante todo el siglo XIX que nos permite instalar el largo plazo, con sus rupturas y transformaciones», sintetiza Cibotti. «Yo cuestiono estas entradas episódicas en las que caen ciertos enfoques de divulgación de la historia que hace que la gente crea que los personajes aparecen y desaparecen; o se resuelven de una manera y no dejan huellas».

Además, Cibotti aborda el revisionismo clásico y explica por qué «el nuevo revisionismo», aunque viste ropajes progresistas, termina siendo profundamente funcional al establishment.

 

ASTRID PIKIELNY

Gentileza Revista «Debates»


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