Libros: «Yo sé lo que sé», una vida común contada de manera extraordinaria

Lo que Kathryn Scanlan hace en este precioso libro es una proeza.Cuenta, a través de breves viñetas y palabras sin ningún adorno, el pulso de una vida.

Si alguien dijera: “Este libro cuenta la vida real de una entrenadora de caballos” no mentiría. Pero “Yo sé lo que sé”, de Kathryn Scanlan, editada por Fiordo es, en cada una de las muchas viñetas que componen este precioso libro, mucho más que eso: es una proeza de la escritura depuradísima hasta lo más básico y esencial que resulta fascinante.


La propia Scanlan, en el epílogo, avisa que este libro está basado en las entrevistas grabadas en persona y por teléfono que realizó en 2018, 2020 y 2021, a Sonia, una entrenadora de caballos de Iowa que al retirarse de la vida en los hipódromos estudió para ser policía y por un tiempo fue agente penitenciaria. ¿Hay moraleja? No. Es la vida, con situaciones duras (ella se mueve en el ambiente de las carreras de hipódromo, un ambiente machista, muchas veces hostil; vive en un trailer; alguna vez abusan de ella), con momentos felices; con algunos problemas de salud (queda en coma un tiempo por una caída), con la pérdida del entusiasmo, con momentos violentos (como el incidente que la hace transformase en policía), con momentos tristes.


Escueta, parca, la vida de Sonia parece dibujada a partir de trazos simples, a mano alzada, pero son esos trazos de apariencia simple los que sostienen el tono y la mirada del libro. Hay pocas viñetas que ocupen más de una página, y a veces dos párrafos alcanzan para dibujar el ambiente en el que se mueve, las conductas sobre las que posa alguna mirada, el ánimo que se respira, la profundidad de algunas relaciones humanas; las decisiones que se toman a partir del miedo y la impotencia; las enseñanzas que dejan algunas situaciones dolorosas, y también, las enseñanzas fundamentales del mundo animal.


Cuando Sonia advierte, como un rayo inesperado, que ama a los caballos, inicia su vida como cuidadora primero y entrenadora después. Se va del hogar al terminar el secundario para vivir entre carreras e hipódromos, en remolques y moteles. El trabajo es físicamente agotador (hay que alimentar a los caballos a las 4 de la madrugada, los siete días de la semana, controlar el suelo de las pistas, limpiar los establos, bañar a los animales) y tiene momentos de violencia, de excesos, pero también de alegría y devoción.


Las viñetas reproducen, en un lenguaje de precisión quirúrgica lo básico, la esencia del meollo, el centro del hueso, y en esa austeridad máxima, Scanlan logra llegar a la esencia, sin adornos, sin subrayados, sin nada que sobre. El poder de lo básico, sin adornos, es brutal.


Hay una viñeta que se llama “Estribo corto” que por supuesto habla de la importancia de mantener el estribo corto entre los jockeys. Pero bien podría ser una descripción de la técnica de la escritura, de su escritura: “Hay un arte en saber cuánto caballo te queda . Puedes hacer que el caballo se ubique adelante en una carrera de fondo, pero te vas a quedar sin combustible. Ningún caballo puede correr a toda velocidad todo el tiempo. Cuando se entrena un caballo para carreras de más de una milla, hay que hacer galopes largos, lentos, para darle aire. Hay que asegurarse de que le alcance el aire para llegar hasta el final”.
Scanlan logra llegar con aire hasta el final de cada viñeta. Y hasta el final del libro. A veces con carreritas cortas. A veces con otras más exigidas.


Hay otra imagen, también sobre los caballos, que puede servir como un ejemplo sobre la escritura y el arte de contar. “Durante el galope, el caballo pasa gran parte del tiempo suspendido en el aire, volando de verdad, o sobre un solo pie. Cuando el pie toca el suelo, caen quinientos kilos de presión sobre esa única pierna delgada, sobre ese casquito del tamaño de un cenicero de mano”.
Esa es la fe que tiene Scanlan en lo que cuenta: la de los quinientos kilos de presión sobre un casquito del tamaño de un cenicero.


Por ejemplo en esta, que se llama “Gente de la hípica” y dice, simplemente: “Te codeas con gente de muy alto perfil, y algunos son vulgares como zapatos viejos”. O esa otra en la que cuenta el abuso que sufre por parte de un compañero de hipódromo al que veía todos los días y simplemente cierra con un“después de eso me corté el pelo bien corto”.


Las anécdotas, que llevan títulos como “Pista de arena, villa destartalada” o “Nada lindas”, o “Cuatro litros de sangre” tienen cierto orden cronológico. Se puede seguir el desarrollo de su vida con su “familia de hipódromos” (que podría semejarse a la vida ambulante de los circos). Ahí conviven los novatos, y los experimentados, los mozos de cuadra, los jinetes, y entrenadores, los secretarios de carreras. Es una especie de pirámide que a la hora del trabajo se respeta (o más bien se cometen esa clase de abusos entre los de arriba hacia los novatos), pero después, cuando termina la actividad central, todos hacen más o menos lo mismo: van a los mismos almacenes, a las mismas lavanderías, al mismo bar a escuchar a las mismas bandas.


En ese collar de pequeñas perlas que va enhebrando Scanlan, para contar toda una vida, todas tienen un brillo particular.


Hay perlas de un brillo melancólico, como una de las viñetas más largas, que describe parte de su infancia, a través del personaje de Bicycle Jenny, una vecina muy particular de su Iowa natal. Bicycle Jenny era una viuda que vivía en una casa quemada con sesenta o setenta chihuahas, que andaba en bicicleta con su carrito atrás, que era la mejor jardinera del pueblo y que vivía a su manera, al margen de todo y de todos. “Su voz era aguda, quebrada, espeluznante como la de una bruja. Tenía sus grandes guantes de trabajo de hombre, su sombrero y su otro sombrero, y normalmente llevaba algunos chihuahuas metidos en su abrigo”. La viñeta no dice de qué modo, pero queda claro que por el tiempo que se toma para contar esa postal de la infancia, que la de Jenny fue un mojón en la vida de Sonia. Es una de esas imágenes que, como suele ocurrir con más frecuencia de lo que admitimos, muestran que la vida muchas veces está moldeada o influenciada por personajes que podrían pasarse por alto.


Hay otra viñeta, más sobre el final, que es casi igual de larga, y es también una perla. Una perla oscura, negra. Se llama “El señor Baker” y cuenta su relación con un hombre que intentó matarla cuando ella le dijo que quería separarse de él. Es una narración de oraciones cortas, casi tan punzantes como lo que describe. No hace falta más para dar cuenta de lo que vivió y de lo que la decidió a estudiar para policía. Y tampoco para entender por qué después terminó como agente penitenciaria: “Buena idea. A lo mejor, algún día ese imbécil entre por la puerta de la cárcel y ahí estoy yo. Le voy a decir: ¿Por qué tardaste tanto?”, escribe en la viñeta titulada “Ese imbécil”.


Kathryn Scanlan, que tiene 43 años, nació en Iowa y ahora vive en Los Ángeles, evidentemente tiene debilidad por la gente común, los hechos comunes, los días comunes. Sabe cómo obtener de ellos el destilado esencial para dejarnos completamente absorbidos . Su debut fue “Aug 9-Fog”, que apareció en 2019, y está hecho a partir de fragmentos recortados de un diario que Scanlan encontró en la venta de una propiedad. Narra un año en la vida de una mujer de ochenta y seis, que durante ese período de tiempo se ocupó de atender su casa y a su marido moribundo. Lamentablemente, el libro no está aún traducido al castellano, pero en los Estados Unidos recibió excelentes críticas.


“Yo sé lo que sé”, lo primero que se consigue de ella en la Argentina es una maravilla. “Intento escribir una frase tan firme y plena como un objeto colocado en un estante”, dijo Scanlan alguna vez sobre su estilo. Y ahí está, ese objeto, esas palabras, elegante y desguarnecido, mostrando sus quinientos kilos de presión en una pieza mínima.


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