Por qué mirar «Succession», la última pelea de la familia más despiadada

Este domingo se estrena la cuarta y última temporada de esta brillante serie de HBO en la que los Roy luchan entre ellos por su imperio

Un magnate despiadado, el patriarca Logan Roy, cuatro hijos ambiciosos, un imperio de medios de comunicación que tambalea entre la salud debilitada del dueño y algunas maniobras mafiosas que intentan ocultar; una fortuna en juego. Con esos ingredientes, Jesse Armstrong hizo una de las series más interesantes de los últimos años: “Succession”. Mezcla de comedia, drama, intrigas y traiciones, que podría haber salido de la pluma de Shakespeare si el autor hubiera conocido el mundo actual. ¿Una buena?: este domingo se estrena la cuarta temporada. ¿Una mala?: será la última.


Pero antes de decirle adiós definitivamente, antes de que terminen los diez episodios, habrá seguramente una nueva tanda de puñaladas arteras, de dardos disparados con veneno, de retorcidas maneras de llegar- si es que eso es posible- al control del conglomerado mediático. Es que la venta del imperio está muy cerca. Más que nunca.


La tercera temporada dejó a los Roy ante un paredón que parece infranqueable: antes que dejar la empresa a sus hijos, Roy prefirió venderla al excéntrico empresario tecnológico Lukas Matsson, un sociópata temible, interpretado por Alexander Skarsgård.

El patriarca, Logan Roy, su hijo Rom y el excéntrico empresario tecnológico Lukas Matsson.


Lo que tiene esta serie, desde el comienzo, con esa música y las imágenes que pintan a una familia súper millonaria, viviendo como príncipes en Nueva York, es que todos son detestables y a la vez tienen un rasgo adorable (uno aunque sea). Todos tienen esos modos de multimillonarios desaprensivos, odiosos y a la vez, por algún motivo -que debe ser la mezcla entre un guión superlativo y las grandes actuaciones- todos despiertan compasión.


Una familia despiadada



Aunque sin ser muy conocidos, los actores de “Succession” -empezando por el despiadado padre de familia, Brian Cox-, son todos buenos. Manejan la cuerda floja que se suspende sobre el humor y el drama de una manera magistral, como equilibristas avezados que saben que no hay que ir ni mucho hacia un lado, ni mucho hacia el otro para mantenerse en pie.


Los hijos, pendientes de heredar el imperio, Roman (Kieran Culkin), Shiv (Sarah Snook), Kendall (Jeremy Strong) y Connor (Alan Ruck), alternan entre la ansiedad por ser los futuros presidentes de la compañía, y el deseo de clavarle la estocada al padre o a los propios hermanos; entre odiar al padre y desear hasta el fondo de su alma ser los elegidos.

Kendall, Roman, Shiv y Connor rodean a Logan Roy, su padre.


Los que lo rodean no desentonan. Matthew Macfadyen, Tom, el marido de Shiv, por ejemplo, tan frágil como intrigante; Nicholas Braun como su lacayo Greg, un primo medianamente lejano pero que ve la posibilidad de heredar algo de todo el imperio; la magistral J. Smith-Cameron, que interpreta a Gerri, la directora general interina. Todos ponen la cuota necesaria para que el paso de comedia pueda terminar en una tragedia, para que conozcamos las tripas de la riqueza, su parte infame.

Greg y Tom, el marido de Shiv, que aportan una cuota de humor (siempre oscuro) a la serie.


Y a la vez, más allá y más acá de la lucha por ese conglomerado de medios (y de sus relaciones con los políticos, jueces y personajes influyentes de la vida norteamericana), hay una familia completamente disfuncional; incapacitada para cualquier acto generoso o desinteresado; incapaz de un gesto de amor. No parece haber relaciones de afecto casi entre ninguno de ellos. Ni entre los hermanos, que se traicionan a diestra y siniestra y vuelven a unirse después en una relación de desconfianza permanente; ni entre padre e hijos, capaces de bailar la calculada y fría danza por el trono; ni cada uno de ellos con sus respectivas parejas, a quienes, no los une el amor sino un espanto monumental.


Aunque no está basada en la historia de ningún magnate de medios en particular, hay muchos que se vienen a la cabeza: los Murdoch, los Roberts , los Trump. Nadie en particular, todos en general. Eso, y, claro, “El rey Lear”, de Shakespeare, como música de fondo.


La serie, que empezó tímidamente en 2018, cuando todos estábamos atentos a otro juego de tronos (uno que incluía dragones y sangrientas batallas), no es una simple sátira sobre los caprichos y los problemas nimios de los ricos y lujosos. “Succession” es más bien un lobo disfrazado de cordero que cuando regala una carcajada a raíz de esos niños ricos con tristeza, está encubriendo el veloz zarpazo del drama que viene detrás. Nos quedan diez oportunidades más para ver cómo ese imperio contraataca o se desmorona mientras los Roy se despedazan entre ellos, sin clemencia, con crueldad.


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