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Todos los paraísos tambalean: «La mejor voluntad», de Jane Smiley

El libro de la autora norteamericana bucea en la vida de una familia autosuficiente, que vive de su huerto, sin conexión, lejos del consumo, hasta que un hecho hace tambalear todo.

¿Puede que haya envidia, celos e inseguridad allí donde debería haber amor, empatía, respeto? Puede. Eso al menos arroja sobre la mesa el libro de Jane Smiley, “La mejor voluntad”, editado por Sexto piso, como toda la obra de esta escritora norteamericana, que bucea entre las aguas siempre un poco rizadas de las historias familiares.


Nacida en California pero criada en Saint Louis, Missouri, Jane Smiley es autora de más de una docena de novelas, varios ensayos y también libros de ficción para adolescentes, y además de prestigio y el cariño de sus lectores, fue también ganadora de un Pulitzer a comienzos de los 90.


El material que suele moldear sus novelas es lo que se cuece en el ámbito familiar: a veces es un fracaso matrimonial, a veces la maternidad, a veces el desamor. Ahí está como prueba la hermosa trilogía que forman “Un amor cualquiera, “La edad del desconsuelo” y Heredarás la tierra” (que recibió el Pulitzer).
El de ahora, “La mejor voluntad”, es una novela breve pero que avanza a paso decidido hacia la catástrofe que nadie ve. O que nadie quiere ver.


La pieza está narrada por Bob Miller, el padre de una familia que completan su mujer Liz y su hijo Tommy. Son una familia autosuficiente, enamorada de su estilo de vida.


Los Miller viven a cinco kilómetros de la ciudad, con un ingreso de 343,67 dólares al año, en una casa que construyó Tom con sus manos; se alimentan de lo que cultivan en su tierra; visten la ropa que tejen, hacen trueques con los vecinos, y se conectan con el mundo exterior sin teléfono, ni televisor, ni autos, sólo a través de los viajes que hace el pequeño Tommy a la escuela. El sueño de dejarlo todo, y plantar una huerta, al más puro estilo Walden, hecho realidad.


Todo comienza cuando una periodista viene a entrevistarlos por ese modo de vida que llevan. Bob no puede estar más orgulloso de sí mismo por ese reconocimiento.


Nada parece perturbar ese equilibrio de buenas intenciones hasta que el niño, en un arrebato de ira, destroza la muñeca de una nueva compañerita de la escuela, Annabel: una niña negra que lo tiene todo.
Comprometido, Bob va a hablar con la directora de la escuela y va también a la casa de la niña para hablar con la madre. Lydia Harris es profesora en la universidad, “Soy la única mujer matemática negra que conozco dando clases en la universidad en este país”, dice. Bob Miller promete reponer la muñeca, y asegura que su hijo lo ayudará a conseguir el dinero como una manera de enseñarle que su acto tuvo consecuencias. Pero la visión de ese otro estilo de vida lo llena de preguntas.


La utopía tambalea. Y la grieta, pequeña, comienza a tragarse a todo: ¿puede ser racista el hijo educado en la modestia de la agricultura ecológica y las herramientas hechas a mano? ¿puede que todo se haya sostenido simplemente en el ego de Bob? ¿por qué su mujer necesita ir a misa si en ese paraíso podrían tenerlo todo? ¿es posible aislarse por completo y suspender el deseo material? ¿cómo es criar a un niño con dinero, con zapatos propios, con juguetes comprados?


El libro de Jane Smiley -los libros de Jane Smiley- son siempre de una sutileza abrumadora, un retrato suave y punzante a la vez. Y aunque se respire cierto aire de desazón justamente allí donde se intenta construir algo con las mejores intenciones, no es una autora que de cátedra o señale las fallas. Es una observadora aguda, delicada, que pone en relieve las fragilidades del ecosistema familiar, y las preguntas universales que rodean esos pequeños mundos.


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