¿Es una chica o la marca de un corpiño?
Uno es un poco duro en estas cosas de la tecnología. Podemos leer el «Ulises» de Joyce de corrido, pero desde ayer que no pasamos del quinto párrafo del folleto de la sartén de teflón.
Internet cumple 30 años, parece increíble. Sobre todo para un negado que pasó años escuchando su nombre sin saber qué era. Durante una temporada el nombre de Internet sonaba como una marca de ropa interior femenina. Comenzamos a dudar cuando dos amigos de nuestra entera confianza viril mantenían el siguiente diálogo en un café:
– Desde que me puse Internet todos los compañeros del laburo vienen a casa y nos quedamos chateando hasta la madrugada.
– Es bárbaro, mi hermana también tiene y cuando no está aprovecho y la uso.
Quedaban dos caminos: que el «Ñato» Ibarguren y el «Negro» Carranza fueran travestis y chatear era un nuevo verbo procaz del submundo libertino, o Internet era otra cosa. Por suerte una señorita con más piernas que pollera hizo que ambos comenzaran a segregar más saliva de la que su boca podía contener. Respiramos tranquilos. Entonces: Internet no era una marca de bombachas. Ahora el tema pasaba por averiguar «qué era» sin quedar como un reverendo ignorante.
En el supermercado dos señoras maduras dijeron algo sobre el tema.
– …al mediodía no, pero a la noche siempre la uso.
– Es bárbara, siempre encuentro recetas nuevas para hacer.
¡Albricias!, no sabíamos qué era pero al menos podíamos deducir que tenía las mismas cualidades de una olla Essen.
«Internet, todo en la Red» decía el inmenso cartel. Se pinchaba lo de la cacerola, pero ahora estaba claro. Era Greenpeace en campaña contra la pesca indiscriminada de merluza.
Pero ¡qué desazón!, eso tampoco resultó ser. La luz se hizo cuando nos enteramos de que cumplía 30 años y que su padre era Leonard Kleinrock. ¡Listo, ya está! Internet, la Red… vocablos femeninos, ¡es una mujer, una ninfa en la justa edad de los 30! A poco comenzamos a escuchar comentarios que corroboraban nuestras presunciones.
– Tiene de todo, a la mañana es imposible, te seduce para que le compres cualquier cosa, gasta mucho teléfono, es adictiva, etc.
Luego nos enteramos de que existía un lugar llamado cibercafé, al que iban los fanáticos de Internet. Nos pusimos las mejores pilchas, dispuestos a conquistar a la beldad. Sentados en una mesa, en la que se habían olvidado una computadora, examinamos el ambiente. Buscamos complicidad:
– Me encanta Internet, nos escuchamos decir.
– Decímelo a mí, todas las noches escucho a mi mujer : ¡Qué horas son éstas, seguro que estuviste con Internet!
Satisfecho de su respuesta, que no hacía más que anticipar una visión inolvidable, nos recostamos en la silla mirando hacia la barra. Con las piernas cruzadas y conteniendo la ansiedad esperamos que se fueran apagando las luces de a poco.
Horacio Licera
Uno es un poco duro en estas cosas de la tecnología. Podemos leer el "Ulises" de Joyce de corrido, pero desde ayer que no pasamos del quinto párrafo del folleto de la sartén de teflón.
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