«Si te gustan los libros viejos…»: comercio de usados

Confieso que con los años he perdido el entusiasmo de recorrer librerías de usados. Ya no me atrae llegarme hasta las bateas a revisar el caos y hallar un tesoro en medio de tanta bisutería.
En una época me he pasado tardes enteras revolviendo en esa confusión supina que suelen ser las mesas de libros usados por el solo placer de descubrir títulos desconocidos de un autor o recuperar un clásico que no tenía o que está a un precio irrisorio o descubrir un volumen muy antiguo. También, ganado por la curiosidad, leía en algunos ejemplares las marcas vitales de sus antiguos dueños: las dedicatorias, las notas al margen o a pie de página, los subrayados. En esas aventuras he terminado con los dedos pringosos de tanto manosear papeles no siempre bien aseados, los ojos rojos por el polvillo que atesoran los libros viejos y algunos ataques de alergia; pero como dice el refrán parafraseado , “si te gustan los libros viejos, aguantate…”.
El verdadero paraíso de los cazadores de libros antiguos es Buenos Aires y sus librerías de viejo sobre calle Corrientes. Allí he dejado parte del presupuesto mensual. Mi preferida está en la Avenida de Mayo, es pequeña y se llama “El túnel”, suelo entrar a admirar sus primeras ediciones o textos muy raros y antiguos.
Ahora, mientras escribo, recuerdo que una vez mal vendí la “Gramática Española” de M. Seco en una librería mendocina de la calle San Juan, el dinero se transformó en un regalo para una chica y en una milanesa a caballo. Al que le fue mejor con la venta fue a Enrique González Tuñón, hermano del poeta Raúl e integrante de la bohemia literaria de los años 20. Enrique llevaba un libro para vender y calculaba sacarle unos 50 centavos; mientras esperaba vio que un empleado compraba una pila de libros bien encuadernados a otro cliente, luego se metió en la trastienda y Enrique puso su librito arriba de la pila. Cuando se acercó el dueño y le preguntó que iba a vender, González Tuñón señaló su librito y se hizo el distraído. El propietario tasó la pila y entre regateos el escritor se llevó 25 pesos y salió huyendo del lugar.


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