El running lo llevó a la Muralla China y ahora busca el Everest

Fue fumador y comenzó con su rutina casi de casualidad. Hoy, disfruta de los desafíos. Y sabe que “quien es feliz corriendo relajado y tranquilo, ha alcanzado el cielo en la tierra”.

Historias únicas: Roberto Suquilvide

Una montaña, una pendiente o el llano. Todos los terrenos son válidos para auto-superarse en cada compromiso que asume el viedmense Roberto Suquilvide practicando “running”.

Así, pudo enfrentar una competencia por la Muralla China, y ya tiene decidido participar de una próxima prueba en el monte Everest.

“Fue mortífero correr en China, y como para nunca más…”, avisa. “Fue demasiado agresiva, se vio gente muy lastimada, y llegué gracias a una preparación de seis meses”, cuenta.

Para eso, utilizó planos inclinados en las calles de Río de Janeiro y se cuidó mucho en las comidas. Pero además, todos los días trota unos 10 kilómetros desde hace 35 años.

El sabe sus pro y sus contras: tiene una buena capacidad aeróbica, pero su costado débil es no tener velocidad.

En la Muralla, ese lugar emblemático del mundo, los competidores tuvieron que sortear 20.500 escalones de entre 15 y 60 centímetros y pendientes de 45 grados en un trayecto de 42 kilómetros. Sobre 450 participantes atravesaron la meta apenas 120.

El ganador, un taiwanés, llegó a la línea en ocho horas. Forzando los aductores, Suquilvide lo hizo dos horas más tarde en el puesto 80º.

Pero esas diez horas le dieron un giro a su vida :

“Fue uno de los momentos más duros y lindos del mundo. El lugar tiene impresionantes vistas panorámicas y la competencia me deja recuerdos que durarán para toda la vida”.

Cuenta que “el recorrido varía en altura unos 200 metros entre la línea de inicio y el punto más alto, y conquistar la Muralla no es tu maratón cotidiano, éste es un maratón de aventura con un curso desafiante porque correr en el esplendor y el majestuoso amanecer te dejan sin aliento, y crea tu propio viaje a través del tiempo”.

El desafío era llegar, y lo cumplió. Para Roberto, de 65 años, por delante está “la aventura, la adrenalina, convivir con la naturaleza y el gran desafío que plantea cada carrera, fundamentalmente, es el desafío con uno mismo”.

A su entender “éstas, son ni más ni menos, las motivaciones, aunque para muchos parezca como una ‘cosa de locos’” y para muchos es una distracción. Para otros, como yo, se trata de un estilo de vida, pasión, adicción, pero más que eso…., para mí, es una bendición”.

“No pienso en términos de derrota o victoria sino en la superación. Para mí, el mayor adversario se encuentra dentro de uno, y esa es la verdadera competencia, y en esta actividad aprendemos y reforzamos valores indispensables en el ser humano. Corremos porque nos da la sensación de libertad y porque la superación nos muestra resultados que eran inimaginables”.

Sabe de qué habla: hasta 1982 fue un gran fumador. Aprovechando las calles de Buenos Aires, donde vivía por entonces, comenzó a trotar muy levemente para alejarse del cigarrillo. Un conocido, Guillermo, le tocaba el portero del departamento a las 7 todas las mañanas, y lo impulsó a tener una rutina con conducta estricta.

Para él, correr lejos del profesionalismo, exige un alto grado de sacrificio, y aunque se tengan grandes dotes hay objetivos que no deben tomarse nunca como una obligación, ni “hemos de angustiarnos si lo intentamos y fracasamos”.

Sostiene que para atletas de su característica, “el simple hecho de intentarlo es un enorme logro de ilusión, valentía, y de seguir invicto ante la edad y la vida” y “no es menos cierto sin embargo, que quien es feliz corriendo relajado y tranquilo, ha alcanzado sin duda el cielo en la tierra”.

Si lo invitan a comer un asado concurre como cualquier hijo de vecino.

Pero al otro día, nada le impide que suprimir su entrenamiento desde las 6.30 o 7, aun cuando llueve, haga frío o calor.

Datos

“Fue uno de los momentos más duros y lindos del mundo. El lugar tiene impresionantes vistas panorámicas y la competencia me deja recuerdos que durarán para toda la vida”.
“No pienso en términos de derrota o victoria sino en la superación. Para mí, el mayor adversario se encuentra dentro de uno, y esa es la verdadera competencia, y en esta actividad aprendemos y reforzamos valores indispensables en el ser humano. Corremos porque nos da la sensación de libertad y porque la superación nos muestra resultados que eran inimaginables”.

Historias únicas: Horacio Licera

El hombre es de porte mayor, su imagen impone respeto. Sugiere oficios, profesiones, capacidades. De pelo largo, de barba blanca de mucho tiempo. De los pocos que siguen usando tiradores. Siempre caminando apurado.

Es Horacio, simplemente Horacio Licera, personaje sin estridencias y con apego al silencio. Soñó siempre con ser inventor. Y no encontró más que partes de esas escuelas que enseñan a serlo. Un poco de electricidad, una porción de lógica, algo de mecánica y una dosis de ingenio. Pero cuando pasaron los años y creció, su horizonte fue más amplio. Ya no le alcanzaba con el título de aspirante a inventor y se propuso además ser artista, músico, escritor y diseñador.

Horacio Licera no alcanzó a ser todo lo que se propuso, pero fue un poco de cada cosa, porque su versión de inventor la convirtió en una de creador, aprendió diseño, infografía, música, dibujo y escritor con libro propio.

“Cuando era chico quería ser dibujante. Se lo dije a mi madre y me sacó volando. Te vas a morir de hambre dibujando”, cuenta.

“Por esos años, en casa se había roto un velador. Lo desarmé, lo arreglé y lo dejé perfecto. Y mi madre me dijo, ¡ahí está, tenés que ser electricista, es lo que se viene!. En tiempos donde la electricidad era importante, donde el espacio estaba a medio descubrir”.

Estudió para darle el gusto a su madre y para convertirse en Técnico Electricista Industrial. Le sirvió para darle sustento a sus ideas que nunca se detuvieron, salvo cuando el tiempo de ser padre le demandó muchas horas.

Su único vínculo teórico con los inventos fue de niño, casi adolescente, cuando sus padres de recursos económicos limitados, le compraron los cinco primeros tomos de la Gran Enciclopedia de la Tecnología. Los otros cinco nunca llegaron porque no había cómo pagarlos. No sólo los leyó, también los estudió para entender porqué funcionaba un motor, cómo, y cuál era la lógica. A partir de ahí, todo fue ejercicio y práctica hasta que las cosas salieran. Jamás vendió nada, fueron creaciones para él, para su familia, y sus amigos, que podían disfrutar a la par de cada logro.

Horacio mira lo que hizo y piensa en lo que hará. Y en la primera tanda aparecen por ejemplo un motor a vapor, varios motorcitos eléctricos, una creación tan propia como un cuchador (mitad cuchara mitad tenedor), un equipo de audio con sello propio, un tren con motor armado íntegramente por él, un cable carril para que bajara la bolsa con los regalos de Papá Noél en una noche cargada de ilusiones y niños.

“Siempre soñé con las cosas que no existían, con que alguien debía crearlas pero que tenían que ser útiles. Era como buscar la pieza que faltaba para facilitar las cosas a la gente.”

Siempre soñé con las cosas que no existían, con que alguien debía crearlas pero que tenían que ser útiles. Era como buscar la pieza que faltaba para facilitar las cosas a la gente. Nunca me convertí en inventor y fracasé tantas veces. Llegué al motor a vapor en miniatura después de varios intentos. En realidad era “mi motor a vapor” porque el verdadero ya estaba inventado. En una ocasión terminé de madrugada y me dije ¡por fín!, ¡lo logré!, quería gritar que lo había conseguido pero en casa estaban durmiendo”, resume Horacio.

¿Vida de locos?. Un poco sí, porque Horacio es un resumen de todo: capaz de arreglar una cerradura, de resolver un dilema eléctrico, de arreglar un baño o de crear algo que la gente necesita. Fue albañil de comedido. “Nos ofrecimos con un amigo a arreglarle el baño a una señora que nos iba a pagar por el trabajo, pero cuando empezamos se nos quemaron los libros y tuvimos que comprar el “Manual del albañil” para poder hacerlo. Hicimos varios trabajitos, pero no era lo nuestro, no exigía inventiva, lo mío era recrear, crear, plantear ideas que sirvan”.

Horacio está a un paso de la jubilación. “Sé que empiezo otro capítulo, pero no sé cuál, si me aburro busco otro, pero quiero que cada minuto de mi tiempo me sirva para lo que sienta en ese momento”.

Horacio apuesta a que los años que sigan sean parte de lo que él mismo llama “el asombro”. “Es lo que me encanta, asombrar y que algunas cosas queden grabadas en la gente”.

Datos

“Cuando era chico quería ser dibujante. Se lo dije a mi madre y me sacó volando. Te vas a morir de hambre dibujando”, cuenta.
“Siempre soñé con las cosas que no existían, con que alguien debía crearlas pero que tenían que ser útiles. Era como buscar la pieza que faltaba para facilitar las cosas a la gente.”

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