Estilos

A diferencia de su antecesor, quien cultivaba un estilo un tanto pendenciero, Sapag se considera más que un político un «diplomático» y practica ante todo la seducción. Como Perón, parece considerar que «mejor que mandar es persuadir», y en ese afán no descarta ningún halago con tal de ganarse al interlocutor. Tiene muy presente la reflexión heredada de su padre -Elías Sapag derrochaba sagacidad libanesa- «para la guerra siempre hay tiempo».

Acaso convencido de que ése es el método para cumplir la misión que se ha impuesto -reencauzar a Neuquén como un próspero emirato, pero «democrático y republicano», como corresponde a un abogado egresado de una prolija universidad privada-, ha emprendido la ardua tarea muñido de paciencia oriental y dispuesto a agotar los recursos no cruentos. Se trata de un verdadero malabarismo político que incluye el halago y la complacencia con los aliados, y el tacto y la cortesía con los adversarios de hoy, que bien podrían ser socios mañana.

Es en el contexto de ese desafío -acentuado por una herencia envenenada- que se debe entender el apresurado romance de Sapag con el gobierno nacional que hoy ejercen -en el peor de sus momentos- los Kirchner.

Además, esa jugada es vital para volver a colocar al MPN en el sitial de «fuerza de centro», lugar que nunca debería haber abandonado si no fuera porque Sobisch, en su ambición insaciable, cometió el dislate de colocarla entre las de la centroderecha o, peor aún, entre los partiditos de raigambre autoritaria que lideran piantavotos como Patti o Bussi.

En todo caso, la decisión de sumarse a la Concertación kirchnerista encarada por Sapag no habría sido mal recibida por el electorado neuquino. No sólo porque rápidamente se apagaron los ecos de unas pocas protestas airadas ensayadas por el sobischismo residual. También porque así lo confirmarían los datos de una encuesta que encargó el gobierno. Según confían en los círculos áulicos del sapagismo, sólo el 12% de los consultados consideraría negativo el acercamiento al gobierno de Cristina Fernández, mientras que más de un 60% entendería que está de acuerdo «si eso es bueno para Neuquén».

En el pragmatismo descarnado de miles de neuquinos palpita la razón de ser de una fuerza sin molestos principios ideológicos como es el MPN.

No por nada sus defensores más celosos admiten que se trata de «un partido de gobierno», «ni de derecha ni de izquierda», que no se podría reponer fácilmente de una derrota electoral, sencillamente porque no está hecho para andar en el llano, ni sufrir los avatares de la oposición.

También Luz Sapag, la hermana del gobernador, parece entender que el MPN tiene que separar para siempre la cizaña sobischista para volver por sus antiguos fueros, embarcada como está en recuperar el partido desde una perspectiva más ortodoxa y afín a los gobiernos nacionales de turno.

La combativa ex senadora y actual intendenta de San Martín de los Andes pretende poner nuevamente en movimiento al MPN, desmovilizado -dice- por el aparato clientelista de Sobisch. Inclusive, no oculta sus aspiraciones de conducirlo, algo que su hermano por el momento preferiría evitar, no porque no esté en cierta medida imbuido de una suerte de mandato familiar -todo lo contrario-, sino porque en su estilo cerebral es demasiado consciente de los costos que el nepotismo le acarreó a la familia. Por eso y porque, como se lleva dicho, es un cultor de las formas, no desea para nada presentar esa arista a la oposición.

En todo caso, seguramente Jorge Sapag todavía no se siente lo suficientemente fuerte como para apurar una renovación partidaria. Eso quedará para el año próximo, cuando su gobierno haya logrado sortear el Jordán de la crisis heredada de la anterior gestión. Por ahora, sólo buscará una redistribución de cargos en la conducción, cuestión de que una figura más cercana, acaso un ex concejal amigo, funja de presidente de la Junta de Gobierno.

El miércoles Sapag estará lanzando con bombos y platillos la licitación de Chihuido I, la obra que piensa convertir en emblema de su gestión por la magnitud de la inversión y por lo que, calcula, representará por su formidable efecto multiplicador para la economía de la provincia.

Pero por estos días su principal preocupación es cómo hacerse de los recursos necesarios para enjugar el déficit de 400 millones de pesos que acusa el Presupuesto. Por lo pronto, está poniendo en blanco sobre negro las deudas que por multas, servidumbres y regalías liquidadas fuera de término mantienen con la provincia las compañías petroleras. Son unos 74 millones de pesos que el gobierno piensa aplicar de inmediato al pago de los 100 millones que demandará el medio aguinaldo de la administración pública.

Mientras, en el gobierno han comenzado a hacerse expectativas con la posibilidad de obtener mayores ingresos por los nuevos yacimientos. Sostienen que el reciente aumento en el precio del gas de arenas compactas y nuevos yacimientos, autorizado por el gobierno nacional, se ha convertido en un poderoso incentivo que podría arrojar resultados a corto plazo con el blanqueo de nuevas, importantes, reservas. Y hasta sueñan con la posibilidad de que Neuquén pueda reemplazar a Bolivia en el suministro del fluido que el país necesita.

Pero el plato fuerte que añora el gobierno es el acuerdo con las petroleras. En las más altas esferas de la administración sapagista confían en que «se está yendo por buen camino» y aseguran que antes de lo que muchos esperan se podría estar firmando la renegociación con una de ellas. Sería una suerte de acuerdo marco, que serviría de referencia para el resto de las compañías que operan en Neuquén.

 

HÉCTOR MAURIÑO

vasco@rionegro.com.ar


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