Esto no es inflación… pero en poco tiempo lo será

Por Rolando Citarella

El fuerte aumento de precios de los dos últimos meses, todavía (sólo todavía) no constituye inflación. Se trata de un cambio en precios relativos. Y aunque para nuestro bolsillo resulte lo mismo, la diferencia es sustancial. Inflación es el aumento sostenido (día a día, semana a semana, mes a mes) y generalizado (todos) de precios, incluyendo salarios. Cambio en precios relativos es el aumento de algunos y/o la baja de otros.

Hasta la reciente devaluación, las empresas productoras de bienes transables o comercializables internacionalmente (exportables e importables) enfrentaban una clara falta de competitividad, no tanto por culpa de la convertibilidad, que fijó el precio de sus productos al clavar el valor del dólar en un peso, sino más bien por el aumento de sus costos, básicamente servicios e impuestos (no transables).

Con la devaluación se está produciendo un proceso inverso. Aumenta el precio final de juguetes, vestimenta, aceites, carnes, cereales, pan, combustibles, aparatos electrónicos, cubiertas, etc., y en consecuencia esas empresas ganan competitividad, con lo cual seguramente aumentarán su producción y la ocupación de mano de obra. Pero este beneficio tiene un costo inevitable, constituido por el menor poder adquisitivo de los consumidores, a raíz del aumento de precios.

Los que se quejaban durante la convertibilidad por el cierre de empresas, derivado de los bajos precios que imponía la fuerte competencia extranjera, no deberían quejarse ahora por el aumento en los precios de esos productos, ya que el mejoramiento de la competitividad alguien lo tiene que pagar.

Está claro que la mayor competitividad también puede provenir de una mejor tecnología y/o una baja en los costos. Pero dado que la primera se trata de un proceso de largo plazo y que la segunda se ha mostrado inviable, por la reticencia o incapacidad de los gobiernos a bajar impuestos y gasto público, la devaluación ha sido inevitable.

Precio único

Hasta tanto el voluntarismo de nuestra dirigencia política, religiosa y sindical logre dar con el tan ansiado y desconocido sistema que reemplace a la economía de mercado, debemos suponer que ésta, aunque maltrecha, sigue vigente. En tal caso, el precio de mercado de los bienes transables es uno solo.

No se puede pretender que el productor o empresario venda a un precio alto si exporta y a precio bajo si vende internamente. El precio es único. Es indiferente vender afuera o adentro. Si se diera aquello primero, todos exportarían y nadie querría vender aquí. Eso disminuiría la oferta interna, lo cual aumentaría el precio interno, hasta igualar al externo.

El fantasma inflación

El aumento de precios reciente constituye una novedad desagradable para los jóvenes, y un recuerdo mucho más desagradable aún para los que ya vivimos los desbarajustes de las décadas del «70 y «80. Si bien hasta ahora no es inflación, es probable que en los próximos meses sí lo sea. Pero no por estos cambios de precios relativos de hoy, sino por lo mismo de siempre: el déficit fiscal.

Aunque el sector público hoy no pague sus deudas, igualmente sus cuentas no están cerrando. Si no viene plata de afuera (cosa que es lo más probable), y dada la inflexibilidad a la baja que hasta ahora ha mostrado el sector público, va a ser nuevamente una tentación para nuestros gobernantes, como lo fue por años, financiar el déficit con emisión de dinero y entonces sí ahí ya tendremos un proceso inflacionario en ciernes.

Es de esperar, al menos, que no tengamos que soportar nuevamente a los que por décadas negaron que esa emisión monetaria fuese la causa de inflación, y preferían culpar a supuestos problemas estructurales del sistema económico a la puja por el ingreso o a conspiraciones monopólicas. En este sentido, la convertibilidad fue contundente, al demostrar que las razones estaban en la emisión.

La diferencia sustancial que señalaba al comienzo es fundamental. Porque en el caso de tratarse de un cambio en precios relativos, el sacrificio de un menor consumo se hace para aumentar la competitividad de la economía y crecer. Pero si se trata de inflación, el sacrificio es para seguir manteniendo un gasto público enorme e ineficiente.


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